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Sevilla-Mallorca
La última vez que vibró el Ramón Sánchez-Pizjuán celebrando un gran triunfo de forma colectiva, con emoción hasta el final y la gente volcada, ni siquiera había llegado el Domingo de Pasión. Cuando ya pasaron los ecos de una húmeda Semana Santa y una Feria tan colapsada en sus inicios como vaciada en su final el sevillismo recuerda aquel triunfo sobre la Real Sociedad como algo lejanísimo. Era invierno todavía, con eso todo está dicho... Hoy tiene la ocasión el Sevilla de brindar otra gran fiesta a los suyos con un motivo crudo y de peso: sellar la permanencia.
No será una certificación matemática puesto que aún quedarían por delante seis partidos y 18 puntos por disputarse y el Cádiz se quedaría a 12 puntos teniendo que venir a Nervión. Pero sí sería una salvación virtual, un alejamiento definitivo o casi absoluto de la feísima guerra por evitar la caída al abismo de la Segunda División. Y arriba un rival directo además, un Mallorca que sólo ha ganado un partido a domicilio hace muchísimo tiempo: en Vigo y cuando estaba dando paso el verano al otoño allá por septiembre.
Afronta el partido el Sevilla de Quique Sánchez Flores con su técnico queriendo separar el grano de la paja y barriendo hacia fuera todo lo que no sea pensar en el Mallorca de Javier Aguirre, quien ya ha avisado que para ellos es un partido trascendental porque se juegan su futuro en Primera. Nada más y nada menos. El técnico madrileño quiere blindar las mentes de sus futbolistas de todo el ruido sobre el futuro del técnico, de los propios jugadores o sobre la inminencia del derbi en pos de un triunfo que sería casi catártico en el sentido purificador del concepto.
Ganar hoy como colofón a esta trigésima segunda jornada de Primera División, conociendo la derrota del Cádiz en Gerona, sería como limpiar esa atmósfera de angustia en la que hasta hace nada estaban envueltas los nervionenses, algo más aliviados por los triunfos a domicilio en Getafe, el Sábado Santo, y en Las Palmas, el domingo de Feria. Dos salidas que se presentaban tempestuosas tras el duro varapalo de la derrota en Nervión frente al Celta y que en cambio han servido para calmar las aguas revueltas.
Por cosas del calendario ha jugado muy poco el Sevilla ante su gente desde que empezó la primavera, apenas aquel encuentro frente a otro rival directo como es el Celta. Ahora llega otro rival directo y es en casa donde el Sevilla de Quique está teniendo más problemas para cimentar su juego de solidez defensiva y eficacia ofensiva. Un rival directo que juega con similares armas tácticas: defensa bien pertrechada con tres centrales y dos laterales o carrileros, un centro del campo lleno de piernas y arriba un delantero grandote como Muriqi para cazar balones de ataques directos como sacudidas.
Frente a este espejo de equipo que cayó en una minidepresión tras su derrota por penaltis en la final de Copa hace poco más de dos semanas, el Sevilla debe hilar fino y aprender a mandar con otro tipo de juego que el expuesto en Getafe y Las Palmas. La principal incógnita para ello es cómo solventará la baja de Kike Salas en el flanco izquierdo de la zaga.
Ya lo solucionó cuando el canterano estuvo lesionado tirando de Acuña como central para un sistema híbrido en el que Ocampos ejercía en defensa de lateral izquierdo y en ataque de extremo. Hoy podría darse esa solución de nuevo, máxime siendo en casa y ante un rival que usa sólo un delantero específico. Que jueguen Nianzou o Marcao o que se retrase a Gudelj son otras opciones. Da igual. Lo importante es darle una alegría al sevillismo y dotarse de un impulso anímico para lo que se presenta en el aún lejano 28 de abril: el derbi en Heliópolis frente al Betis de Isco, henchido tras su triunfo en Valencia.
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