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Villarreal-Sevilla | Informe técnico
El Sevilla jugó el partido como el que se bebe un litro de gazpacho y se echa un rato a la sombra de un olivo. La tensión colectiva fue indigna de un equipo profesional. Y esta plantilla tan limitada, que, no se olvide, ha atravesado casi toda la Liga mirando con angustia al desfiladero, muestra sus evidentísimas carencias en cuanto baja un punto su intensidad. Y ante el Villarreal no lo bajó un punto, sino varios. Esta derrota, que cayó por pura inercia y que vino a hacer justicia –el triunfo del Sevilla hubiera bordeado lo milagroso y el empate ya era un botín inmerecido–, al menos enmarca la realidad, un tanto difuminada por esa racha de 13 puntos de 15 que terminó de espantar al último fantasma.
La entrada de Nianzou por el sancionado Badé desestabilizó a la defensa de cinco de Quique, que jamás detectó el papel de Álex Baena y Guedes en zonas interiores para que Akhomach, por la derecha, y Cuenca –vaya centros que colgó el central desde el ala siniestra, el primero el del empate a uno de Sorloth– dieran profundidad por fuera.
Fue tan estático todo el Sevilla en defensa posicional –que fue la mayoría del tiempo–, que entre líneas los Baena, Guedes o el mismo Sorloth cuando se descolgaba atrás tenían todo el tiempo y el espacio para picar una pelota envenenada al área o abrir al espacio para la incorporación de uno de amarillo desde la banda.
Los conatos de fuego se sucedían, a veces los incendios eran ya considerables, pero entre la impericia rematadora de los anfitriones unas veces y las atajadas o las salidas de Nyland otras, el Sevilla se mantenía a flote en la marejada. Esa vocación caprichosa del fútbol que tanto cautiva...
No obstante, la insistencia de los castellonenses en la segunda mitad fue tal, que por el mero cálculo de probabilidades, llegó el empate a dos. Enésimo balón colgado al área con absoluta placidez y no siempre va a aparecer Sergio Ramos para el despeje. Mosquera se anticipó por una vez. El 3-2 definió quién tenía más apetito: cada sevillista digería aún ese litro de gazpacho en plena siesta. Álex Baena rebañó sus reservas de energías para el centro. Desde el VAR pareció que lo valoraron y no llamaron a Díaz de Mera para esas manos de Sorloth sobre Kike Salas.
Suso como interior izquierdo, sin piernas, no sólo lastró el repliegue, sino que no dio salida hasta los puntas, Ocampos –¿cuántos balones perdió el argentino?– y En-Nesyri.
Jesús Navas y Acuña fueron los únicos que ganaron metros y llegaron a zona de peligro por fuera. Tener a En-Nesyri exige salir con más voracidad por fuera y colgar muchos centros. Pero la voracidad vestía de amarillo. Agoumé y Soumaré no pudieron evitar el hundimiento en la zona ancha.
Nyland se confirma como el mejor fichaje de esta temporada y una garantía para el futuro. Y En-Nesyri, como un goleador letal aun con sus limitaciones.
Sin intensidad afloraron las costuras hasta estallar en la última jugada.
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