El Sevilla derrota a uno de los suyos (2-0)
Crónica del Sevilla - Espanyol
Los sevillistas supieron protegerse tras la infantil autoexpulsión de Delaney para sumar tres puntos de un gran valor añadido frente al Espanyol
Los delanteros En-Nesyri y Rafa Mir se encargaron de ponerle la firma al triunfo en el Ramón Sánchez-Pizjuán
Los goles y las mejores jugadas del partido
Tres puntos de gran valor para un Sevilla que fue capaz, incluso, de derrotarse a sí mismo. Porque el equipo de Julen Lopetegui no sólo se impuso al Espanyol gracias a los dos goles de sus delanteros, En-Nesyri y Rafa Mir, también tuvo que imponerse a la niñería de uno de los suyos, el danés Delaney, que lo dejó con uno menos cuando aún restaba casi un tercio del litigio por delante. Pero la escuadra nervionense supo ajustarse sobre la cancha, se juntó para hacerle imposible al rival algún acercamiento hasta el gol, y saboreó más si cabe los tres puntos finalmente adicionados al casillero clasificatorio.
La escuadra sevillista, en uno de esos días en los que vive con el rabillo del ojo pendiente de la cita europea contra el Wolfsburgo, vivió en una montaña rusa de sensaciones en todo momento y supo acaba en lo más alto. El arranque del juego, a pesar de las sustituciones ordenadas por el entrenador vasco, hasta seis respecto a los diez jugadores de campo que iniciaron la cita contra el Valencia, fue prometedor.
Los anfitriones, con un triángulo bastante dinámico formado por Delaney, Joan Jordán y Rakitic en la complicada tarea de hacer olvidar a Fernando, uno de los intocables, desarrollaron un juego con cierto gusto. Rápido, con toques hacia delante la mayoría de las veces, y con llegadas a la zona en la que podía hacerle daño a un Espanyol que abandonaba su apuesta por los dos delanteros para tratar de tapar el mayor número de líneas de pase posible por el interior.
Pero el Sevilla no se puso nervioso ante esa respuesta del adversario, lógicamente la debía presuponer, y jugó como le gusta hacer con Suso y Ocampos, los titulares indiscutibles del año pasado, en ambas bandas. La pelota tardaba poco en llegar hasta los costados para que allí se originasen superioridades con las subidas de Jesús Navas y Acuña para doblar a los dos extremos. Era, una vez más, el partido de balonmano, con la circulación hacia un lado y hacia otro en busca del hueco, aunque la diferencia es que todo se hacía a velocidad de vértigo para evitar que el Espanyol tuviera mucho tiempo para colocarse en su defensa.
Y no iba a tardar en llegar la primera alegría de una tarde otoñal, casi primaveral. Joan Jordán origina toda la superioridad con un sombrero en el centro del campo para evitar el repliegue sobre el lado natural de los visitantes. Abre rápido hacia Suso y éste tiene la virtud para esperar al momento justo en el que lo supera por su banda con ventaja Jesús Navas. Magnífico centro raso del palaciego y remate a bocajarro de En-Nesyri, que había llegado mucho antes que Sergi Gómez a la zona de cantar el gol.
Los sevillistas, con sólo 13 minutos consumidos ya estaban por delante en el marcador y todo se les ponía cuesta abajo ante un rival con evidentes dificultades para atacar cuando está obligado a hacerlo. ¿Quiere esto decir que iba a ser cómodo para el Sevilla el camino? Uff, en absoluto. No más adelantarse ya lanzaba el primer aviso Darder para obligar a Bono a un paradón impresionante. Antes de la media hora, en el 25’, le anulaban un gol de tremenda calidad a Raúl de Tomás por haber arrancado tras un saque de portería una centésima de segundo que el defensa. Fuera de juego por el bigote de una gamba y los locales podían respirar profundo.
A partir de ese aviso, sin embargo, el Sevilla comenzaría una fase de dominio absoluto con ese fútbol punzante por los dos costados. Le faltó acertar en alguno de los centros y también, por ejemplo, que Diego López no hiciera un paradón increíble cuando le remató contra él Sergi Gómez. Acción entre dos ex sevillistas, pero está claro que el guardameta siempre está para eso, para evitar la que la pelota llegue a las redes y eso fue lo que hizo, ni más ni menos.
Pero el mando continuó, aunque no se plasmara en ocasiones muy claras de gol. La mejor, tal vez, fue no más reanudarse el juego cuando Ocampos remataba con el hombro otro centro perfecto de Jesús Navas. Vicente Moreno, al mando de un buen cuerpo técnico, había modificado a los suyos en el intermedio para que Dimata formara pareja con Raúl de Tomás arriba.
Eso iba a equivaler a sufrir más cada vez que los espanyolistas colgaban un balón al área, pero también suponía una mayor peligrosidad en las salidas del Sevilla a la contra. Diego Carlos pudo resolverlo todo en un córner con todo a favor cabeceado de forma pésima, después Lamela disparaba con absoluta inocencia cuando todo lo tenía fácil. Los blancos estaban predestinados ya a sumar el dos a cero más temprano que tarde, pero ahí jugó en contra de ellos uno de los suyos, concretamente Thomas Delaney.
Por mucho que las emociones, que sean humanos y no robots, sirvan para tapar esos errores, en el fútbol del máximo nivel no puede estar permitida una situación así. Primero levantar las manos para protestar una falta inocua en el centro del campo, aunque eso pueda pasar, y después aplaudirle al juez cuando éste le había mostrado la tarjeta amarilla. A sus 30 años, Delaney no puede cometer un error así por mucho que acabe de llegar desde Alemania y que no sepa que González Fuertes tiene el mismo riesgo que un mono con pistolas…
Minuto 66, mucho tiempo por delante, y el Sevilla estaba condenado a sufrir de lo lindo. Ahí no tuvo el menor rubor Lopetegui en colocar a los suyos con dos líneas de cuatro para que Rafa Mir, el sustituto del lesionado En-Nesyri, tratara de pelear en todo el frente de ataque. Aun con el riesgo de cualquier rebote, que los hubo tanto a favor como en contra, los blancos supieron defenderse con orden e hicieron imposible al Espanyol el empate.
Hasta que Rekik peleó con fe un balón en la frontal del área visitante y se la dio a Rafa Mir para que éste definiese de forma exquisita con su pierna izquierda. El Sevilla había sido capaz de derrotarse a sí mismo, al error infantil cometido por Delaney. A éste le queda un acto de contrición con una buena penitencia; al resto les toca disfrutar de tres puntos de tremenda trascendencia a la vista de lo que se produjo en el nudo de la obra.
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