Buenos tiempos para la épica
calle rioja
Marta era de la generación del 92, como los hijos de Alberto y Ascen
El problema es sobre quién haces ahora un poema épico. Eso le decía Luis Alberto de Cuenca, el letrista de Loquillo y Gurruchaga, el estudioso de Catulo y Marcial, a Luis Sánchez Moliní. Hay unos héroes inesperados, involuntarios, atraídos por una fuerza telúrica, que siempre aparecen en esta última semana de enero. José Antonio Casanueva está a punto de cumplir 89 años y desde hace dieciséis, cuando empezaba a disfrutar de una merecida jubilación, no descansa ni un minuto en la tarea de encontrar los restos de su nieta Marta del Castillo (1991-2009) y alentar a la Justicia para que no deje dormir un caso que estremeció a una ciudad y a un país entero. Al revés que La Balada del Narayama, la película de Shohei Imamura que narra la solución terminal que se le daba a los ancianos en algunas zonas del Japón, el abuelo de Marta ha extraído fuerzas de flaqueza para sacarle los colores a los poderes públicos, para agitar el limbo de los indiferentes, y hacerle frente a la banalidad del mar. Ahí lo vemos hecho un chaval, como Paco Martínez Soria, sin perder la sonrisa, pero tampoco la entereza moral y la dignidad.
Marta era de la generación del 92, como los hijos de Alberto y Ascen
Mañana va a ser el primer 30 de enero en 27 años en el que no veamos en la Catedral de Sevilla ni en la calle Don Remondo a María Teresa Barrio Azcutia. La madre de Alberto, Paco y Teresa Jiménez-Becerril murió el pasado 23 de noviembre, festividad de san Clemente, a la edad de 92 años. El asesinato de Alberto y de Ascensión García Ortiz modificó las costumbres de toda su familia. Como José Antonio Casanueva, huérfano de su nieta, a María Teresa Barrio la dejaron huérfana de su hijo Alberto y su nuera Ascensión. Teresa Jiménez-Becerril regresó de Italia, donde había iniciado una aventura profesional, e incluso para abanderar el legado de su hermano asesinado ha sido diputada en el Congreso y eurodiputada.
José Antonio Casanueva y María Teresa Barrio son los nuevos héroes de un indiferentismo pasota y complaciente. A Marta se le perdió la pista el mismo día que la asesinaron, el 24 de enero de 2009. Ese día la Asociación de la Prensa de Sevilla celebraba su patrón, San Francisco de Sales, en el centenario de su fundación. Cada año en la misa en las Salesas dedicada a este teólogo que llegó a ser obispo de Ginebra y es patrono de los periodistas y escritores católicos, es inevitable pensar en lo que ese crimen tiene de retrato del fracaso de una sociedad. De sus jueces, de sus policías (se perdió un tiempo precioso con el garantismo de marras), también de sus periodistas. Ulises siempre miraba al mar y el abuelo de Marta siempre está mirando al río, sus correntías y canales, en la búsqueda de algún indicio de los restos de su nieta, ese rostro que sigue apareciendo angelical en los iniciales carteles de búsqueda. Los príncipes Felipe y Leticia, que llevaban cinco años casados, estuvieron en el Alcázar en el centenario de la Asociación de la Prensa. Nadie imaginaba en los dominios de Pedro el Cruel que se estaba produciendo una noticia devastadora por el dolor que iba a dejar. Han pasado los años, aquellos príncipes son Reyes de España y Marta sigue en paradero desconocido, con Miguel Carcaño burlándose de todo el mundo y soñando con el tercer grado.
El 30 de enero es un buen día para recordar a Santa Ángela de la Cruz en el aniversario de su nacimiento (30 de enero de 1846), para felicitar en sus respectivos cumpleaños al médico y novelista Paco Gallardo y al rey Felipe VI (el galeno y el monarca se llevan justamente diez años) y zamarrearle su mala memoria (que en realidad es buena humildad) a Gordillo, que un 30 de enero de 1977 debutó como futbolista del Betis saliendo por Cardeñosa (el Gordo por el Flaco) en un partido contra el Burgos de Juanito, con el que después se encontraría en el Madrid. Pero el 30 de enero en Sevilla pasa desde aquella lluviosa y fría madrugada de 1998 por la calle Don Remondo, ésa por la que salvo ese día por imperativo categórico procura no pasar nunca Teresa Jiménez-Becerril.
Marta del Castillo tenía seis años cuando dos sicarios de Eta asesinaron a Alberto Jiménez-Becerril, primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Sevilla y delegado de Hacienda, y a su esposa, Ascensión García Ortiz, procuradora de los Tribunales. Unidos para siempre en el callejero con vías perpendiculares muy cerca de la zona del río Guadalquivir en la que tantas veces se ha personado el abuelo de Marta para acompañar en las tareas de búsqueda de su nieta. Marta era una niña de la generación de la Expo 92, como los propios hijos de Alberto y Ascen: Clara, 8 años; Ascen, 7; y Alberto, 4. “Mis nietos fueron los que me salvaron a mí, no yo a ellos”, diría su abuela al recibir en su octava edición el Premio Contra el Terrorismo de la Fundación Jiménez-Becerril.
Alberto y Ascen se conocieron en la Facultad. Él entró en política muy joven y en la junta del Sevilla también, cuando presidía el equipo su tío Gabriel Rojas. Entró en el Ayuntamiento en 1987, segunda legislatura de Manuel del Valle, savia nueva como la de sus adversarios y amigos José Luis Villar, andalucista, y Luis Pizarro, de Izquierda Unida. Los tres nacidos en 1960, de la quinta de Antonio Banderas. Los mataron muy jóvenes, con toda la vida por delante y toda la muerte por detrás, como acostumbran los cobardes. Fue en el giro con la calle Cardenal Sanz y Forés. Dicen que el impacto de los disparos despertó a la madre de Alejandro Rojas-Marcos, el segundo alcalde con el que trabajó. Su trayectoria fue frenada en seco sobre un charco de sangre cuando era la mano derecha de la alcaldesa Soledad Becerril.
Marta vivía en la barriada Tartesos. Cuando la matan y se le pierde la pista en el piso de León XIII, sus hermanas Lorena y Mónica tenían 13 y 11 años, respectivamente. Un hogar el de Antonio del Castillo y Eva Casanueva con tres hijas. La misma composición familiar que el de Alberto y Ascensión. En los colegios donde estudiaban Marta y sus hermanas y Alberto hijo y las suyas se celebraba al día siguiente el Día Mundial de la Paz. Se eligió esa fecha en tributo a Mahatma Gandhi, benefactor de la paz, asesinado el 30 de enero de 1948. Justo cincuenta años después los etarras José Luis Martín Barrios y Mikel Azurmendi apretaron el gatillo en la calle Don Remondo sobre aquellos dos jóvenes que venían de tomar unas cervezas y compartir unas risas con amigos en el bar Antigüedades, en la calle Argote de Molina. “En la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas, y terminaremos a carcajada limpia”. Aparte de ser una grosería infecta, estas palabras de Ignacio de Juana Chaos no dejan de tener un tinte profético, casi adivinatorio de la dolce far niente con la que ahora se ven esos episodios de la violencia etarra. Como el propio caso de Marta del Castillo, hay más de trescientos crímenes de Eta que están sin resolver.
Junto al cadáver de Ascensión García Ortiz estaban tres claveles que la procuradora llevaba para que sus hijos participaran en la celebración del día mundial de la Paz con las bendiciones de Gandhi. Cuando se despertaron, sus padres no habían llegado, no llegarían nunca. 30 de enero de 1998, centenario de la pérdida de las colonias y del nacimiento de García Lorca (lo mataron como a Alberto y a Ascen). 24 de enero de 2009, centenario de la Asociación de la Prensa. La verdadera cuesta de enero: el dolor por los crímenes de Alberto y de Ascen y por el asesinato de Marta.
Buenos tiempos para la épica. Para héroes inopinados y a su pesar como María Teresa Barrio y José Antonio Casanueva. Antes de la entrevista con Moliní, Luis Alberto de Cuenca había estado en Trifón. Por donde pasaron ese día, sin saber que nunca más volverían, Alberto y Ascen, que recordaban en su armónica asimetría la pareja de Fellini y Giuletta Messina.
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