La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lección de Manu Sánchez
Desde mi córner
QUEDAN nueve puntos en el aire y a cinco está el Cádiz de la salvación, de lograr un milagro como uno de los que conseguía Manuel Irigoyen. La grada del Carranza coreó el “se puede, se puede” en el angustioso mediodía con el Getafe y la fe puede mover montañas, pero la montaña se antoja demasiado alta. La cumbre la marca el Celta y el primer tramo de la escalada se fía para las siete y media en todos los relojes de Nervión.
El Cádiz no sabe a qué sabe ganar en Nervión y eso ha de lograrlo hoy para esperar con ansiedad que los vigueses no hagan lo propio mañana en casa ante un Athletic con los deberes prácticamente hechos. Y a todo esto, ¿cuál es el papel del Sevilla en este embrollo de hoy en Nervion? Bajo la obligación en deporte de intentar siempre el triunfo se trata de una encrucijada en la que confluyen muchas sensaciones con el acento puesto en la situación que agobia a un club querido.
Son especulaciones, nada más que especulaciones al calor de un avant match inquietante para la tropa cadista. El Sevilla no puede emborronar un poco más este curso dejándose ir. Acabar la temporada de una forma digna es de obligado cumplimiento por muchos lazos sentimentales que una a ambos clubes. El deficiente Sevilla del sábado en Villarreal tiene la necesidad de ofrecer una imagen que le sirva de especie de quite con el que hacerse perdonar tantos devaneos.
Nunca ganó el Cádiz en Nervión y necesita hacerlo hoy para vivir unas horas ilusionado en la esperanza de que en Balaídos suene la flauta. Y la verdad es que la flauta hay veces que hasta suena y ¿por qué no va a sonar esta vez? En el deseo de toda la suerte del mundo para el Cádiz, lo de hoy en el coliseo de Dato es una cita con la cafinitrina bajo la lengua y sin el concurso de aquel irrepetible Manuel Irigoyen que de banderillero de Mondeño pasó a salvador del Cádiz.
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