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Para rebelde, Roque Mesa

Leganés-Sevilla FC | Contracrónica

El canario se echó al Sevilla sobre sus espaldas para empujar con calidad y fe y propiciar el empate tras la negligencia del Mudo y la inclemencia arbitral

Roque Mesa intenta un centro ante el acoso de Carrillo. / Rodrigo Jiménez / Efe

Hay rebeldes con causa y rebeldes sin causa. Gente que se levanta rebelada y gente que se acuesta rebelada. Todo depende de cómo haya sido la noche, el día, la tarde... y hasta la niebla. En Leganés hubo de todo. Un partido raro que desdijo el refrán: mañanita de niebla, tarde de paseo. A contrapelo desde las tarjetas amarillas que vieron Banega y Sarabia, dos pesos pesados de este equipo que no midieron bien lo que se juega este Sevilla en cada envite. Así era difícil mantener para el Sevilla el segundo puesto . Pero al menos, en Butarque emergió la figura de un rebelde con causa: Roque Mesa.

El canario replicó a su convecino insular, el árbitro Hernández Hernández, echándose al equipo en la espalda. Y el Sevilla empató. Un punto cualitativo, dijo Pablo Machín, que siempre, o casi siempre, mide sus palabras y que no se cortó a la hora de culpar directamente a Franco Vázquez por su grave negligencia. El Mudo habló y dejó a su equipo con diez. Tenía una cuenta pendiente con el muy quisquilloso y algo tendencioso Hernández Hernández. Al argentino le molestó que su bonito regate, su túnel, o cachita usando la jerga coloquial sevillana, a Nyom se quedase en nada. Una patada que ni siquiera fue para tanta rebeldía. El veterano jugador francés fue a tapar y derribó al Mudo y éste reclamó la segunda amarilla, pues ya había visto otra, esta sí, por una dura entrada a Roque Mesa.

El Mudo habló en el túnel y fue expulsado y Roque Mesa habló en el campo. Después de una primera mitad mala, en la que Franco Vázquez intentó llevar el peso del juego entre conducciones y pérdidas infructuosas –la primera dio lugar al 1-0–, Roque Mesa cogió el relevo en la segunda mitad, aunque bien es cierto que aparecer de verdad no lo hizo hasta bien entrado el segundo periodo. Había consigna de Machín, al que se vio en el túnel hablándoles a los diez jugadores que iban a saltar al frío césped de Butarque: calma, tranquilidad, inteligencia, determinación.

El Sevilla esperó su momento para desesperación de sus aficionados, que veían pasar los minutos entre la aparente desidia de los que vestían de negro y se perdían en la nada entre la bruma, cada vez más espesa, que bajaba del cielo madrileño. La niebla se apoderó del partido y éste llegó a su tramo final. Y ahí dio el pasito adelante, con sus menudas piernas, Roque Mesa.

Sus conducciones, su salida de la presión de un Leganés ya cansado y aterido de correr tantísimo para hostigar a los sevillistas, su calidad para los centros entre un mar de piernas... Ayudado por otros integrantes del pelotón B del Sevilla, como Amadou, como Promes o Gnagnon, incluso como el voluntarioso pero infrucutoso Nolito, Roque Mesa se erigió en el líder de los menesterosos. Sin Banega, sin Sarabia, sin el Mudo, sin Jesús Navas ya... Se puso el brazalete de la rebeldía.

Su primer centro ya merecía el gol del empate, pero Amadou lamentó su suerte: al palo su soberbio cabezazo. El segundo centro, de espaldas y hostigado entre la niebla, fue perfecto, a la espalda de la invulnerable zaga pepinera. Y allí estaba Ben Yedder, otro que supo rebelarse contra su sino. En Butarque el Sevilla perdió el segundo puesto, pero ganó un nuevo líder: el capitán de los rebeldes.

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