Jesús Alba
Cuando el reloj se pare
Sevilla-Cádiz | La Previa
Largo. Largo se está haciendo y más largo que se va a hacer... En el Sevilla darían algo por no tener que pasar por el trance de disputar estos partidos que pueden quitar más que dar y en los que –como ha avisado Quique Sánchez Flores– no sería justo valorar ciertas cosas cuando las reglas del juego han cambiado. El fútbol sin objetivos no existe y los profesionales no lo entienden. Tratar de explicárselo a los que lo miran desde fuera es una misión imposible. Es como que el que ha jugado al fútbol sabe perfectamente cómo puede acabar una determinada situación del juego –porque lo ha visto repetido y lo ha vivido mil veces– y el que lo más redondo que ha visto es un barco no lo podrá comprender jamás por mucho que trate de sentenciar tratando de convencer a los demás.
Este club no se ha destacado precisamente por acostumbrar a su gente a vivir partidos sin nada en juego. Los mayos del sevillismo han sido otros mayos. Llenos de ilusión y mariposas en el estómago, un aficionado malacostumbrado a finales se tiene que tragar un Sevilla-Cádiz en el que lo único que hay en juego es la salvación del equipo amarillo entre dos efemérides de campeonato en la historia sevillista: un día después del aniversario de la final de Turín y un día antes del de la de Glasgow.
Es un mayo descafeinado a todas luces, sin sabor y sin la sal de la competición que deja un cuerpo extraño en el sevillista cuyo único interés ahora mismo es saber quién será el entrenador de la próxima temporada en un club en el que ni siquiera se sabe a ciencia cierta el tiempo que aguantará con el presidente en su sillón.
La conexión con Quique Sánchez Flores cada semana que pasa se torna más fría. A tenor de las palabras del entrenador que logró salvar a la entidad de unas llamas que podían haber calcinado todas la estructuras imaginables, cada vez hay más distancia entre la cúpula de dirección y el vestuario del entrenador. El madrileño se desmarca de cualquier planificación –si es que están planificando algo– cada vez que le preguntan y la duda que asalta al espectador que trata de verlo con un mínimo de perspectiva es qué entrenador les gusta o les sirve a los actuales gestores deportivos.
La descafeinada cita ante el Cádiz llega entre dos efemérides de finales gloriosas en Turín y Glasgow en 2014 y 2007
La obligación es ganarlo todo, pero instintivamente el profesional no compite igual sin un objetivo
Pero bueno, todas éstas son dudas que se irán resolviendo en los próximos meses. Lo que pasa es que el sevillista no está habituado a estar en tierra de nadie y se inquieta ante este desierto en el que le es sumamente fácil desorientarse y obligado desesperarse.
Con todo, la obligación es intentar ganar y tratar de sumar los máximos puntos posibles. Nadie se puede creer que el Sevilla, en su actual estado, va a ganar los tres partidos que quedan, por lo que hay que asumir que no llegará ni a los puntos de la Liga pasada. Todo un éxito en la primera temporada de la nueva dirección deportiva.
Y después de todo esto, se podrá decir cualquier cosa –o barbaridad– si los puntos se los lleva el que los puede utilizar para algo provechoso, en este caso el Cádiz, que se jugará la vida en cada balón desde el momento en el que Ortiz Arias dé el pitido inicial. Al fin y al cabo, fútbol es fútbol y cada cual vive un mayo diferente. Los del Sevilla... ¿cuándo volverán?
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