El ya clásico exceso de respeto al grande (0-2)
El Sevilla sufre una dura derrota contra el Barcelona por la sencilla razón de que, una vez más, no fue fiel a sí mismo cuando se mide a uno de los trasatlánticos de la Liga
Dembélé y Messi aprovecharon el miedo local
Así hemos contado el partido
El Sevilla no se siente un grande, grande, ni muchísimo menos. El conjunto de Julen Lopetegui decepcionó a todos los suyos con el exceso de respeto a un equipo que tal vez no esté en su mejor momento, pero que sí sabe convivir con el orgullo de estar obligado a conquistar todos los torneos en los que participa, entre otras cosas porque aún tiene a Leo Messi en sus filas. Los sevillistas sólo se parecieron al equipo que alegra casi siempre a los suyos en la indumentaria, el resto fue completamente diferente, incapaz de dar de un paso adelante, de mostrar siquiera un síntoma de rebeldía ante las circunstancias.
Lo peor de todo es que la situación no es nada nueva ya en la trayectoria de este Sevilla tan poderoso y tan piropeado en las dos últimas temporadas. Llegan algunos partidos claves contra escuadras de postín, sobre todo en la competición nacional, y los sevillistas las afrontan con la sensación de estar arrugados, de no creer de verdad en el nivel que sí demuestran en otras citas de esta Liga. Le sucedió contra el Real Madrid, con el que repitió un juego casi idéntico al del curso anterior también, igualmente le pasó en la visita al Wanda Metropolitano y ahora frente al Barcelona.
El Sevilla transmite la sensación de estar varios escalones por debajo, algo que no tiene nada que ver con su situación clasificatoria y con su desempeño en el resto de los litigios. Absolutamente nada que ver, además, pues los futbolistas parten con una idea de conjunto menor, con la sensación de estar pendientes de lo que pueda hacer el adversario e incapaces siquiera de rebelarse contra las circunstancias para, al menos, irse a las duchas con la cabeza alta y con la sensación de haber peleado de tú a tú.
Pero no, en este tipo de encuentros al más alto nivel, la tropa de Julen Lopetegui parece que parte con la consigna de dejar pasar el tiempo para tratar de sorprender al rival en una jugada aislada y así, sin tomar el mando, como suele hacer casi siempre, es sencillamente imposible ser fiel al patrón habitual. Tal vez la única excepción en este discurrir estuviera en la primera vuelta en el Camp Nou, donde Luuk de Jong, por ejemplo, fue capaz de presionar la salida del balón desde Ter Stegen desde el minuto uno hasta que todo quedó finiquitado con unas tablas en el tanteo.
La congoja que transmitió el Sevilla, lógicamente, también sirvió para que el Barcelona se fuera envalentonando. El dominio de Messi y compañía era absoluto, tanto que abarcaba incluso al juez encargado de tomar las decisiones a la hora de sancionar. En ese sentido, llama poderosamente la atención que el argentino no viera la segunda cartulina amarilla antes del intermedio, cuando realizó una falta, sancionada, cortando una salida al ataque de Koundé. Pero tampoco es cuestión de centrar el análisis en ese error, importante, de Hernández Hernández, entre otras cosas porque por mucho menos se fue Joan Jordán al vestuario en cierto partido en Los Cármenes contra el Granada.
Ni siquiera merece esa jugada en concreto convertirse en el parapeto sobre el que pueda taparse este Sevilla tan discreto y timorato. Ante el cambio de sistema del Barcelona, que optó por plantear el juego con tres centrales claros y con Dest y Jordi Alba en los dos carriles, el Sevilla apostó por Luuk de Jong arriba para desahogar a los suyos cuando éstos se sentían agobiados con la presión azulgrana.
Craso error, la mayoría de las pelotas que buscaba el holandés, aunque fuera capaz de tocarlas, pasaban a poder del Barcelona de nuevo. Y lo que sí se traducía de todo era que el plan consistía en correr menos riesgos de los habituales en la salida del balón, algo que es una seña de identidad de este Sevilla tan bien trabajado y que esta vez no tendría nada que ver con el juego desarrollado.
En tales circunstancias, el Sevilla no tuvo ni siquiera una sola salida nítida. Tampoco el Papu Gómez ni Munir eran capaces de provocarla para dar al menos un respiro y, de paso, meterle algo de miedo al Barcelona. El cuadro local parecía el visitante y cada vez parecía más diáfano que al primer golpe todo el castillo se vendría abajo. Fue en una salida a pelear un balón dividido de Fernando, el brasileño se lo quitó a Lenglet, pero la continuación de la jugada por parte de Munir se ajustó al rendimiento del madrileño en toda la cita. Pelota perdida, le llega a Messi y éste aprovecha que el sistema defensivo sevillista se ha descolocado para habitar a Dembélé para el cero a uno.
Se había jugado sólo media hora, quedaba muchísimo tiempo por delante, pero el Sevilla fue incapaz de sobreponerse a ese primer golpe, entre otras cosas porque había entrado al juego cargado de prejuicios y miedos. Lopetegui, aún cabreado por la protesta en la acción de Messi antes del intermedio, trató de zamarrear el árbol en el intermedio. Cambió a tres futbolistas, pero nada varió, salvo el sistema de juego.
El Sevilla, ya con tres centrales, siguió mostrándose incapaz de dar un paso adelante para asustar al Barcelona. Al contrario, mientras Jesús Navas disparaba con nulo peligro, Jordi Alba y Dest sí coqueteaban con el gol definitivo. Después fue Messi quien le pegó arriba en una dejada de Dembélé y sólo Escudero fue capaz de conectar un cabezazo arriba cuando su entrenador había agotado los cinco cambios en busca de soluciones que jamás llegaba.
Lo que sí vino, lógicamente, fue un nuevo gol de Messi para dejar aún más noqueado a un Sevilla que pagó, una vez más ante los grandes, su timorato planteamiento. Duro golpe, pues, para quienes habían llegado a ilusionarse en exceso y nada que ver con la petición de Monchi en las vísperas. “Querer es poder”, había escrito el director deportivo. Los suyos, ni los futbolistas ni todo el cuerpo técnico, no le compraron el mensaje esta vez.
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