Un previsible relato de promesas incumplidas
Sevilla FC | Balance de la Liga
La inicial reticencia de Caparrós a ser director deportivo tenía su fondo de razón: la plantilla no les sirvió ni a Machín ni a él mismo para ser cuarto
La plantilla evidenció carencias físicas en los diez meses de competición desde el lejanísimo 26 de julio
El Sevilla 18-19 fue una constante concatenación de promesas incumplidas. La de Pablo Machín como entrenador. La de Joaquín Caparrós como director deportivo, primero, y luego, como entrenador. La de muchos fichajes que apuntaron alto y luego se quedaron en nada, desde Andre Silva a Gonalons o Roque Mesa. El proyecto de Caparrós y Machín no conoció la primavera. José Castro pinchó con los dos. El 14 de marzo, el Slavia de Praga tumbó todo el edificio. Al soriano se le cayó el equipo al final del invierno y aquella infausta prórroga en la capital checa en la que el Sevilla se puso 2-3 fue el puntillazo.
Las altas expectativas que el sevillismo depositó en el utrerano como neófito gestor deportivo del Sevilla y en el soriano como novel entrenador europeo y de élite se tornaron en un batacazo que, de paso, se ha llevado por delante al propio Caparrós, incapaz de levantar al equipo en los 11 partidos de Liga que ha dirigido.
El desencanto hizo presa de un sevillismo que se las prometía felices cuando Machín colocó líder al Sevilla en otoño. Pero el proyecto estaba viciado por la configuración de una plantilla a la que finalmente han sostenido los viejos fichajes de Monchi, además de Jesús Navas en su nuevo rol de lateral. La columna vertebral estuvo configurada por futbolistas que captó el gestor de San Fernando antes de su fuga a Roma: Carriço hasta que se rompió; Banega, hasta que explotó; y Sarabia y Ben Yedder marcando goles que, a la postre, han servido más a su cotización que al equipo, apuntando un incierto futuro que ahora Monchi trata de enderezar.
De los fichajes de Caparrós, que de inicio rechazó públicamente encarnar la difícil figura de director deportivo en Nervión por la siempre alargada sombra de Monchi, apenas cuajó Vaclik. Todo lo demás fueron... promesas incumplidas, en sintonía con un proyecto envenenado desde el momento en que Castro le dio el cargo al utrerano pese a que éste dejó claro que no era lo suyo, como luego reconocería.
Desde el principio, Machín se mostró como un entrenador incómodo para la planificación. Pidió y pidió en vista de que lo que iba llegando no se terminaba de adaptar a su esquema de tres centrales y dos carrileros. Llegó a decir que "echaba humo" la planta noble del Sánchez-Pizjuán el penúltimo día del mercado y se quedó sin las dos peticiones principales: otro central y otro delantero. Y en enero, tanto de lo mismo, pese al esfuerzo que se vio obligado a realizar el club nervionense. Ahí pudo estar el germen del paulatino distanciamiento entre el utrerano y el soriano.
El Sevilla del segundo mayor presupuesto de la historia terminó sexto, con un punto más que el de la temporada anterior, pero sin los hitos de haber llegado a los cuartos de final de la Champions ni a la final de la Copa del Rey. Tuvo en su mano haber apretado a los tres grandes y fue desinflándose y dilapidando su enorme ventaja hasta quedarse fuera de los puestos de privilegio.
La calidad física de una plantilla que empezó a competir antes que nadie, el 26 de julio con la primera de las tres rondas de Liga Europa, quedó en entredicho bien pronto. A las lesiones traumáticas de Mercado, Escudero, Amadou (en los brazos) y Gonalons (en las piernas) sucedieron las musculares. Y cuando Caparrós relevó a Machín y parecía que se vaciaba la enfermería, la enorme carga de partidos y de tensión competitiva volvió a dar la cara en forma de lesiones musculares o, de nuevo, traumáticas, como el menisco de Wöber o el peroné de Nolito.
Caparrós acudió al mercado por músculo y gastó cerca de 50 millones en jugadores fibrosos como Gnagnon, Amadou o Promes que, por una u otra circunstancia, no cuajaron. Pero quizá la mayor promesa incumplida de las muchas que ha habido haya sido la del joven Andre Silva, que debutó en la Liga con un hat-trick y se va a ir del Sevilla por la puerta de atrás y con un claro enfrentamiento con el hombre que lo fichó. El sevillismo llegó casi a exigir que el club pagara su elevada opción de compra sin saber que su cesión costaba 4 millones de euros y que el precio final se iría a los 43 millones.
El resultado, sexto, con 59 puntos y en Europa por decimoquinta vez en los últimos 16 años, no sería tan decepcionante si este Sevilla no hubiese prometido tantísimo: Caparrós, por ser una apuesta de la casa y Machín, por su juego de ataque y su giro hacia la calidad con aquel centro del campo que compusieron Banega, Sarabia y Franco Vázquez ante la falta de rendimiento de los fichajes para el eje. Todo se fue al traste y Castro, tras su fallida apuesta en la visceralidad de la sangre roja, tuvo que tirar de Monchi. Con él se abre el nuevo ciclo.
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