Sevilla - Valladolid: El sevillismo también examina a García Pimienta
La afición, de nuevo de uñas, enjuicia la capacidad del entrenador, que entrará en el fango si no es capaz de superar a un recién ascendido La imagen en Vitoria vuelve a caldear el ambiente
García Pimienta: "Un mal partido no puede cambiarlo todo; estoy jodido, pero seguro de que todo va a salir bien"
Sevilla/Es lo que tienen las crisis, que se llevan a todo el mundo por delante. La ola negativa que envuelve al Sevilla se tragará, si no lo remedia pronto, a su entrenador, que pecados también lleva en su mochila. El primero y más grave de todos, tragar con lo que le han puesto a modo de plantilla y decir públicamente lo que querían escuchar sus jefes, como que no tenía ninguna duda de que tendría a sus órdenes a “un gran equipo”.
Hasta ahora la realidad ha demostrado que esto no es así. La clasificación, con sólo dos rivales de cierta enjundia que han pasado por Nervión para llevarse la victoria ambos sin apenas esfuerzo (Villarreal y Girona), expresa cruelmente lo que temían todos los sevillistas, al parecer menos los que ocupan un sillón en el consejo de administración. Cuatro de los exiguos cinco puntos que ha sumado el Sevilla de García Pimienta han sido ante equipos que ocupan puestos de descenso, Getafe y Las Palmas, este último actual farolillo rojo.
Por eso, y por lo que asoma por la esquina del calendario antes del segundo parón, el encuentro de este martes ante el Valladolid hace –o debería hacer ya– que el personal levante una ceja, incluyendo en este indefinido tribunal a los encargados de tomar decisiones, hasta ahora muy poquitas acertadas, para qué vamos a engañarnos.
La imagen deplorable que el Sevilla de García Pimienta dejó en Vitoria coloca ya en el estrado al entrenador, incapaz de hacer variar la dinámica de un equipo que está tan justito de calidad como de personalidad y que se tiró de bruces al suelo ante un rival como el Alavés antes incluso de ser golpeado. El sevillismo espera al técnico barcelonés a portagayola y no le falta razón. Como tampoco a los que piensan que el elegido por Víctor Orta puede meterse hasta la cintura en el fango si no saca adelante este duelo ante un recién ascendido, no lo olvidemos, porque el objetivo es el que es.
Inmediatamente después tiene el equipo nervionense una visita a San Mamés a un Athletic que va lanzado, un explosivo derbi en Nervión y otro parón con una Junta General Extraordinaria de Accionistas solicitada por Del Nido Benavente sin más fin que erosionar más al consejo y testar estrategias de unos y otros de cara a la Ordinaria de diciembre, en la que sí hay miga garantizada. Un asunto siempre desagradable que va a dar una medida de cómo están de fuertes –o de débiles– el presidente Del Nido Carrasco y sus asesores y cómo piensan mantener su actual estatus sin bordear (o bordeando pero sin caer) la ilegalidad.
Al sevillismo le quedan pocas alegrías a las que agarrarse. Que Jesús Navas haga otro esfuerzo pese a los dolores y se plante en el campo de juego o que alguno de las anárquicas e intermitentes apuestas de Víctor Orta encuentre un momento de inspiración, como Lukébakio ante los babazorros ya cuando no valía para nada. No esta claro ni lo uno ni lo otro.
Como tampoco si hay delantero disponible. El rendimiento de Iheanacho dejó muchísimo que desear el viernes y si Isaac Romero no supera el esguince de tobillo que sufrió al caérsele encima Joan Jordán las posibilidades de éxito se reducirán más por muy poco acertado que esté el lebrijano ante el gol. Su espíritu de guerra al menos es un impulso en medio de un equipo a menudo sin alma.
No faltarán los gritos de “directiva dimisión” que ya son parte de la banda sonora de este proyecto derribado desde dentro y levantado con naipes y en el aire. Se anuncian nuevas protestas, recogida de firmas, otra vez el color amarillo en señal de repulsa y todo lo que viene siendo habitual. Y aquí hay una reflexión clara con dos variables: o el equipo empieza a ganar y no para –de lo cual se duda bastante– o a ver cuánto son capaces de resistir los dirigentes agarrados al sillón con armas cada vez más débiles.
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