¡No culpen al zapatero remendón!

Sueños esféricos

Los deslices de Mendilibar han sido más consecuencia que causa en un club viciado

José Luis Mendilibar, en el banquillo el pasado sábado.
José Luis Mendilibar, en el banquillo el pasado sábado. / Europa Press

LOS remiendos se han perdido de nuestras vidas como las lámparas de aceite. Hace décadas, el personal aguantaba los pantalones, calcetines y zapatos lo que hiciera falta y más porque no quedaba otra, eso de comprar ropa por capricho era de pudientes y los zapateros remendones convivían en nuestro paisaje urbano con los limpiabotas o los cisqueros.

Que José Luis Mendilibar llegara al Sevilla para un delicadísimo remiendo y que las expectativas se quedaran cortísimas, obrando lo más parecido a un milagro, no le despojó de esa imagen de estar de prestado. En su temporada con la obra nueva, levantada sobre plano, mucho sevillista estaba detrás de la valla, con las manos cruzadas a la espalda y el periódico bajo la axila, y una mirada escéptica y sancionadora que amenazaba con romper en bronca al primer ladrillo roto. “¡Al viejo le viene grande esto!”.

Y yo opino desde este mi rincón que el atropellado manejo de Mendilibar en la mayoría de partidos de esta temporada, más que una causa, es una consecuencia de la tóxica atmósfera que se respira en el club.

Mucho más urgente que la reapertura del mercado invernal para corregir las no pocas deficiencias en la planificación deportiva, es para el Sevilla Fútbol Club, S.A.D. una catarsis global, institucional, el próximo noviembre. Apenas hay oxígeno en la hermética sala de mandos y cuando falta el oxígeno en el riego sanguíneo, a ver quién es el guapo que toma una decisión lúcida para ese golpe de timón que tanto le urge a una institución cuyo entorno, o buena parte de él, también desestabiliza con su autodestructiva insatisfacción y una exigencia desproporcionada.

Al Sevilla le hace falta un buen desmarque de su asfixiante, por viciada, atmósfera. Un desmarque radical, nada de ojana, de la realidad que lo ahoga. Un desmarque sin mirar de reojo a qué dirá el hincha o el periodista influyente. Ese desmarque no pasa por un lavado de cara, otro rostro aseado. Sería como ir de remiendo en remiendo.

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