El Sevilla de Jesús Navas arranca una victoria a sangre, fuego y lágrimas
Sevilla-Getafe | La crónica
El Sevilla logra un primer triunfo providencial gracias a un gol de Jesús Navas
El altísimo voltaje que reinó en las gradas se trasladó también a la hierba, donde Juanlu vio una injusta roja en el minuto 88
Sevilla/Victoria de un valor difícil de ponderar la que arrancó –porque la arrancó– el Sevilla para levantar la cabeza, despegar de la mano de Xavi García Pimienta –en el plano personal corta su nefasta racha sin ganar también– y empezar a creer que el proyecto es válido. Fue una victoria a sangre, la que manó de los rostros de Marcao o José Ángel Carmona; una victoria a fuego, el que cayó del cielo por ese horario incomprensible y el que manó de la grada hacia el palco; y una victoria a lágrimas, las que brotaron de los ojos azules de Jesús Navas al término del partido, en un vívido reflejo de las emociones a flor de piel que se vivieron en Nervión.
La leyenda palaciega, que recolecta admiración entregada por donde va, le puso su firma al gol de platino puro. Soltó un zapatazo cruzado, preñado de calidad, ¡tac!, empeine y a la red. Corría el minuto 23 y el limitado equipo de blanco lo supo atesorar hasta el 104. Y jugó con uno menos 16, desde el 88, por una incomprensible roja a Juanlu por considerar Busquets Ferrer que simuló penalti. El defensor tocó al canterano. Otra cosa es que fuera un contacto suficiente. Pero lo tocó. Pero vio la segunda amarilla.
Más rabia para los anfitriones dio, por esa inferioridad, que Lukébakio estrellara un tiro en el palo luego, en el minuto 96. Pero el Getafe no estaba para asestar otro golpe seco como la noche del Villarreal. Y Nervión respiró hondo, hondo, antes de volverse una última vez al palco.
Once de remiendos
Entre las limitaciones propias de la plantilla que ha confeccionado Víctor Orta, las bajas de Badé, Saúl o Lokonga y el desgaste de los internacionales de vuelta, como Barco o Lukébakio, el técnico Xavi García Pimienta dispuso un once extraño, que avivaba la preocupación de un sevillista que, ya de por sí, acudía a su Ramón Sánchez-Pizjuán preocupado. Y enojado. Indignado, incluso. El preparador catalán pudo tirar de Kike Salas o Gudelj para el eje de la zaga, pero se fio a la pareja Nianzou-Marcao, lo que ya es fiarse.
De hecho, tanto el francés como el brasileño se empeñaron en que las cosas se le torcieran pronto a su equipo y, de paso, que las gradas sembradas de camisetas amarillas se terminaran de incendiar bajo el sol abrasador.
Corría el minuto 3 cuando Nianzou se trastabilló ante Uche, que le quitó la pelota y aceleró en busca de Nyland. Marcao acudió como un tren al cruce desde lejos, se la jugó y suerte que llegó una centésima de segundo antes que el delantero getafense a la pelota. Si ocurre lo contrario...
Un cuarto de hora después, otra acción de pura angustia sevillista: esta vez es Marcao quien regala la pelota como último hombre a Bertug. Éste ve el desmarque a su izquierda de Uche, quien salva la desesperada salida de Nyland con un sutil golpeo picado y con efecto. Ese efecto fue el mejor defensa sevillista: al botar, la pelota se abrió lo suficiente para rebotar en el poste y salir despedida.
Dos regalos iniciales
Claro que no fueron casuales sendas dádivas de los centrales de blanco. Porque temblaban en cada acción con la pelota, porque sus compañeros tampoco les ahorraban situaciones comprometidas y porque Pepe Bordalás, astuto él, sabía que había que forzar los fallos de los zagueros sevillistas siempre, continuamente. Y por eso alineó dos delanteros y éstos no se ahorraron una sola carrera presionante.
Este Sevilla tan cogidito con alfileres invita al rival, con el transcurrir de los minutos, a dar un paso adelante. O dos. Cualquiera tarda poco en olisquear las debilidades. Y el Getafe también lo hizo. A pesar de que Sow cuajaba su primera parte más convincente en el pase, el peso específico del equipo, sus limitaciones en las transiciones, hacen que el partido se abra demasiado, entre en una dinámica incierta en la que el factor campo se diluye.
Por eso mismo, el Getafe se desnudó atrás cuando en una jugada aislada, Ejuke avanzó por la izquierda, Pedro se desdobló y sirvió un centro al segundo palo, donde irrumpió el venerable Jesús Navas, quien soltó un derechazo preñado de calidad, golpeo plano y cruzado con el empeine, que alojó la pelota en la red tras rozarla David Soria (23’).
Ese gol le dio algo de serenidad al Sevilla. No mucha atrás, pero sí algo. Isaac, en dos ocasiones, y Peque regalaron faltas innecesarias en zonas comprometidas, pero los conatos no fueron a más.
Por contra, Isaac malogró dos ocasiones, una que él mismo se fabricó y que acabó en un zurdazo muy cruzado (27’) y sobre todo otra al filo del descanso, en un saque larguísimo y preciso de Nyland, otro más, que lo dejó frente a David Soria a media salida. Su vaselina fue destemplada, imprecisa, y el balón se perdió muy arriba.
Abróchense los cinturones
Fue la jugada que abrochó la primera parte. Y lo que debieron abrocharse los espectadores tras el descanso fueron los cinturones. El Sevilla no terminó de asumir el control del partido para manejar los tiempos. Sow perdió protagonismo, Jesús Navas pudo hacer el segundo en otro saque largo y milimétrico de Nyland, pero esta vez se topó con David Soria (52’) y aunque Peque se destapó como un jugador interesante para retener la pelota y dar aire a su equipo, ni mucho menos bastó para sacudirse el dominio, sin ideas ni fútbol pero dominio, de los azulones.
El Sevilla anda sumido en un estado de nervios que sin duda merma el potencial que pueda contener su plantilla. Y se vio en el rosario de faltas absurdas que le regaló al agudo pie derecho de Luis Milla, pero el único remate del equipo de Bordalás que fue a la red era ilegal por la posición adelantada del delantero turco Bertug (65’). La angustia fue más por el temor a que otra dádiva defensiva acabara en desgracia. Muchísimos sevillistas se temerían que el golpe seco llegaría después de que un posible penalti a favor acaba en expulsión de uno de los tuyos. Y más tras ese trallazo al palo de Lukébakio. Pero esta vez no fue así y ni se recuerda un respiro tan hondo del sevillismo. Alguno, como Jesús Navas, rompió a llorar.
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