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La belleza del gris metalizado

Sevilla-Alavés | La contracrónica

El fútbol de Caparrós encierra la plasticidad de lo práctico.

Del 5-2 a la Real a lo de ayer difiere la zona en la que cada técnico quiere más piezas que el rival.

Joaquín Caparrós, muy activo en la banda como siempre, interpreta una curiosa pose. / Antonio Pizarro

Las diferencias entre los dos últimos triunfos del Sevilla en el Ramón Sánchez-Pizjuán son evidentes, pero la plasticidad no es lo único en el fútbol. En ese 5-2 a la Real Sociedad del todavía equipo de Pablo Machín hubo mucho caudal ofensivo, mucha riqueza combinativa y, sobre todo, una intensa presión en el campo rival que provocaba una y otra vez pérdidas del adversario y ataques fugaces en abrumadora superioridad numérica.

Esto es otra cosa. Igual de válida si sirve para sumar los puntos, pero más cerca de la prosa que de la lírica. Todo es cuestión de dónde quiera cada entrenador tener más futbolistas que el rival. Y si Machín lo prefería cerca del área enemiga, ayer Caparrós exhibió su muestrario de recursos para robar en la zona donde él quiere, en el centro del campo.

Una vez a Unai Emery le llovieron palos al atreverse a decir en la televisión oficial del club que prefería perder en el Bernabéu por 7-3 que por menos goles en contra si su equipo había enseñado los dientes y se había comportado como él quería. Si le preguntan a Caparrós, seguro que hubiera preferido que esos cinco goles a la Real Sociedad se hubieran repartido mejor: uno al Espanyol, como así fue, otro al Valencia, lo que no llegó ni para sumar un punto, y dos al Alavés. Todavia le sobraría uno para dar el zarpazo el domingo en Pucela ante el Valladolid.

Pero estas cosas no se eligen. El partido de ayer era de 1-0, como el de Cornellà. El segundo de Sarabia fue un contraataque generado por una pérdida absurda de Twumasi. Algo absolutamente evitable, que pensaría Abelardo.

Aún queda, pero Caparrós, poquito a poco, ha vuelto a ser un poco su yo de siempre. En el momento que ha dejado de lado su plan de futuro ha aparecido ese realismo pictórico de sus cuadros. “Alavés, Alavés, Alavés... Con mayúsculas, Alavés”.

El Alavés parece ser ese rival que lo persigue en la máquina del tiempo y con el que siempre o casi siempre resulta ganador. Era su rival directo en su primer año en Primera, el equipo que le birló la plaza europea con aquel enjuague norteño en la última jornada entre Osasuna y el equipo de Mané. Ganó una batalla, la de Mendizorroza con gol de Casquero el día que más lloró Gallardo, pero perdió la guerra. El Alavés fue a la UEFA y el Sevilla tuvo que esperar dos años más. Aunque, después de lo visto, mereció la pena la espera.

El Alavés apareció también en el anterior regreso de Caparrós, la pasada temporada. Le cupo el honor de ser uno de los cuatro rivales con que se topó el utrerano en su intento de arreglar el desaguisado que dejaron Berizzo y Montella. Los vitorianos caían en Nervión en el debut de Lara. La marca de agua del veterano entrenador quedaba en el resultado: 1-0 y cita previa para renovar el pasaporte europeo, aunque fuera por la vía de la sufrida séptima plaza.

Quizá eso es lo que este Sevilla ha pagado en una fase de la temporada que se llevó por delante a Machín y su modelo, una idea de fútbol que llegó a entusiasmar en Nervión pero que acabó teñida de barro como un bonito coche no presentable y sucio. Lo de ahora es un gris metalizado al que también hay que buscarle su belleza. Si gana, desde luego, la tiene.

Sarabia y Ben Yedder: 49 goles y 22 asistencias

Difícilmente en el fútbol se puede encontrar una pareja tan demoledora como la que forman Sarabia y Ben Yedder. Ayer volvieron a juntarse y el Alavés saltó por los aires. El madrileño volvió por sus fueros, un gol y una asistencia; y el francés no faltó a la cita dándole en bandeja el segundo tanto a su compañero. Entre los dos suman nada menos que 49 goles (28 Ben Yedder y 21 Sarabia) y 22 asistencias (8 y 14, respectivamente). Una pareja que hoy día es un lujo en el fútbol.

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