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El Sevilla humilla a todos los suyos (0-5)

Final de Copa

El cuadro de Montella protagonizó la final más indigna de toda su historia y fue goleado con facilidad por el Barcelona

La afición sevillista se avergonzó de sus futbolistas y los reprendió con dureza sobre el césped

Decepción entre los jugadores del Sevilla tras la dura goleada. / Antonio Pizarro
Francisco José Ortega, Enviado Especial

21 de abril 2018 - 23:33

Madrid/El Sevilla vivió la final más amarga de su historia debido al escaso nivel ofrecido por el conjunto de Vincenzo Montella en el Wanda Metropolitano. Nada que ver con un equipo de fútbol medianamente trabajado, incapaz de pelearle, al menos, el título a un Barcelona a años luz y, como consecuencia, una experiencia horrible para los 25.000 sevillistas que se desplazaron a Madrid para vivir una auténtica vergüenza.

Porque este Sevilla, el Sevilla tan irregular del curso 2017-18 fue capaz de sonrojar a los suyos en el día en el que más esperanzas tenían de poder enderezar una trayectoria que ha sido bochornosa en no pocas ocasiones a lo largo de todo el ejercicio. Y otra vez más lo llegó a hacer, sin alma, sin sitio, llegando siempre tarde, sin capacidad para rebelarse en ningún momento ante la abrumadora superioridad de Messi y compañía. El cuadro nervionense, por qué no decirlo, fue un verdadero pelele en manos del gigante azulgrana.

Todo sucedió demasiado prontito, no hizo falta esperar mucho tiempo para comprobar que lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Montella había partido con los mismos elementos que son habituales en su alineación, Muriel era el delantero, Correa estaba en la banda izquierda y el dibujo táctico se confeccionaba sobre la base de ese 1-4-4-2 que ha sido intocable en el italiano. Pero el Sevilla no iba a tener ni la chispa, ni la calidad ni la inteligencia necesaria para pelearle la pelota al Barcelona.

El cuadro nervionense partió como un flan, con una extrema incapacidad para asegurar el balón atrás y a partir de ahí tampoco fue capaz de descifrar el sistema de juego que había propuesto Valverde. Coutinho se fue a la banda derecha para que el Barcelona se moviera entre un 1-4-4-2 y un 1-4-2-3-1 dependiendo del punto de partida de Messi. Y el Sevilla jamás se enteraría de ello, lo que lo condujo a llegar tarde en todas sus acciones, a ser incapaz de pelear la pelota.

Si encima a esto se le suma el error colectivo del primer gol cuando se habían contabilizado 14 minutos en el cronómetro, pues todo conducía al desastre. En un balón cedido a Cillessen por el Barcelona, Correa se equivocó en la presión y en lugar de ir al guardameta se decidió por tratar de perseguir a su lateral. Qué ocurrió, con Escudero muchos metros adelantado precisamente para ir al mismo lateral, Cillessen pegó un pase en largo a un Coutinho completamente solo, David Soria no tuvo decisión para la salida y el Sevilla ya estaba por debajo por su desastre generalizado.

Las imágenes de la final de la Copa del Rey / Antonio Pizarro

Mal asunto. Sin embargo, ahí sí tuvo un arresto de rebeldía el Sevilla, que trató de recortar y hasta pudo hacerlo en el minuto 18, pero el disparo de Correa, con todo a favor, se quedó en la categoría de rematito que ni siquiera llegaba a inquietar a Cillessen. Uno más. Más picante sí pudo tener un desvío de N’Zonzi en un centro raso de Jesús Navas, aunque tampoco.

La debacle estaba a punto de consumarse y pudo haber llegado con un remate de Iniesta al travesaño apenas minutos antes que una llegada de Jordi Alba no fuera despejada con fuerza por Jesús Navas. Pase atrás del lateral, gol de Messi en solitario y el Sevilla ya se desmoronó como un verdadero azucarillo para pesar de quienes estaban en Madrid para apoyarlo.

La mayor parte de los futbolistas, por no decir todos, iban a desaparecer como si hubieran sido engullidos por unos rivales que sencillamente hacían con ellos lo que querían. Pérdidas del balón en zonas comprometidas, carencia de espíritu para ir a la pelea por una pelota, Banega se convertía en una máquina de regalarle el esférico al adversario para que éste fuera sumando goles con una facilidad que ni siquiera Messi y compañía podrían esperar. Al intermedio ya se llegaba con un 0-3 descorazonador después de un nuevo gol de Luis Suárez con todas las facilidades para ello.

El Sevilla ni siquiera llegó a ser un quiero y no puedo, se quedó sencillamente en el no puedo para la impotencia de sus más fieles. Tampoco en el segundo periodo, cuando Montella lo único que llegó a variar fue la apelación a Sandro por Correa para que no variara absolutamente nada, más allá de que ahora en el extremo izquierdo había un futbolista que no es extremo.

La segunda mitad, por tanto, fue una fase más del calvario que pasaron todos los sevillistas que se personaron en el Wanda Metropolitano, infinitamente superior al que padecieron algunos de los encargados, no todos y sería injusto generalizar, de defender su camiseta. Todo se fue ya a la parte política entre las aficiones, también a los gritos en contra José Castro en medio de la impotencia generalizada de todos los sevillistas. Sandro llegó a desperdiciar una clara ocasión, pero tampoco hubiera servido para mucho. La final número 17 del siglo XXI se recordará como la más vergonzosa de la historia para todos los sevillistas.

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