La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Sevilla FC | La fiesta en la calle
De ese febril amor primero, al maduro amor revalidado cuando se van desgranando los años. De esa inaudita fiesta del 11 de mayo de 2006, cuando la ciudad crujió por el gozo desbordado de la mitad de sus habitantes, más o menos, a la dionisíaca celebración de este jueves 1 de junio, una fecha teñida de luto para el sevillismo desde 2019 por la tragedia de José Antonio Reyes que sin embargo, cambió esta vez el negro por el blanco inmaculado y el rojo más rabioso.
Porque hubo mucha rabia contenida que terminó en un estallido. “En 2020 no pudimos celebrar la sexta cuando volvimos de Colonia a causa de la pandemia, y esta temporada ha sido muy dura y difícil, hemos sufrido mucho hasta que hace dos meses y medio revertimos la situación”. Pepe Castro, que inicia su baño de sevillismo saludando a los sevillistas que enarbolan bufandas y banderas en las fachadas de Kansas City, como cuando salió de rey Baltasar, da en la clave, en los medios del club, de esa rabia encaramado en el autobús descapotable que traslada a los héroes desde el aeropuerto de San Pablo al centro residencial de las Hermanitas de los Pobres, en Luis Montoto.
A las seis menos cuarto de la tarde aterrizaba el avión desde Budapest, a las seis posaban los protagonistas con la copa en la escalera antes de bajar a la pista (la porta Castro, tras él José Luis Mendilibar y los capitales Jesús Navas y Rakitic) y ya a las siete llega el autobús a las Hermanitas de los Pobres, donde ya aguarda una masa de sevillistas que supera el millar. “Gracias por venir, aún somos importantes para la gente”. Sobra cualquier apostilla.
Cada título ha sido ofrecido a una de esas entidades que, en el día a día, hacen una impagable labor social y esta vez el punto estaba en La Calzada, junto a San Benito. Es el poder de transmitir ilusión y alegría a los más necesitados que tienen los clubes referenciales en sus ciudades. Esos intangibles que tantísimo pesan.
Y para alegría definitivamente desbordada, la llegada a la Puerta de Jerez, el lugar donde en junio de 1995 o en mayo de 2004, por recordar dos fechas, el sevillismo se congregó para celebrar por todo lo alto la mera clasificación para el torneo que, desde 2006 hasta hoy, ha traído a la ciudad nada menos que siete veces y que ha situado al club en la primera línea del palmarés del fútbol europeo.
“La gente está engorilada”, comenta el vicepresidente José María del Nido Carrasco. A su lado, Fernando Reges, uno de los favoritos de la afición, que ya estuvo en Colonia pero que no pudo celebrarlo como Dios manda: “Estar aquí con tanta euforia es lo máximo, nadie pensaba que hoy estaríamos aquí. Que la afición disfrute mucho estos momentos, que son únicos, no hay muchos”. Aunque el Sevilla trate de rebatirlo...
José Luis Mendilibar se queda asombrado de lo que ve en la Puerta de Jerez. La vida, de repente, premió su honestísimo trabajo con la gloria: “En Budapest no me daba cuenta, pero después de ver tanta gente ilusionada nos hace darnos cuenta de la realidad. ¡Cuántos sevillistas por las calles! Ver tanta gente en la calle con esta ilusión es muy importante”. No poca es la responsabilidad del entrenador vasco en la locura que encendió las calles de la ciudad durante horas.
A las 19:40 horas, el frontal del autobús, con las siete estrellas amarillas y la palabra “Camp7ones”, aparece en la Puerta de jerez y la fiesta sube de golpe varios grados de temperatura hascarse febril. Gritos de “¡Campeones, campeones, oé, oé!” y el “¡Vamos mi Sevilla, vamos campeón!”.
Junto a la Copa, en primera línea, Suso, absolutamente legitimado tras su partidazo ante los pretorianos de Mourinho. Desciende el primero Pepe Castro. Rakitic porta la copa junto a Jesús Navas y les siguen Mendilibar y Monchi. Cruzan la valla que rodea la Fuente de Híspalis, popularmente conocida como Fuente de los Meones. A ella se encarama Rakitic con la Copa y el resto de protagonistas. Apenas un minuto están para ofrecerle el trofeo a los sevillistas y prosiguen con su jubilosa travesía hasta la Catedral.
“La Giralda de nuestra ciudad / verá solo un equipo ganar / el equipo del arte y salero / el equipo del Ramón Sánchez-Pizjuán”, canta al unísono la Puerta de Jerez. Y hacia ella van los campeones. Hacia la Giganta.
Antes, Monchi toma la palabra. “¡Vamos a cantar el himno!”, propone con su carga de guasa. Y tanto jugadores como afición lo cantan por enésima vez. El sevillista no se cansa de hacerlo. Jamás.
“¡Mendilibar nos lleva a Budapest, nos lleva a Budapest, nos lleva a Budapest!”. El cántico surge espontáneo. La afición no concibe otra cosa que la renovación del gran muñidor de esta fiesta, que gira eufórico la bufanda anudada en su muñeca derecha. Apenas puede avanzar el autobús por la Avenida, colapsada de sevillistas. Poco antes de las 20.30, la ya habitual visita a la Catedral para ofrecerle la copa a la Virgen de los Reyes. El programa de actos va incluso ligeramente adelantado. Marcelino Manzano, delegado diocesano de Hermandades y Cofradías del Arzobispado, se emociona: “Con nobleza, esfuerzo, deportividad y con arte hemos llegado hasta la séptima Europa League. Somos el Sevilla FC”.
Tras los rezos, camino del Ayuntamiento. Allí, al filo de las nueve, aguardaba en el arquillo el aún alcalde Antonio Muñoz, declarado sevillista. “¡Mendilibar, renovación!”, resuena en el Salón Colón. Y “La mejor banda”, el himno no oficial de esta copa. Y tras los discursos, a fundirse con una miríada de sevillistas en la Plaza Nueva. Los preparativos del Corpus impidieron hacerlo en la Plaza de San Francisco.
Ahí acabó la fiesta pública por Sevilla. La privada continuó en el Ramón Sánchez-Pizjuán, en un espectáculo de luz, color y sonido que terminó de agitar los corazones. Quedó revalidado aquel amor incondicional y torrencial de 2006. La fiesta de entonces, con el estadio casi lleno ya de madrugada en una escena que parecía un sueño, fue más sencilla pero igual de auténtica. Como Mendilibar.
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