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La emoción del último partido con público

Sevilla - Rayo Vallecano

El Sánchez-Pizjuán no abre sus puertas a su afición desde el 1 de marzo de 2020, día del vibrante Sevilla-Osasuna

En-Nesyri canta con rabia el 3-2 contra Osasuna en el minuto 93. / Antonio Pizarro

Fue el 1 de marzo de 2020. En un soleado mediodía dominical, el Sevilla se medía a Osasuna ante 31.182 espectadores, una entrada escasa por el poco atractivo del rival. El equipo de Lopetegui se había puesto además con un claro 2-0 en el marcador y la expulsión del meta Sergio Herrera en la segunda parte invitaba al insustancial reposo del tedio. Pero todo se torció con un cabezazo de Aridane y un penalti por una de esas manos que nuevamente se han reinterpretado para limar los abusos del rigorismo reglamentario. De pronto, el aburrimiento dio pie a la emoción y Nervión estalló con el gol de En-Nesyri en el minuto 93. Lo rutinario se convirtió en extraordinario. Y apareció el virus.

Una semana después, el Sevilla visitó al Atlético ante 60.000 espectadores. Fue otro vibrante partido que terminó con 2-2. Y en la semana en la que se prometían emociones fuertes en Nervión, con las visitas de la Roma y el derbi, llegó el confinamiento: la sociedad entera echó el telón.

Hoy podrán comparecer en el Ramón Sánchez-Pizjuán, casi un año y medio después, 15.794 socios, si todos los inscritos se envalentonan y desafían el calor reinante aun en la anochecida agosteña. Ni siquiera la mitad que aquel mediodía vibró con su equipo con aquel triunfo in extremis. No ha sido necesario el sorteo por muchas circunstancias. Las restricciones retraen a muchos aficionados que añoran el fútbol de toda la vida. El rival, como aquel Osasuna, tampoco invita al sacrificio de ir al estadio con una mascarilla –ha de ser FFP2–, sin poder fumar, ni comer a la hora de la cena, casi sin poder expresarse como siempre se hizo en el fútbol; y el engorroso camino digital para inscribirse tampoco induce a ir al fútbol en un impulso de última hora.

Todo está reglamentado, condicionado y apenas existe el prurito de ver a los nuevos fichajes en el césped de Nervión. Ni Dmitrovic ni Lamela, los únicos inscritos por ahora, apuntan a la titularidad. Pero en este tiempo ya demasiado largo de mohína, noticias inquietantes, coerción, normativización y hasta discriminación digital –el club ha habilitado una taquilla para las previsibles incidencias del carné virtual– es una grandísima noticia que el fútbol vuelva a recordarnos la esencia social y vitalista del ser humano. El sevillismo, aun en su parca representación, volverá a sentirse un colectivo vivo. Que luego haya tedio o emoción ya depende de lo azaroso del fútbol. También del talento de los futbolistas. Que ruede el balón.

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