Jesús Alba
Cuando el reloj se pare
Sevilla/El Sevilla parece querer rizar el rizo. Empadronado en una inquietante deriva, el proceso de autodestrucción tapa las tímidas señales a las que se agarran los optimistas. Buenas intenciones, pero lo de siempre: peores sensaciones.
El anuncio de la probable venta de Ocampos, un jugador que es verdad que parecía haber tocado techo en el Sevilla pero que al menos es el único con algo de carácter, de alma, y de esa chispa que hace recular a los rivales, es la última broma que debe asimilar el aficionado, que acepta este tipo de situaciones a cambio de que el sustituto al menos ilusione, aunque sea mínimamente. El Sevilla, no se sabe si interesadamente, filtró el nombre de Memphis Depay, algo que el tiempo ha enfriado, pero, sobre todo, más que el tiempo, la cara que debió poner el neerlandés cuando sus agentes le explicaron que su suedo debía bajar no a la mitad, sino a la tercera o a la cuarta parte.
De todas formas, en la situación actual del Sevilla, lo único que le hacía falta es tener a una estrella de diamantes en la oreja y una inestabilidad personal por donde se le está yendo la inmensa calidad que tiene. Una realidad es que nadie en la afición cree que el equipo de Víctor Orta sea capaz de encontrar algo potable en la situación requerida fuera de mercado –sin equipo– y con telarañas como casi lo único que mostrar en la caja fuerte.
Y otra realidad es la pesadilla que marca la clasificación, que no se va a mover hasta que pase el parón liguero y jueguen las selecciones su primera jornada FIFA. Hay apuestas sobre cuánto va a durar el optimismo y la ilusión de García Pimienta y cuándo surgirá el primer roce, porque estar en puestos de descenso no trae otra cosa que caras largas al darse los buenos días y, a la mínima excusa, el primer roce. De momento en eso no hay temores. La relación es inmejorable y hay plena confianza en las manos en las que los gestores han puesto el barco.
Lo difícil vendrá si la afición sigue pidiendo dimisiones mirando al palco y la situación no cambia. Y se seguirá repitiendo si los resultados no llegan pronto.
Fuera de Sevilla, no se explican cómo este club ha llegado a esta situación. No se entiende la obsesión por desmantelar una plantilla incluso regalando internacionales y hasta cuesta creer que la situación sea tan grave que tenga que ser así porque los salarios son insostenibles e impedían incluso inscribir a los nuevos refuerzos.
Hacía muchísimos años que el Sevilla no firmaba un mercado como el que ha cerrado. Apenas 8 millones de gasto en fichajes, 4 de ellos empleados en un melón por calar, un jugador de Segunda como Peque, y otros 4 en la mitad de los derechos económicos de Agoumé. Tela. El resto, todos jugadores libres o cedidos.
El sevillismo empieza a entender que está abocado a vivir la tercera temporada con el objetivo de luchar por la permanencia, pero claramente con muchísima menos calidad en la plantilla. Alarmantemente menos.
Mientras, el presidente dejaba elíptico el objetivo en su respuesta en el acto en la Catedral. Si ni siquiera es volver a Europa una aspiración, quiere decir que todo lo que sea merodear la mitad de la tabla será digno de aplaudir, porque reconocer que evitar el descenso es el objetivo puede provocar un terremoto que sabría aprovechar muy bien su padre y principal amenaza para seguir en el cargo.
Un futuro inquietante que hace dudar hasta a los optimistas, que no hay por qué dejar de serlo.
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