Jesús Alba
Cuando el reloj se pare
El partido del Sevilla | Análisis
Entre Vaclík y el Papu hicieron mágico lo que iba camino de ser un cierre anodino de la persiana, una bajada del telón insustancial y fría, para nada acorde con la temporada que se ha marcado este grupo de futbolistas.
Cuando todo se desarrollaba, nada menos que durante 91 ó 92 minutos, bajo un ritmo lento, cansino y casi de pretemporada (mucho peor cuando el futbolista ya piensa en los billetes de avión para iniciar las vacaciones), un derechazo del argentino le puso la chispa necesaria, hizo saltar y apretar los puños a Lopetegui y convirtió en histórico el final de campaña. Haciendo además que, en realidad, el último epílogo lo tuviera todo: despedida de jugadores ilustres, con títulos ganados y con sombrero de copa en la historia del Sevilla, récord histórico de puntos y una sensación de ilusión en el aficionado de cara al futuro difícil de explicar, aunque la temporada empezara y terminara sin un solo espectador en las gradas del Ramón Sánchez-Pizjuán.
El rival, un Alavés que también había salvado la categoría, no apretó demasiado y también es cierto que la presión en altas intensidades en zona adelantada de los locales no fue como cuando el Sevilla se juega algo de verdad. En-Nesyri fue más de cara e incluso fue a buscar balones atrás de sus compañeros y, con los cambios, Lopetegui también mandó un mensaje de tregua a la competición.
Es cierto que el Sevilla controló casi siempre la situación, aunque al final algún desajuste, ya con más seda que pana en el centro del campo, produjo alguna contra que pudo haber afeado la temporada, pero afortunadamente Vaclík sacó un pie salvador.
Sin Jesús Navas, Lopetegui le dio a Ocampos la licencia de jugar a ratos donde más le gusta, en la derecha, alternándose con Suso en una primera parte con pocas ocasiones por el escaso convencimiento general. No estaban ni el palaciego ni Acuña y los ataques estáticos eran, por tanto, distintos. Para empezar, sin la superioridad numérica que generan los laterales.
Al final, el técnico vasco montó un rombo sin extremos y de ahí sacó el Papu el toque de su varita.
Tener paciencia hasta el final.
Desconexiones competitivas, lógicas por otra parte.
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