La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
La crónica del Celta-Sevilla
El fútbol puede llegar a ser un deporte casi indescifrable y quien no lo quiera ver así comete un error. Es un juego y como tal puede responder al azar, pero lo que siempre prevalece es el resultado para convertir el emoji de cabreo de todos los aficionados del Sevilla en una sonrisa de lo más amplia y que colectivamente, por no decir de manera unánime, casi todos miraran la clasificación de la Liga Santander para celebrar que su equipo se había colocado en la tercera posición provisional.
Bastó con una carambola de billar, un simple rebote en el cuerpo de Jaison Murillo, primero, y de Aidoo, después, para que el disparo de Suso se convirtiera en el mejor de los pases de gol para Rafa Mir. Dicho sea de paso, y sin ánimo de justificar nada, el delantero nacido en Cartagena estaba allí para eso, para que le cayera la pelota, y encima fue capaz de definir con suma precisión. Con su pie izquierdo le dio un pase al recogepelotas que estaba detrás de la portería de Dituro.
Una simple jugada así de azarosa varió 180 grados la percepción que se tenía del juego hasta ese momento. Porque el Sevilla había desarrollado un balompié de lo más mediocre por mucho que Julen Lopetegui pueda agarrarse a las circunstancias de quedarse sin su pareja de centrales titular, una de las mejores del universo fútbol, como un eximente más que fundamentado.
La recomposición del equipo por parte del magnífico entrenador vasco giró hacia una defensa de tres con dos laterales largos, que lo mismo defendían que debían atacar con las espaldas protegidas por Fernando y Rekik, cada uno por uno de los costados. Jesús Navas, como casi siempre, se ocupaba del carril derecho, mientras que Augustinsson debuta en el izquierdo. También tenía sus primeros minutos del ejercicio Óliver Torres, en una extraña de falso delantero centro, para que Rafa Mir partiera por delante del sueco y Ocampos lo hiciera en la zona del capitán sevillista. Gudelj, que también retornaba a la titularidad después de mucho tiempo, era el defensa más libre, con permiso incluso para convertirse en otro centrocampista en su ayuda a Joan Jordán y Rakitic, quienes completaban esa zona.
Ése era el planteamiento en lo referente al dibujo de Lopetegui en el arranque del juego, otra cosa bien diferente es saber descifrar cuál era el plan de juego en lo referente a acercarse a Dituro. Baste con decir que el mejor futbolista de ataque de los sevillistas en la primera mitad iba a ser Bono, que al menos no perdía balones y siempre elegía la opción más correcta para los suyos, cosa que, además, sucedió en infinidad de ocasiones porque todos cedían la pelota hacia atrás para no correr ningún riesgo y evitar de esa manera que el Celta pudiera recuperar el esférico en zonas de máximo peligro.
De las ideas con las que debía llegar el Sevilla hasta la portería del Celta nada más se supo, como ya había quedado dicho con anterioridad. Un disparo de Rakitic desde lejos a las manos del guardameta argentino de los vigueses (10’), un cabezazo muy forzado de Rekik en un saque de esquina (22’) y absolutamente nada más a lo largo del primer periodo. Tampoco es que los gallegos hicieran mucho más, entre otras cosas porque los forasteros sí estaban más sólidos atrás y apenas permitieron un tiro de Denis Suárez a los puños de Bono (24’) y un intento desde el centro del campo de Santi Mina (40’) que sí pudo ser un susto mucho mayor.
El resto era un verdadero riapitá por parte de dos equipos en una evidente crisis de identidad. Los sevillistas temían su fragilidad por las circunstancias y por llegar desde una derrota; los del Chacho Coudet simplemente han entrado en barrena y lo que en el anterior curso parecía el descubrimiento de América en el actual es justo lo contrario, un verdadero desastre.
Lopetegui no alteró nada en el intermedio, pero sí lo iba a hacer con celeridad en la segunda mitad y su primera decisión, doble, le iba a dar un excelente resultado gracias al rebote providencial en esa jugada propia del billar americano o del que sea, da igual. El vasco, justo después de que una pelota le cayera a Santi Mina y éste la estrellara en el poste con Bono batido, introdujo a Suso y Delaney en el sitio de Rakitic y Óliver Torres. Todo cambió de inmediato, el zurdo gaditano hasta pareció más rápido que en ocasiones precedentes y sí se atrevió en un intento hacia dentro. Un par de regates hasta coger la posición de tiro, un disparo con mala intención y el doble tropiezo en la zaga celeste le quedó a Rafa Mir para que éste sí lo hiciera de cine en su definición.
El Sevilla se había puesto por delante y, sin mejorar en exceso sus prestaciones ofensivas, sí supo protegerse con el balón e incluso tuvo opciones para haber hecho más daño del que hizo en algunas contras, sobre toda en una que le llegó al debutante Augustinsson y éste se precipitó en su centro hacia un Rafa Mir que vivía su última acción del partido antes de ser sustituido por Lamela.
Gudelj ya había dejado de ser central para pasar a centrocampista de cierre y Delaney se convirtió en su mejor escudero para que el Sevilla casi nunca perdiese el balón en sus salidas hacia arriba. Eso hacía posible que los riesgos atrás se redujeran por mucho que Iago Aspas y Santi Mina siempre parecieran más rápido que los centrales que sustituían a Koundé y Diego Carlos. El Sevilla supo rentabilizar ese bendito rebote y no había más que ver la efusividad final de Julen Lopetegui, con sus puños apretados, para entender que el emoji había pasado a ser de felicidad en lugar del que registra los cabreos de los milenials en sus conversaciones. Mejor así para el Sevilla, claro está.
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