Resumen del año en el Sevilla: De la cima de Budapest a la sima de la Junta de Accionistas

Sevilla FC

El 31 de mayo y el 4 de diciembre marcan los dos extremos del año más extraño en el Sevilla, que subió a los suyos en una montaña rusa de sensaciones contrarias

Del Nido Carrasco sustituye este domingo a Castro al frente del Sevilla

El sustancial ahorro por la rescisión de contrato de Fernando

El temple de Quique para los futbolistas caídos en desgracia: Rafa Mir, Joan Jordán, Januzaj...

Rakitic ofrece la Europa League a los aficionados del Sevilla en el Puskas Arena de Budapest. / Antonio Pizarro

Se va el año de la marcha de Monchi, por segunda vez. El año del regreso de Sergio Ramos después de 18 años fuera, como en una espinosa mayoría de edad que ha dejado secuelas de disensión en algunos sevillistas todavía. Se va el año en el que la guerra accionarial tuvo su momento más abrupto, más crudo, con el cierre de la Junta de Accionistas entre graves acusaciones e incluso el insulto, fuera de micrófono, de un padre a un hijo. El año en el que ha habido cuatro entrenadores, Jorge Sampaoli, José Luis Mendilibar, Diego Alonso y Quique Sánchez Flores, la nueva esperanza sevillista. El año en el que el club quedó fuera de Europa por primera vez antes de Navidad en la última década. Y el año en el que el nombre del Sevilla volvió a escribirse con letras de oro en la historia del fútbol con su heptacampeonato en la Europa League, tras las memorables gestas ante gigantes como el Manchester United y la Juventus y la Roma de José Mourinho.

El 31 de mayo y el 4 de diciembre marcan la cima y la sima del año 2023 en el Sevilla. Quizá el año más extraño en la larguísima historia de un club que sigue estando considerado mejor fuera que en España por su nueva muestra de competitividad extrema en su competición favorita. Un periodo en el que el club, por su sorprendente deriva institucional, montó a sus fieles en una montaña rusa de emociones que ahora están en vertiginoso descenso -que trata de frenar Quique Flores- desde la tremenda explosión jubilosa de abril y mayo, con una comunión entre equipo y afición que recordó incluso a aquella primigenia de 2006 entre los hitos del gol de Puerta al Schalke 04 el jueves de Feria y la epifanía blanquirroja de Eindhoven, cuando inició su camino de gloria el Sevilla. Ahora, apenas siete meses después del hito de Budapest, aparece la extraordinaria hazaña ajada, lejana, como un triste y gélido eco invernal de una gesta primaveral, como un sueño no vivido.

Pero vaya si lo vivió el sevillismo... Ocurre que tantas veces ha disfrutado y gozado del éxito este club, esta afición, que el octavo título europeo, que se dice pronto, la séptima UEFA Europa League aparece ahora, poco más de medio año después, como una vieja página dorada de un héroe caído en desgracia, la capa raída y la pluma mojada por la tormenta. Aquel éxito rotundo de la consecución de la séptima Europa League fue como el estertor ansioso de un moribundo. Mendilibar se apareció como inesperado taumaturgo en cuyo bálsamo salvador iba también el veneno del éxito mal llevado.

Porque también indicó la puerta de salida de Monchi, quien quiso despedirse con este último logro, su undécimo título como director deportivo del Sevilla, tras plantarse ante las desavenencias con unos dirigentes, José Castro y José María del Nido Carrasco -que con la entrada de 2024 cambiaran sus roles: el primogénito de Del Nido será ya nuevo presidente-. Los consejeros delegados le enmendaron la plana al director deportivo más de una vez desde 2022: la destitución de Lopetegui, la elección de Sampaoli y hasta la nueva elección y la casi obligada renovación de Mendilibar. Eso, en lo sustancial, más allá de las menudencias de la planificación y las disensiones sobre el momento de vender a una figura como Koundé o los yerros en fichajes que no rejuvenecieron a una plantilla veterana y con demasiados futbolistas ya de vuelta.

La aparición sanadora de Mendilibar duró lo que la fe que tenían los dirigentes en su gestión. Con el vizcaíno no tuvieron la paciencia que sí se obligaron a tener en la apuesta de Víctor Orta, porque haber destituido antes a Diego Alonso, un capricho nacido en un asado en Montevideo illo tempore, habría sido desdecir a la primera al nuevo director deportivo, otra solución de emergencia de un comité de dirección nervioso y zarandeado desde los años de bonanza y éxitos por José María del Nido, quien optó por la oposición externa y furibunda en lugar de la colaboración interna y leal, desde mucho tiempo atrás.

Desde 2020, cuando el Sevilla aún vivía en la comodidad del último superávit económico, previo a la crisis del Covid, y con los ecos de los éxitos deportivos de la clasificación para la Champions por la Liga y la Europa League de Colonia, Del Nido ya manifestó su deseo de volver a la presidencia de un club que, ahora sí, cuatro años después, requiere criterio, tino y seriedad para dejar los bandazos. La escenificación de la ruptura en la última Junta de Accionistas, que no aprobó por segundo año consecutivo ni la gestión ni las cuentas del actual consejo, resultó hasta soez. “Eres un mierda”, se oyó en la sala, ante los oídos atónitos de un sevillismo que ve que el equipo está peor que hace un año: luchando en la zona baja de la Liga, fuera de Europa y en crisis económica.

La gesta de Budapest en este contexto fue todo un milagro, un oasis en un proceso autodestructivo con muchos padres. Pero que fuera un milagro no impide que sea recordado como lo que fue, un hito histórico de oro, grabado a fuego con pasión en los anales del Sevilla en el año más extraño, el ajado 2023 que se va.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último

Borgo | Crítica

Una mujer en Córcega