Sin general y sin invierno

sevilla - leganés | el otro partido

Sarabia se erige como mariscal de campo en un encuentro en el que el Sevilla padeció sudores fríos para imponerse a un estepario Leganés

Las imágenes del Sevilla-Leganés
Las imágenes del Sevilla-Leganés / Antonio Pizarro
Miguel Lasida

29 de octubre 2017 - 02:34

La de anoche era una fecha importante para el Sevilla; para el calendario, también. Antes de empezar el partido, los aficionados que acudieron al Sánchez-Pizjuán se recordaban unos a otros el retraso de la hora para adecuarse a la estación invernal. No era para menos. El encuentro daba comienzo un caluroso 28 y terminó un 29 que se presenta igual. Calor en los prolegómenos de la fiesta de los Difuntos. Y por mucho que el césped del coliseo nervionense y el color de la pelota hayan tomado el tono adecuado a la estación que se avecina, la gente se preguntaba: ¿y el invierno dónde está?

Del pensamiento acerca del aire a la inquisición sobre el césped. El balón apenas había echado a rodar. Sin Banega, sin Ganso, con N'Zonzi dispuesto en paralelo con Pizarro en la medular, a los hinchas sevillistas los mortificaba una nueva pregunta que lanzaban en aviones de papel al banquillo local. Señor Berizzo, nada más ver su once sin mando ni estandarte, sin galones ni inspiraciones en la región media del terreno, ¿aquí dónde está el general?

Pero había diseñado un plan, claro que sí. Pese a que a los más escépticos pretendieran interpretar el concierto de Navidad con esporádicas demostraciones de trinos y silbidos desde las gradas, había una hoja de ruta. A pesar de que la planicie y la lentitud predominaran como nubes en el mapa de isobaras sevillista, la luz estaba en el campo. Tenía que estar, aunque antes había que esperar el hueco, el desajuste del movimiento uniformemente armonizado de las huestes de Asier Garitano. Ni siquiera hizo falta el error ajeno. Un arrebato de valentía, la pérdida de miedo del riesgo a fallar, inspiró a Sarabia para encontrar el carámbano más preciado justo en la vertical. Asistencia a Ben Yedder y 1-0.

Sin invierno y sin generales, el futbolista madrileño se invistió a sí mismo los galones de mariscal de campo, unos méritos que no siempre le reconoce su técnico con minutos en el terreno de juego. A Sarabia le da igual el puesto desde donde le toque dirigir su función. Siempre cumple con nota. Y eso que anoche había enfrente una malla de jugadores impenetrables, los del Leganés, como las arenas de un desierto, como las arideces de la estepa rusa, aquella misma contra la que se toparon la Gran Armada napoleónica y la guerra relámpago hitleriana.

En las gradas el frío era escaso, aunque las temperaturas fueran decayendo conforme la noche iba cerrándose. Fue quizá una brisa la que empujara a Szymanowski al suelo del interior del área defendida por David Soria, que no pudo hacer nada para atajar el gol del argentino. El 1-1 fue un jarro de agua gélida.

El juego del Sevilla seguía siendo lento y previsible, plano y romo. Una especie de sopa viscosa que, desde el fondo de la nevera, está a poco de entrar en el punto de congelación. Tuvo que reaparecer nuevamente el mariscal Sarabia para caldear a los suyos con un golazo que retiraba la escarcha de las pestañas del hincha. El júbilo duró lo que la paciencia del sevillista de a pie. Porque a la contra tampoco carburó. A la máquina le falta un anticongelante.

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