Un desastre sin saber a quién mirar (5-1)

Eibar-Sevilla FC · la crónica

El Sevilla es humillado por el Eibar, que explotó las facilidades de un equipo sin tono físico y que pronto huyó de la lucha

Montella pasó de no rotar a meter a cuatro jugadores inactivos y el juego colectivo lo acusó

Las imágenes del Éibar-Sevilla FC
Nico Pareja, con Sergio Rico al fondo, tras el gol del Éibar / EFE
Juan Antonio Solís

03 de febrero 2018 - 16:33

El Sevilla tan pronto abre la espita de la ilusión entre los suyos como los condena al sonrojo. Tan pronto tumba con un global de 5-2 a todo un Atlético de Madrid que encaja su cuarta manita de la temporada en el escenario paradigmático de la modestia, Ipurúa. Su derrota, la quinta en las últimas ocho jornadas, lo lleva a sentir el aliento de los aspirantes a arrebatarle la sexta plaza.

El sevillista no sabe a quién mirar primero. El dedo acusador dispara a discreción. Como autor del pastiche de alineación que saltó a la mojada hierba eibarresa, el primero que debe excusarse es Montella. El hombre no ha tenido término medio. Ha pasado de jugar media docena de partidos con prácticamente el mismo equipo inicial a introducir de golpe a cuatro jugadores con las piernas gélidas de la inactividad: el convaleciente Nico Pareja y tres de los cuatro refuerzos invernales, Layún, Roque Mesa y Sandro. Añadan a esa temeraria apuesta el desgaste en las piernas y la distracción mental de los habituales que seguían en el once (Escudero, Lenglet, N’Zonzi, Sarabia...), más las dudas de Sergio Rico en la portería y tendrán un enemigo idóneo para darse un festín. Lo de ayer supo a inevitable.

El Sevilla empezó el partido un gol abajo. No se había cumplido el primer minuto y ya explotó en toda su crudeza el bajísimo estado de forma de alguien que ha estado más de cuatro meses sin competir, Nico Pareja. El central zurdo Arbilla se quitó de encima un balón con tanto efecto que, en su combado vuelo por la banda, se envenenó. De repente, el delantero Kike García la recibió en el extremo dispuesto a esprintar hasta el palo derecho de Sergio Rico si el central más cercano, Nico Pareja, no lo impedía. Y no lo impidió. El argentino, en lugar de encimar al eibarrés y dificultar su progresión, fue reculando y reculando hasta dejar a Kike ante Sergio Rico. El punta soltó un violento zapatazo al techo de la portería que un buen portero con confianza repele. De hecho, Sergio Rico ha desviado muchos balones similares al sacar la mano con celeridad. Pero el competente guardameta sevillano está ahora mismo enredado en sus dudas.

A buen seguro que Mendilibar ordenó a los suyos salir a apretar como posesos desde el primer tañido en busca de ese gol que empezara a convencer a los sevillistas de que su lucha preferente estaba en lo que se anuncia para el miércoles en Nervión. Y su propósito encontró una respuesta inmejorable cuando aún no se había cumplido el primer minuto.

Efectivamente, ese tanto sonó como un golpe seco al mentón del Sevilla. La extravagante tripulación de Montella soltó amarras con una vía de agua abierta en su casco. Y lo que sucedió fue la crónica de un naufragio lento, doloroso, de hora y media.

Ni un apunte positivo de Layún en el lateral derecho, descolocado casi siempre; ejercicio de impotencia el del capitán Nico Pareja a su lado, abrazando a los delanteros más que un costalero al salir de las trabajaderas, sin el mínimo vigor para el cruce, el choque, los giros; ejercicio de absentismo el de Lenglet y Escudero, sin saber si fue antes las piernas o la cabeza; fuera de sitio Roque Mesa, que trató de compartir el eje con N’Zonzi y lo que compartió fue una sonrojante papeleta con el gigante francés, cuya imprecisión en el pase refleja que las piernas no están ya tan frescas.

Sandro, la cuarta y última novedad, pululó desde la izquierda con cierto sentido y de él brotó lo único positivo de las cuatro novedades. Pero ayer era imposible debutar con buen pie, visto el decorado.

El Eibar detectó las numerosas debilidades sevillistas y fue con determinación a brindar a su gente una actuación que no olvidarán. Porque los armeros también jugaron lo suyo. En su segundo gol, de hecho, hubo más virtudes propias que defectos ajenos, que los hubo. Fantástico control de Charles en otro despeje en largo que se envenena, Inui entra como un punzón en el área, José Ángel hace un recorte de clase ante Sarabia y la pone con el exterior al segundo palo, donde Lenglet no llega (nunca llegó) y Orellana remacha (17’).

Si el costado derecho de la zaga fue un chollo por dos trecién incorporados como Layún y Pareja, el izquierdo no lo fue menos con dos puntales como Lenglet y Escudero que, insisto, están saturados mentalmente y con las piernas muy cargadas. Ojo al miércoles, porque las miradas convergerán no sin razón en Sergio Rico (suicida sería para el sevillismo que resuenen críticas a su portero durante el juego) y sinn embargo, con el balance defensivo de los cuatro que tenía por delante, salir indenme era una quimera.

De nada le sirvió al Sevilla que el colegiado tinerfeño Trujillo Suárez le echara una mano y lo levantara de la hierba con ese amable penalti por unas manos de Dani García que nada pudo hacer por quitarlas tras el toque de Sandro. Sarabia marcó (22’), pero poco después, otra indecisión de Sergio Rico al no salir a una dejada de Layún acabó en un córner que volvió a retratar a Lenglet en su blanda marca a Ramis (31’).

Aun siendo muy inferior el Sevilla, pudo reabrirse el debate con la entrada de Banega por Roque Mesa poco después de la reanudación. En los dos primeros lances del regista argentino, el juego ya empezó a fluir. Pero Orellana aprovechó otra tarugada entre Lenglet y Pareja para hacer el cuarto (61’) y, pese a alguna briosa cabalgada de Muriel, todo estaba zanjado. O casi: Arbilla consumó otra manita y alentó el ruido alrededor de Sergio Rico. El Leganés lo sabe. Nervión tiene la palabra.

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