Una pica en Tánger
Sevilla FC
El penalti fallado en la Supercopa, el peor trago de Ben Yedder en verano, es hoy una anécdota tras su explosión
Del 12 de agosto al 12 de noviembre van mucho más que tres meses. En el caso de Wissam Ben Yedder, diez goles y muchas sensaciones bien distintas a aquella noche africana en Tánger. El delantero franco-tunecino, hoy endiosado desde fuera y desde dentro del club, quedó muy señalado cuando tuvo la oportunidad de lanzar un penalti que hubiera metido al Sevilla en la prórroga de la Supercopa de España ante un Barcelona que ganaba por 2-1 pero que no pasaba por sus mejores momentos.
De hecho, puede decirse que Ben Yedder estaba en las quinielas para abandonar en aquellos días posteriores a la disputa del primer título de la temporada en España la disciplina del Sevilla. De haber llegado una oferta convincente, la intención del club era aceptarla para, con ese dinero, ponerle a Pablo Machín en sus manos al perfil de delantero que demandaba, más parecido a Stuani y a un Andre Silva que ya estaba en la plantilla. De hecho debutó con una buena media hora de juego en aquella noche negra (además en el día de su cumpleaños) para Ben Yedder.
Machín, y el propio técnico lo ha reconocido esta semana, quería otro tipo de delantero. No le llenaba ese fútbol de ratón de área y de movimientos en espacios cortos en los que el galo es especialista. Así, con el runrún de nombres como Batshuayi, Kalinic, Mariano... en la tercera planta del estadio Ramón Sánchez-Pizjuán surgía una diatriba de carácter eliminatotorio: o Muriel o Ben Yedder.
El colombiano había tenido una actuación interesante ante el Barcelona, en la que, además, había dado el pase de gol del 0-1 a Sarabia. Machín no lo veía como punta de referencia, pero sí en esa segunda posición en la que, en el esquema inicial de 3-4-2-1, podía alternar con Sarabia o Franco Vázquez.
Y eso dejaba a Ben Yedder en una posición de desventaja. Además, pese a haber firmado siempre buenos números, nunca había sido un delantero que hubiese agarrado la confianza de los entrenadores. Ni Sampaoli, ni Berizzo, ni Montella lo tuvieron como primer espada y Caparrós, a medias, puesto que de cuatro partidos fue titular en la mitad, en dos. Eso sí, marcó tres goles.
En Francia circulaba su nombre a diario y el Marsella se erigía en el mayor candidato a apostar por él. Zubizarreta llegó a hacer una oferta, pero no llegaba a lo que el Sevilla quería. En cierta presentación Caparrós lo puso en valor asegurando aquello de que no saldría si alguien no llegaba “con el taco gordo”, considerándolo “mundialista” y campeón del mundo, puesto que, según el utrerano, había sido un descarte a última hora de Deschamps. Un discurso claramente destinado a ponerlo en el escaparate, pues no llegó a declararlo intransferible y ni siquiera se refirió a su cláusula. Simplemente, que saldría “por una buena oferta”.
Evidentemente, una buena oferta era una cifra por encima de los 20 millones de euros que no llegó al final, aunque las tornas cambiaron de la noche a la mañana cuando, mientras iba metiendo goles en la fase de eliminatorias de clasificación para la Europa League, una actuación decepcionante de Muriel en Olomouc ante el Sigma con una ocasión muy clara rematadamente mal definida en la última ronda abrió la caja de los truenos en contra del colombiano.
Las redes sociales ardieron tanto que el Sevilla –y es de suponer que también Machín– cambió de planes. El Sevilla entró en contacto con el Sporting de Portugal para ceder a Muriel, operación que, con los clubes de acuerdo, echó para atrás el propio futbolista. Ben Yedder, por tanto, había ganado una batalla, pero no la última.
Quedaba aún convencer al entrenador de que tenía sitio en el once a pesar de que André Silva había empezado como un tiro y lo hizo en una actuación ante el Standard de Lieja en el estreno europeo. Hizo dos goles esa calurosa tarde, para tres días después entrar en el once en la Liga ante el Levante y anotar otros tres. A partir de ahí, la historia ya es conocida.
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