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Los caminos de Jesús Navas son inescrutables

Sevilla-Celta | Contracrónica

La intempestiva sanción a tres canteranos provocó el gol de otro canterano para tributarle un triunfo de despedida a la mayor leyenda del Sevilla labrado sobre sus lemas

Jesús Navas: "Me daba igual no poder andar, por este escudo hay que darlo todo"

Jesús Navas es manteado por sus compañeros al final del encuentro. / Antonio Pizarro

Fue como si Winston Churchill apareciera en Nervión con un altavoz de latón y arengara a un Sevilla derrotado por las contingencias negativas. La lesión de Sow fue sólo el proemio de la intempestiva sanción a tres canteranos con visos de titularidad en el último partido de Jesús Navas en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Pero los caminos del legendario futbolista, como los del Señor, son inescrutables. Precisamente el cúmulo de infortunios que amenazaban con emborronar su adiós de Nervión dotaron de más épica al tributo:sangre, sudor y lágrimas... y también el esfuerzo, ese concepto olvidado del apotegma que creara el dirigente británico para alentar a los suyos frente a los bombardeos nazis.

Jesús Navas sudó, se esforzó, sufrió... y hasta sangró. Fue estremecedor verlo en el banquillo, con la rodilla sangrando por el accidental golpe que había sufrido en la primera parte, desgañitándose al final del partido en cada balón colgado del Celta o en cada contraataque del Sevilla. Quería ganar y no sólo por la vanidad de que se recordara su última cita en el coliseo de Eduardo Dato con un triunfo, sino porque siempre jugó con el afán de la victoria entre ceja y ceja, con su mirada de limpio azul fijada en la portería contraria que tantas veces sufrió el bombardeo de su ya cascada pierna derecha. La Naturaleza tiene sus leyes y no perdona. Y Jesús Navas tiene sus caminos y éstos señalaron hacia la victoria por la senda que más gusta por Nervión. La cantera salió al rescate de un equipo perdido.

Sin José Ángel Carmona, Juanlu ni Isaac por un quítame allá esas pajas del último derbi, una sanción que es reflejo fidelísimo de esta sociedad de viejas de visillo, delatores y piel fina, el partido se abrió de par en par para que entre García Pascual y Manu Bueno le cambiaran su sino a una tarde que amenazaba galerna de las Rías Baixas y terminó en noche triunfal hispalense, con Jesús Navas dando la vuelta al ruedo en plan torero con el terno mínimamente manchado de sangre –que no se pierda la elegancia– entre vítores y recuerdos a los héroes caídos.

Se paró el palaciego, todo lágrimas y sollozos con el trasfondo del griterío de emoción, en Gol Sur para besar el césped. Justo donde cayó su queridísimo amigo Antonio Puerta la malhadada noche del 25 de agosto de 2007, tres días antes de su fallecimiento el 28 de agosto de aquel año. Sus ojos, siempre límpidos de autenticidad, volvieron a fruncirse en Gol Norte, cuando enarboló su camiseta con el dorsal 16 señalando al cielo para recordar a su compañero de generación, al que tantas y tantas veces recordó llevando sobre su liviana espalda un número de tantísimo peso. Con qué honor lo hizo siempre. Hasta tapó su nombre en ese gesto para que fuera una entrega de generosidad pura: el tributo vicario a Puerta y también a Reyes, otro compañero caído en su camino de obstáculos emocionales.

Claudio Giráldez había expresado su deseo de arruinar la fiesta. La retranca gallega se vio vencida por el peso de su apellido. Era el día de Jesús Navas. Jugó su partido septingentésimo cuarto (704). ¡704 partidos! Y no había quien pusiera más piedras en el camino que las que se pone este Sevilla tan falto de enjundia.

A Jesús Navas lo homenajearon la cantera del Sevilla y los lemas del club. La casta, el coraje, el nunca rendirse... Cuando parecía que el Celta obligaría a la rendición, García Pascual cambió los pitos a Iheanacho por rugidos de bravura. Y Manu Bueno completó el milagro con un zurdazo que hizo temblar los cimientos de Nervión. Un lugar por donde nunca volverá a dejar su estela veloz Jesús Navas. Que su legado quede grabado sobre mármol en el frontispicio del Sánchez-Pizjuán.

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