La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Sevilla-Betis | Contracrónica
Como en casa, en ningún lado. El Sevilla se adaptó mejor al síndrome de la cabaña que el Betis a la desescalada. El derbi del coronavirus, el que reabrió la Liga para el mundo entero, dejó los sonidos extraños de la circunstancial nueva realidad futbolística: el pelotazo, las voces de los protagonistas, algunas palmas aisladas de los familiares, en este caso los compañeros desde el vacío graderío, como en un partido de chavales en cualquier campo de los que se reparten por la ciudad.
Nervión fue un agujero negro que silenció el ruido vibrante de la pasión desbordada. Un vórtice universal deglutidor de pulsaciones alteradas y calladas por necesidades del guion, en el mutismo de un coliseo hueco y vacío, ante la atenta mirada de millones de espectadores. A ellos se dirigieron los futbolistas del Sevilla a través de las cámaras que estaban ubicadas en el córner de Gol Sur con Preferencia. Las celebraciones también son por ahora virtuales.
El derbi más extraño de la historia, en el foco del universo futbolístico, ya tenía un ambiente inédito en las horas previas. Por el centro de Sevilla, la chavalería anunciaba la rivalidad amainada. Ataviados con camisetas de uno y otro equipo, cada uno buscaba apremiado el rincón cálido donde darle rienda a su pasión. Un bético en bicicleta, otro con su niña también vestida con las trece barras. Dos sevillistas caminaban mientras metían prisa a otro para encontrarse en el sitio convenido. Ya por Kansas City se notaba más el color local, pero los sevillistas, por decenas, hacían el recorrido contrario a los días de partido.
Nervión tuvo fuerza centrífuga en este derbi de más policías que aficionados, incluso más patrulleros, que hinchas curiosos alrededor del Ramón Sánchez-Pizjuán. En la esquina de Luis Montoto, un matrimonio mayor, algo despistado, le preguntaba a un chaval. "¿Se puede entrar al campo?". "No, la gente lo va a ver en sus peñas, los bares o en sus casas". Los bares de alrededor de Nervión estaban casi todos cerrados. Ley seca futbolística, con especial vigilancia de los 500 efectivos de la Policía Nacional que habían bunkerizado el entorno del silente coliseo nervionense. Había casi más caballos que aficionados dispersos.
Ni siquiera la ausencia de aficionados priva de la moda de los estadios de meter decibelios en los prolegómenos del partido. Es un aspecto no afectado por la nueva normalidad. El Betis, Marcos Álvarez con guantes y mascarilla, salió a calentar antes que el Sevilla y gozó al menos de unos minutos de paz auditiva sobre el cuidado de césped del Ramón Sánchez-Pizjuán. A las 21:25, la presencia de Monchi en la bocana del vestuario local ya anunciaba la salida a calentar del Sevilla.
Nada más pisar los futbolistas de camiseta blanca el terreno de juego, atronaron los altavoces dispuestos en el estadio. Al menos se pudieron escuchar las voces únicas de Freddy Mercury –We will rock you, una amenaza implítica al balón: te vamos a zarandear– y Antonio García Barbeito, la polifonía imposible del recordado líder de Queen y los graves registros campestres del periodista sevillano. Posteriormente, al menos, una versión en italiano, mandolina incluida, de Bella, ciao, aquel himno partisano de la Segunda Guerra Mundial que ya se oye hasta en el Barrio de Salamanca. Un himno de rebeldes con causa o sin causa. Y hasta el Rezaré de Silvio.
Instantes antes del encuentro, muchos se encomendaban ya a las imágenes de su devoción. Sin Corpus Christi en la calle, con el romero tan contrito como el espíritu, las invocaciones rimadas del inefable rockero sevillano fueron un alivio para el alma mientras peloteaban los futbolistas de ambos equipos... "Yo ti amo, ti amo tanto... Macarena de Triana eres Tú, eres Tú... ¡Viva España, viva Roma!"
La dualidad de Silvio se hizo trinitaria al ritmo del Stand by me, ese clásico del soul, música para el alma: católica, apostólica y romana. El misterio de pentecostés, recogida la Virgen del Rocío en Almonte, se revivió semana y pico después gracias al derbi en cientos de países... Una torre de Babel televisiva de casi 180 naciones, según Roberto Arrocha, uno de los escasos periodistas de prensa escrita acreditados. Lucas Haurie, José Antonio Espina, Álvaro Ramírez, Alberto Fernández y el que escribe formaban la exclusiva guardia pretoriana de las galeradas digitales de hogaño. Y para los ateos... AC&DC y su Highway to hell. Autopista al mutismo.
Cinco minutos antes de que Mateu Lahoz decretase el inicio del partido callaron los altavoces y emergió el piar vitalista y chillón de los vencejos, sobre un silencio que cortaba el aliento. De pronto, el sonido de los tacos por las escaleras anunció la salida del Sevilla. El Betis aún se hizo esperar mientras volvía a sonar la megafonía: El Arrebato a capela, sin orquestación. Y luego el sonido grabado de la afición local. La letra es archiconocida. Es por eso que hoy vengo a verte... por televisión. Y luego, el sentido minuto de silencio por las víctimas del Covid-19 y, en el lado sevillista, por Marcelo Campanal. Por fin, el fútbol, los gritos de ánimo de los jugadores entre ellos, las órdenes de movimientos y desmarques y el golpeo seco del balón en cada envite. Como en un partido de una liga de distrito. Eso sí que es igual. El fútbol mantiene su particular eje centrípeto en el balón como antes de la maldita pandemia.
Las voces fueron constantes. A la presión, a los robos, a la salida desde atrás... entre aplausos tácticos y de ánimo de los compañeros que, en la grada, esperaban turno para jugar o estaban fuera de la convocatoria. Sus golpes secos de palmas rebotaban en la visera por la que seguían piando los vencejos. Los entrenadores vociferaban en la soledad de un banquillo desierto. Lopetegui, hábito de portero, se hacía notar más que Rubi, ambos en la linde o fuera de sus áreas técnicas. Y en el minuto 16 volvió a sonar más justificada que nunca la megafonía. Licencia para el sonido grabado en memoria de Antonio Puerta, como en el 20 los aplausos para los sanitarios que han combatido, y siguen combatiendo, el virus. Con Miki Roqué también tuvo un detalle el anfitrión, al exhibir en los marcadores su imagen, sin sonido grabado. Los pocos presentes aplaudieron al unísono.
Luego llegó el fútbol. El centrífugo estadio puso toda la energía en el centrípeto balón cuando Bartra se apoyó en De Jong. Ocampos, el hombre que no iba a jugar por el Sevilla, terminó siendo verdugo del Betis. El derbi no estará exento de polémica, otra cosa que no cambia ni con el VAR. El Sevilla, dueño de su cabaña, hecho a las dimensiones y a los ecos del estadio, dominó aún más con otro gol a balón parado, con taconazo del lesionado Ocampos antes de que Fernando, al que el parón lo rehabilitó de otra lesión, la colase de cabeza para desesperación de Joel Robles. Joaquín salió como El Cid. Pero el dueño de la casa se escondió bajo la mesa del convite con todo el manjar para él. Fue el 11 de junio de 2020. Qué derbi más extraño... Tan extraño como la primavera más triste de nuestras vidas.
El protocolo de LaLiga impedía que las directivas de Sevilla y Betis realizase el habitual almuerzo institucional entre ambas directivas, ahora consejos de administración, en las horas previas del partido. En el palco había apenas media docena de personas. El Sevilla dejó en José Castro y José María del Nido Carrasco la presencia institucional, para equilibrar números con Ángel Haro y José Miguel López Catalán, representantes únicos del Betis. Por parte sevillista sí estaban en el asiento reservado a las autoridades dos hombres de fútbol de los locales: Monchi y Fernando Navarro. Los jugadores no convocados ocupaban otra zona distanciada de la grada. El derbi del confinamiento confinó en los hogares y algunos bares a los aficionados. La Peña Sevillista de Dos Hermanas y la Peña Bética Nazarena sí fueron fieles a su tradicional almuerzo: 20 años ya. Invitó la sevillista, que cumplía 60.
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