Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
La casita de Jesús
Sevilla FC
No puede ser que el hombre que levantó al Sevilla como en el milagro de Lázaro la primavera pasada esté en la calle medio año después. No puede ser que el artífice de la gloria de Budapest, con una identificación entre equipo, grada y entrenador como no se recordaba por Nervión, sea ya historia cuatro meses después. No puede ser que el entrenador que hizo competir a su equipo ante un gigante como el Manchester City hasta que Gudelj estrelló su penalti en el larguero un mes y medio después esté en la lista del paro de nuevo. Algo pasa en el Sevilla en los últimos años, algo que es consustancial a un club instalado a la fuerza en la dinámica de una presión casi insoportable, con un listón de exigencia altísimo y muy por encima de sus posibilidades reales.
El 3 de octubre de 2022, el comité de dirección, todavía con Monchi como integrante de peso, decidió destituir a Julen Lopetegui, al que mantuvo en el cargo para que diera el último servicio como técnico ante el Borussia Dortmund. Su despedida en el césped, empujado por Monchi, tuvo el sabor de la hiel. Este 8 de octubre de 2023, el comité de dirección, con Víctor Orta en lugar de Monchi, volvió a sentarse para ver qué decisión tomar sobre José Luis Mendilibar. En lo que la Tierra tarda en dar la vuelta alrededor del Sol, en un año natural, el Sevilla se mira otra vez en el espejo roto de su deriva autodestructiva, fruto de la dinámica de la impaciencia, impelido por esa autoexigencia de la que otras veces ha presumido esta entidad que parece haberse tomado demasiado a pecho aquello de que cada derrota o cada empate ya es motivo sobrado para una crisis.
El comité de dirección se dejó llevar por el pragmatismo, escuchó lo que le pedía o exigía casi al unísono la afición, destituyó al vizcaíno y en un año el Sevilla va a tener cuatro entrenadores, cuatro: Lopetegui, Sampaoli, Mendilibar y el relevo de éste. El banquillo del Sevilla no es que queme, es que hierve como lava candente, sin menoscabo de los continuos bandazos de estilo, que es otro problema añadido: la falta de una línea editorial clara en lo futbolístico, un hilo de identificación entre club y afición más allá del mero pragmatismo de los resultados.
Y esto por sí mismo es motivo para una reflexión profunda más allá de las razones sobre la oportunidad de destituir a Mendilibar, que puede haberlas por la trayectoria de sólo dos victorias en los 11 partidos oficiales de esta temporada, por la sensación a ratos desquiciada que da el equipo, por la capacidad de gestión de una plantilla cargada de veteranos que vienen de vuelta o por el discurso de un técnico que hace apenas unos meses alegraba las pajarillas del sevillismo por la rudeza de su verbo, directo y punzante como el fútbol con el que apasionó a esta misma afición que en verano aún se regocijaba de la epifanía primaveral. ¡Que ni siquiera ha asomado el otoño de verdad!
Después del 31 de mayo, era prácticamente imposible no renovar al técnico vizcaíno, un debutante en la Europa League al que se le seguía abriendo con su triunfo imposible otra gran oportunidad en su humilde trayectoria con su debut en la Champions. Después de este 7 de octubre, de la imagen del Sevilla en la primera parte, de la injusta decisión de sustituir a Fernando en el minuto 37, de los gestos indisciplinados del que ejercía de capitán en el campo y de las palabras justificadoras del técnico después, es posible que fuera imposible dejar al viejo zorro de Zaldívar a los mandos de esta nave. Pero esta reflexión debe ir más allá de la coyuntura en torno a Mendilibar, una víctima más de la trituradora de ilusiones en la que se ha convertido un club que necesita un reinicio total, sin mirar las cuatro clasificaciones consecutivas para la Champions o, ampliando el horizonte reflexivo, los siete títulos de la UEFA Europa League.
Quizá el Sevilla necesite un frenazo como el de hace una década, en 2013, tras la primera gran crisis de este siglo. Fue después de que Marcelino no pudiera con las viejas glorias y de que Míchel diera paso a Emery. Aquella primavera, Del Nido -qué difícil es no pensar que su presión ayuda a la vorágine- y Monchi se sentaron ante la prensa, reconocieron los errores de las temporadas anteriores y presentaron un proyecto a tres años. Luego vino un inesperado vértigo con tres Europa Leagues seguidas, una por año. Ahora que Víctor Orta logró reducir el coste de la plantilla y el club busca un reciclaje total, quizá sea hora de parar la centrifugadora en que se ha convertido este club que escupe entre éxito y éxito precipitación y ansiedad, como si el sol no fuera a salir por la mañana.
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