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El Sevilla se despide sin un ápice de grandeza

Slavia de Praga - Sevilla | El otro partido

En 2007, tras una eliminatoria similar en Donetsk, el Espanyol fue la última víctima en el épico camino; ahora, el Espanyol puede ser el verdugo de Machín

Andre Silva, y Jesús Navas al fondo, reaccionan al gol final de Traoré. / Martin Divisek / Efe

La dolorosa gestión de la prórroga, con la única excepción del gran centro de Promes a la testa del Mudo Vázquez, fue un reflejo vívido de todos los defectos que arrastra este lánguido y contrahecho Sevilla de Machín y de Caparrós. Un equipo con un físico menudo –medio equipo inicial no llegaba siquiera al metro ochenta, frente a las profusas torres enemigas–, que se postró ante las raciales, destempladas y rústicas acometidas del Slavia de Praga; un equipo sin carácter ni manejo para al menos paliar ese déficit muscular, salir de la cueva en el asedio final y tirar del otro fútbol para sofocar las embestidas checas; un equipo, también, al que los refuerzos de esta temporada no terminan de darle vuelo. Hoy parece un despilfarro abonar 39 millones de euros por Andre Silva, cuando más de uno, en otoño, pensaba en hacer el negocio del siglo –y eso, en el Sevilla, es muchísimo– en el próximo mercado estival con la reventa del portugués.

Hasta Vaclik, que insinuó que su recuperación física no era completa al golpear con los pies el balón, parece cada vez peor portero. Cuando las dinámicas son negativas, cuando las corrientes son tan contrarias, se lo lleva por delante todo. Hasta a un portero que tardó poquísimo en ser ídolo de nuevo cuño del sevillismo.

La eliminatoria de ayer recordaba a muchos a aquella ante el Shakthar Donetsk, también en los octavos de final, de la temporada 2006/07. Los ucranianos, que eran bastante mejor equipo que este Slavia por mucho que lidere la liga de su país, se llevaron a su país un esperanzador 2-2 de Nervión. Como los centroeuropeos. Y el Sevilla de Juande Ramos, como el de Pablo Machín, forzó la prórroga.

Pero ahí se acaban las similitudes. Aquello todo el mundo lo recuerda. Gol de Palop en el alargue tras córner que botó Daniel Alves y Chevantón que consumó la remontada en la prórroga. Aquel Sevilla acabó levantando la segunda Copa de la UEFA en Glasgow. Entonces, el Espanyol fue la última víctima del Sevilla en su camino de épica. Ahora, el Espanyol puede ser el verdugo de Pablo Machín en un camino que de épica no tiene un solo gramo.

Qué épica va a contener un equipo que se pone 2-3 en la prórroga y con 22 minutos por delante, no es capaz de volver a asustar al Slavia con un remate. No es capaz de ganar un balón en la zona de rechace, bajarlo, poner la pausa, tocar a uno de los enormes espacios que ya concedían los anfitriones y ponerle cloroformo al pleito.

Fue doloroso ver cómo defendió, o trató de hacerlo, el Sevilla desde el 2-3 hasta el final. Con los centrales arrugados en la corona del área, incapaces de alejarse de Vaclik para correr más riesgos, un defecto que se ha hecho crónico esta temporada y que ha costado ya numerosos disgustos al equipo. Con el centro del campo incrustado también en ese quebradizo frontón, sin capacidad para ganar balones en la zona de rechaces y propiciar la salida.

Rog, cuya salida, junto a la de Andre Silva, sólo sirvió para atornillar más al Sevilla en zona de riesgo, le entregó el balón al enemigo siempre y, como corolario, provocó esa falta que echó a los pentacampeones de su torneo predilecto. Tras el saque de la misma, ese balón enredado en un bosque de lánguidas piernas sevillistas, sin ninguna que la embarcara, fue un fidelísimo reflejo de lo que hoy es el Sevilla. Vaclik, al rozar el tiro de Traoré, dificultó el despeje a la primera de Kjaer, que tocó en primera instancia. La pelota se le subió a la altura de la rodilla y el danés, que tampoco es un dechado de elasticidad, ya no pudo golpear de ,lleno el cuero para evitar que la pelota entrara.

No hubo suerte en ese gol. Como tampoco en el estrambótico empate a dos de la ida en Nervión. Pero tampoco la mereció un equipo que pierde la grandeza a chorros.

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