Hacia dónde viajas, Sevilla... (3-0)

Villarreal-Sevilla FC | Crónica

El equipo de Machín reincide en su endeblísimo espíritu como visitante y, como en Vigo, le da la vida a un rival en la UVI, que enlazaba diez jornadas sin ganar

Cuarta derrota seguida a domicilio sin hacer un gol

El Villarreal-Sevilla FC, en imágenes
Munir intenta proteger una pelota. / EFE

Para la depresión, nada como que el Sevilla llame a tu casa con un balón en la mano. Todos los malos rollos, los fantasmas y los temores que mortifican al anfitrión de turno desaparecen como por ensalmo. Le pasó a un Athletic que aún miraba abajo con angustia, a un Real Madrid asaeteado por su entorno y también a un Celta que era, y aún es, puro dolor. Cómo no le iba a pasar también al Villarreal, que empezó a sanar sus heridas infligiendo un aparatoso 3-0 al lánguido equipo de Pablo Machín, la cuarta derrota seguida en la Liga. Y sin hacer un solo gol. El Sevilla de la hora no sabe hacia dónde va cuando sale de su nido de Nervión. Por eso no le queda ya colchón alguno donde dormir tranquilo con la preciada plaza de Champions bajo la almohada.

Lo peor de todo, lo más lacerante, es que a pocos sevillistas sorprendió lo que aconteció en La Cerámica. Sucedió lo que muchos previeron en ese partido previo que se juega en las mentes. Sí, Cazorla recordó al enorme centrocampista del Arsenal y de la selección española de Luis Aragonés; Bacca fue el que levantó los Ligas Europa con los de enfrente; Iborra, un tanto de lo mismo, hasta Álvaro, un central de lo más normalito de la categoría por muchos años que lleve en ella, cuajó un partidazo memorable.

Los cronistas locales estarán tecleando o narrando que su Villarreal acaba de hacer su mejor partido de la temporada. Es la costumbre mientras los sevillistas, derrotados sin paliativos, tratan de explicárselo bajo la ducha.

Haber desaprovechado de forma tan clamorosa las facilidades que dio la Lazio el pasado jueves para sentenciar la eliminatoria arrastró un pernicioso efecto secundario, que Pablo Machín adelantara más de una rotación a Villarreal y decidiera sentar en el banquillo a Sarabia y Ben Yedder, los gestores de casi la mitad de los goles sevillistas esta temporada.

En respuesta a su decisión, Munir se fue al suelo en la primera parte media docena de veces, alguna en infracciones que su liviano peso dejó impunes a los ojos del árbitro, y falló una ocasión ideal para igualar nueve minutos después el gol inicial de Álvaro. Fue en la única acción positiva de Andre Silva, dentro de un partido en el que tuvo infinidad de situaciones en las que recordar a aquel poderosísimo goleador que se presentó en la Liga allá por agosto. Peinó y dejó al ex barcelonista frente a Sergio Asenjo, pero su golpeo, más potente que ajustado al ángulo, lo desvió el portero a córner.

Junto a Munir por Ben Yedder y Roque Mesa por Sarabia, entraron con respecto a Roma Wöber por Mercado –Sergi Gómez se desplazó a la derecha para dejar su sitio habitual en la siniestra al austriaco–, Amadou por el sancionado Banega y Promes por Escudero. La mitad de los jugadores de campo.

Sobre el baile de nombres se mantuvo, ya como un mal que parece endémico, una endeblez de espíritu y una languidez física que le aclaró el negrísimo horizonte a un equipo que tras diez partidos sin ganar en esta Liga, con aquel 2-0 que se dejó escapar ante el Espanyol en su última comparecencia ante los suyos, se sentía bastante peor equipo de lo que es.

Pero fue empezar el pleito y, de repente, los amarillos fueron percibiendo que, efectivamente, tienen virtudes como para mirar más arriba que abajo. El Sevilla, con su propia endeblez, se lo recordó.

Los jugadores sevillistas, decepcionados por la derrota.
Los jugadores sevillistas, decepcionados por la derrota. / EFE

Cazorla recibía la pelota metido en zonas interiores y nadie de negro y gris lo hostigó jamás. Hasta el minuto 55 no recibió una tarascada, una patada sin más de Roque Mesa. Y fue tan inusual, que toda la grada reclamó amarilla con vehemencia. A su lado, Iborra plantó sus reales como escudero y el juego se volcó hacia la portería de Vaclik. Pedraza le ganó el pulso en la banda a Jesús Navas, al que atacó mucho más que defendió. Y de la insistencia llegó un saque de esquina desde la derecha, otro más, en el que volvió a aflorar la ternura de Wöber en la marca. Álvaro se le coló y cabeceó con potencia a la red (20’).

Ese gol era tal tesoro para el Villarreal, que se echó a defenderlo con todo y más. Empezó a tener más la pelota el Sevilla, pero las transiciones eran parsimoniosas si las llevaba el Mudo –sin Banega, jugó más atrás y ahí fue inocuo– y atropelladas si las conducían Amadou o Roque Mesa.

Pudo empatar Munir en un par de llegadas, pero en la última acción de la primera parte, volvió a aflorar la endeblez colectiva del Sevilla en un vulgar saque de banda. Iborra tuvo espacio y tiempo, habilitó a Bacca en el desmarque al espacio dentro del área y el veneno lo puso Vaclik al salir de la portería cuando Kjaer ya había arrancado para tapar al colombiano. Éste se sacó de la chistera un taconazo que sirvió el gol a placer a Ekambi.

Machín le dio la segunda parte a Sarabia –por Franco Vázquez– y Ben Yedder –por Jesús Navas–. Promes pasó a la derecha, Sarabia actuó prácticamente de extremo izquierdo y Wöber se abrió mucho a la banda y subió la pelota. El Villarreal se atornilló atrás y llovieron los centros desde los costados de Sarabia, Promes. La impericia de Munir al remate en otras tres ocasiones, la imprecisión de Andre Silva en los últimos metros y el trabajo defensivo del Villarreal hizo inútil ese acoso y derribo, que duró hasta que Pedraza culminó una galopada por la izquierda con el 3-0 (88’). La afición local rescató la felicidad. Lo normal cuando el Sevilla llama a su puerta con un balón en la mano.

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