Sin colmillo es imposible... o no

El Sevilla, que volvió a acusar las rotaciones en su juego, reincidió en su vocación clemente para mantener vivo a un moribundo, como en Las Palmas

El malaguista Iturra salta por encima de Nolito en un lance del encuentro en pugna por un balón aéreo.
El malaguista Iturra salta por encima de Nolito en un lance del encuentro en pugna por un balón aéreo. / Fotos: Javier Albiñana
Juan Antonio Solís

01 de marzo 2018 - 02:36

El partido acabó en un lugar temido por el 99% de los sevillistas: los puños de Sergio Rico. Los mismos que en la primera parte despejaron un balón de tibia complicación que acabó rebotado en la nuca de Lenglet, en una jugada a balón parado, que pudo acabar en un ridículo autogol. Cuando esa última acción no fue a mayores y Del Cerro Grande pitó tres veces, el sevillismo tomó una mayúscula bocanada de alivio. Muy similar a la de la última salida a Las Palmas tras esa última acción entre Calleri y Gálvez que pudo acabar con otros dos puntos por el sumidero.

Esas dos sufridas victorias, que van a mantener al Sevilla en puestos europeos y alienta levemente el sueño de Champions al recortar a 8 la desventaja con el Valencia, discurrieron por derroteros similares: enfrente dos enemigos, Las Palmas y Málaga, que evidenciaron con sus carencias tácticas, técnicas y hasta físicas por qué van a luchar por la salvación con otros dos que tal bailan, Levante y Deportivo; el Sevilla que sale mejor; el Sevilla que se adelanta en el marcador; y el Sevilla que acaba mostrándole al enemigo que en su dentadura no tiene colmillos, que su sangre apenas hierve y que su incompetencia para sentenciar a un moribundo es palmaria.

La jugada que precedió a ese despeje postrero de Sergio Rico fue el enésimo canto a la candidez. Ese tiro blando del Mudo Vázquez que atajó un entregado Roberto fue el coherente broche al encuentro que volvió a perpetrar el Sevilla en La Rosaleda.

Esta vez no pudieron argüir los de blanco y rojo que el coliseo malagueño era una hervidero de odio y animadversión a todo lo que olía a sevillano. No fue aquella tarde de primavera de 2003 en que el Sevilla de Caparrós acudió en la penúltima jornada con opciones de jugar la Copa de la UEFA y se dejó remontar por aquel Málaga de Darío Silva y Canabal entre el delirio blanquiazul; o aquel partido de la Liga 13-14, la de la primera Liga Europa con Unai Emery, en que los goles de Samu García y Duda en el cuarto de hora final remontaron el 1-2 que habían facilitado Bacca y Fazio; o el doloroso 4-2 de la pasada temporada, con un tal Sandro disparando la temperatura ya de por sí alta de la caldera malagueña. No. Esta vez La Rosaleda estaba semivacía. Y taciturna. Sólo reaccionó, y levemente, con la entrada de En-Nesyri.

Ni por ésas se enseñoreó el Sevilla del partido. Los recelos que despertó la condicionada alineación de Montella, que recordaba a la del desastre de Éibar, quedaron confirmados punto por punto: entre los fichajes de invierno, Layún, con una amarilla muy pronto, destapó la zona blanda a la que acudió Rolan, mientras que Arana, en su debut, no se complicó jamás y al menos no erró atrás; súmenle a ello el plomo acumulado en las piernas de Sarabia y Banega, el pequeño tanque de gasolina de Nolito y la desidia de Correa y Ben Yedder, y la conclusión es rotunda: un moribundo con dos jugadores con pinta de honorables retirados, como Iturra y Lacen, en el eje se sostuvo en pie hasta el final.

No hay colmillo. No hay mala uva. Falta punch. Sin esos aditamentos es imposible salir victorioso en campos de Primera. O no, si enfrente tienes a Las Palmas o Málaga.

Arana, un debut sin errores y sin destellos

Se demoró mucho, pero al fin llegó el debut de Guilherme Arana, a sus 20 años elegido como mejor lateral izquierdo del Brasileirao 2017. En su toma de contacto con su nuevo equipo se cuidó muchísimo de cometer errores y apenas arriesgó en el pase. La mayoría de ellos fueron en corto y a asegurar, pero mostró cierta visión para la combinación de primeras con zonas interiores. No baja la cabeza. Sólo se proyectó una vez, en el minuto 60, pero se pasó de rosca con su centro al segundo palo.

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