Reyes era un genio a lágrima viva
Muere José Antonio Reyes
El alfa del ciclo dorado del Sevilla lo procuró la millonaria venta del utrerano al Arsenal; el omega, hoy, es el mito, eurófico, en Basilea
José Antonio Reyes tenía una capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas o admirables. Sí, era un genio. En su caso, con un balón en su zurda. El dolor no menoscababa ayer a Pablo Blanco su habitual locuacidad: “Lo tenía todo como atacante, era rapidísimo, también en conducción, encaraba, regateaba, le pegaba que la rompía, la pasaba y asistía con su gran visión del juego... era un prodigio y lo disfrutamos”.
Nueve años tenía Reyes cuando el Sevilla vio enredado en sus redes tamaño diamante: “Un técnico, Pepe Ibáñez, me llamó y me dijo que había un gitanito en Utrera que era un espectáculo”. Tan claro lo vieron Blanco y Pepe Alfaro en el Sevilla, que le procuraron la gloria, sobre todo cuando vieron las señales en verde y blanco que manaban del hogar del niño...
Reyes tenía edad de benjamín (nació el 1 de septiembre de 1983), pero esa categoría no existía en el club y le buscaron acomodo en el alevín. Fue campeón europeo de la Copa Nike sub 14 (1997) y elegido mejor jugador del torneo. En aquellos años tan turbulentos para el club, el chico llamaba la atención por su fútbol torrencial y su larga y flamenca melena.
Entonces, Reyes era aún un proyecto de futbolista que su padre Francisco traía y llevaba cada día de Utrera a la ciudad deportiva. Y su madre Mari, le procuraba la estabilidad mental con sus consejos y sus platos. Sólo su comida le gustaba. Y el pan con mantequilla.
Y su embrionaria carrera aceleró al ritmo de sus incursiones con la pelota pegada al pie: con 16 años y cuatro meses, el 30 de enero de 2000, Marcos Alonso lo hizo debutar en Primera. Fue en La Romareda y con la melena recortada.
Ese estreno fue testimonial. Para que el récord de precocidad anticipara algo realmente grande. Manolo Jiménez le dio rienda suelta en el Sevilla Atlético y se desmelenó junto a Antoñito por los campos de Tercera. Su cuerpo y su mente se endurecieron para que Joaquín Caparrós empezara a pulirlos en aquel Sevilla renacido.
El sevillista con memoria tiene grabados su eslalon ante el Valladolid, su exhibición en aquel 4-1 al Madrid que acabó con el defensa Rubén llorando en el banquillo... o el 4-0 al Atlético del Mono Burgos en la ida de los cuartos de la Copa 2004, días antes de que llorase sentado junto a Del Nido por su traspaso al Arsenal.
Aquellos 24 millones de euros que ingresó el Sevilla supusieron el alfa para el camino de gloria del club de Nervión en este siglo. El omega lo puso el propio José Antonio Reyes levantando la quinta Liga Europa al cielo de Basilea ante el actual campeón de Europa.
Reyes provocó lágrimas de tristeza en aquel adiós prematuro del Sevilla, luego las provocó de alegría por dondequiera que fue: ganó la Premier con aquel gran Arsenal de Wenger, fue clave para la Liga del Madrid en 2007, un puntal del Atlético que conquistó dos Copas de la UEFA. Y aunque su carrera, aun dorada, rayó por debajo de su genio, volvió a su Sevilla para coronarse tres veces más en la Liga Europa y llegar a cinco, el que más. Qué dulces eran entonces las lágrimas sevillistas.
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