El Sevilla se mira en un espejo cóncavo o convexo (1-0)

El cuadro de Lopetegui cae por primera vez desde el confinamiento en la Liga ante un Granada que supo manejarse con sus mismas armas

La expulsión de Jordán antes del descanso acabó de hundir a los blancos

Vídeo: Resumen del Granada-Sevilla

Yangel Herrera salta por encima de Diego Carlos para anotar el gol del Granada. / Europa Press

Primera derrota del Sevilla en la Liga desde que el fútbol retornara después del confinamiento. El equipo nervionense, ése al que su presidente, José Castro, le adjudica el cartel de soñar con aspirar a la Liga, por mucho que sea con la boca pequeña, se miró ante su espejo en su visita a un Granada que se emplea con las mismas armas. Debió utilizar un espejo cóncavo o convexo, porque lo que se reflejó fue una imagen deformada, incapaz de transitar por los campos de minas que le había colocado Diego Martínez a la escuadra de Julen Lopetegui.

Desde que cayeran allá por el mes de febrero en Balaídos en su visita al Celta no habían probado la hiel de la derrota los sevillistas y tal vez por eso aún les sentara peor caer de esta manera frente a un Granada puesto en el campo de una manera perfecta. Los blancos llegaban lanzados, con muchos de sus dirigentes, no todos, porque tanto Lopetegui como Monchi hasta ironizaron con ello para descartarlo de esos objetivos, hablando de la opción de convertirse en un 'outsider' para la pelea por la Liga y el baño de realidad no pudo ser más definitivo.

El Sevilla, en medio del parón por las selecciones nacionales y del arranque en la Liga de Campeones contra el Chelsea, llegó con muchos elementos indispuestos, particularmente Koundé y Ocampos, dos de sus mejores bazas para moverse por las alturas del fútbol español. Y, claro, ahí se pudo comprobar desde el primer minuto que los recambios no tienen absolutamente nada que ver con los futbolistas que marcan el salto de calidad.

Además, Lopetegui, a la hora de barajar las cartas de la alineación, también le dio cabida en la misma a Escudero y a Carlos Fernández arriba para dosificar a Acuña y De Jong. Era un híbrido, pues, con lo que salía el Sevilla en el Nuevo Los Cármenes, pero tampoco será una situación tan extraña con el paso de las jornadas, dado que los esfuerzos con la Liga de Campeones y con todos los parones que se plantean para las citas del coronavirus FIFA aún reservan más problemas por el camino.

Con semejantes armas, y con un Rakitic que de momento resta mucho más que suma, y ojo al de momento, porque ésa es la auténtica verdad por mucho que sea a día de hoy y sin ser la bruja Lola para conocer qué va a deparar el futuro, el Sevilla se plantaba en el perfecto, aunque lento, césped del estadio granadinista para tratar de prolongar su racha.

Pero no, desde el principio ya se iba a ver a un Sevilla desconectado, incapaz de llegar con cierta ventaja a las proximidades de Rui Silva. Sólo un cabezazo con todo a favor de Joan Jordán en un centro de Jesús Navas que lo dejó en una posición franca para hacer el cero a uno. Corría el minuto 13 y parecía un serio aviso de que los sevillistas eran capaces de romper el orden que había planteado Diego Martínez con dos líneas de cuatro y Gonalons tratando de unirlas por el medio para crear superioridades por ahí con Milla, un muy buen futbolista, y el siempre sabio Montoro.

Fue un espejismo, el Sevilla se mostró incapaz de superar a un equipo que se empleaba con unas armas muy similares a las que suele utilizar Lopetegui para los suyos. Orden, pelear todos los balones, ocupar los espacios de manera inteligente y apelar a los cambios de orientación para evitar las basculaciones defensivas del rival. El juego por dentro buscaba a los dos teóricos extremos para que fuera Soldado el encargado de pelear para bajar la pelota al césped y provocar desde ahí situaciones favorables en superioridad.

Todo muy parecido, casi igual, era como si el Sevilla tuviera que mirarse en su propio espejo para ganar el pulso, pero la imagen que le devolvía era completamente deforme, como si se reflejara en esos espejos convexos o cóncavos que existen en algunas atracciones de Feria. Era un Sevilla, pues, desconocido, incapaz de sobreponerse a las dificultades, sin chispa para meterle velocidad al fútbol por los costados y, simplemente, dejando pasar el tiempo a la espera de que la situación, como ha solido ser habitual, pudiera variar a mejor con las sustituciones que ordenase Lopetegui en el segundo acto.

En absoluto iba a ser así. Primero, porque uno de los cambios se le iban a los sevillistas por un problema físico de Escudero que obligaba a apelar a un Acuña lejos de su mejor forma después del problema que ha padecido con su selección nacional. Y, sobre todo, por la ingenuidad de un Joan Jordán que cayó en la trampa que le tendió Montoro y cargó de munición las pistolas de ese mal árbitro que responde por González Fuertes en sus apellidos.

El catalán se picó cuando el centrocampista del Granada lo buscó y soltó la pierna. ¿Suficiente para ver una segunda tarjeta amarilla de manera tan seguida? Depende. ¿Y de qué depende? Fácil, de que haya un juez más político y no tan tendente al histrionismo. El banquillo del Granada saltó con celeridad y halló el premio gordo. Un litigio tan igualado se desequilibraba por tener uno de los equipos un futbolista más durante un tiempo entero.

Y no es que variara mucho la cosa en el segundo periodo. Lopetegui sí agotaba tres de los cinco cambios de los que dispone para llegar al 200 por ciento al final del juego y el Sevilla siguió manteniendo el pulso en alto. El Granada, como cabía esperar de un equipo de Diego Martínez, jamás se volvió loco por la obligación de buscar un triunfo en casa y contra diez. Para nada, paciencia y ya llegará el momento de golpear.

Así se fue jugando sin que el Sevilla padeciera más allá de un paradón de Bono a Puertas a bocajarro, pero la forma de manejar las cosas del Granada sí obtuvo su premio ya en la recta final. Igual que le ha pasado muchas veces al revés, la moneda les salía cruz a los hombres de Lopetegui cuando Yangel Herrera se anticipaba a Diego Carlos, sobre todo, y Sergi Gómez en un salto. El Sevilla se había topado con un verdadero clon, se miró al espejo y éste lo deformó en definitiva para evidenciar que las cosas son como son y no como algunos de sus dirigentes, demasiado optimistas, piensan que pueden llegar a ser. Quienes así lo creen tienen motivos para estar hundidos, pero ésta es la cruda realidad del nivel de este Sevilla.

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