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Sevilla-Osasuna, en directo
El Sevilla de Julen Lopetegui venció a Osasuna 3-2 con un gol sobre la hora de En-Nesyri, con la alegría que eso suele dar, y esos tres puntos le sirven para recuperar la plaza de Liga de Campeones que se trajo hace una semana de Getafe, lo que invitaba a redoblar el clamor jubiloso del sevillismo cuando el árbitro Del Cerro Grande dio los tres pitidos finales. Pero lejos de que la afición de Nervión estallara de alegría al unísono, no fueron diez, ni cien ni mil, sino varios miles, muchos miles, los que silbaron y abroncaron antes de irse.
Algunos los celebraban, faltaría más, pero las muestras de desaprobación resonaron bien fuerte. Los destinatarios no vestían de blanco, uno vestía chándal en su área técnica y otros lucían traje y corbata en el palco. Porque el sevillismo, que no tiene un pase y al que es complicado dársela con queso, sabe que la deriva de su equipo, si no mejora, no va a traer nada bueno cuando en mayo haya que hacer el balance de un club con 200 millones de euros de presupuesto.
Mal asunto si jugar en casa se convierte en lo más parecido a visitar el purgatorio. Y es lo que le ocurre a este Sevilla de Julen Lopetegui que hoy es puro temblor. Tiembla de frío y de miedo. Y esa gelidez y ese miedo, ha hecho capilaridad por todo el graderío, que, tras hacer Aridane el 2-1 en el minuto 64, cuando Osasuna hacía diez minutos que jugaba con uno menos por expulsión de su portero Herrera, lejos de reaccionar para espolear a los suyos, convirtió Nervión en un camposanto. Es lo que ha provocado Julen Lopetegui, que el personal haya perdido toda fe en su credo. El silencio de entonces fue el mismo silencio espeso que cayó a plomo cuando Bono cantó el aria Nessun dorma ante el Cluj. Tampoco esta vez hubo daños cuando todo el sevillismo pareció perder el pulso porque Osasuna estaba ya exhausto y en el obligado arreón del Sevilla emergió Koundé al segundo palo para servir medio gol a En-Nesyri. Pero está clarísimo que los blancos sólo son hoy sólidos lejos de Nervión y si no lo corrige Julen Lopetegui, la Champions y esa soñada final de Gdansk se les va a escurrir entre los dedos.
Un aspirante a quedar tercero o cuarto en una liga como la española no abre el mínimo resquicio a que Osasuna sueñe con igualar un 2-0 tras ser expulsado su portero en el minuto 54. Todo lo contrario, aprieta el acelerador para sentenciar y a otra cosa. Pero desconectó el grupo del pleito con media hora por delante, con lo traicioneros que suelen ser los 2-0 a favor si uno baja la guardia.
En la falta que envió Roberto Torres al corazón del área sevillista, Mudo Vázquez no es que bajara la guardia ante el central Aridane. Y no la bajó, porque jamás la tuvo alta. Calamitoso fue su partido, otro más. Lleva más de un mes desenchufado. Y como Lopetegui se empeña en que juegue de centrocampista, su desconexión es aún más perniciosa. Esa gélida inoperancia del Mudo puede simbolizar lo que hoy es el Sevilla casero.
Aridane, con su testarazo picado, batió con comodidad a Bono. Y Osasuna se coló con descaro en una casa donde, de repente, el que no dormía temblaba de frío y miedo. Ni siquiera el polémico empate sirvió para despertar al graderío, descreído absolutamente de la propuesta de Lopetegui. Roberto Torres colgó al área desde la derecha, Escudero puso los brazos cruzados por delante y la pelota le rebotó en una mano. El VAR vio esa mano e interpretó que el lateral la sacó. Nueva adaptación al marco legal: habrá que cruzar siempre las manos por detrás, pues si te da el cuero por delante del cuerpo, también es punible. Torres hizo el 2-2 desde los once metros en el minuto 74.
Al minuto entró De Jong por el Mudo, Julen probó con un 4-4-2 y sólo la irrupción de Koundé en el área, gracias a que un cansado rival en inferioridad numérica renunció a atacar, puso peligro franco en el asedio final. En-Nesyri estaba en el sitio. Aleluya, un delantero sevillista en el sitio.
El marroquí, hasta entonces, había hecho un buen partido en el juego al espacio, pero más discreto en las disputas cerradas con sus marcadores. Lo había encauzado todo en el minuto 13, en una recuperación de Óliver Torres ante Oier que pilló a Osasuna saliendo. En-Nesyri controló, se la acomodó a su izquierda y batió a Herrera de tiro cruzado.
El ex del Leganés y Óliver fueron dos de las seis novedades de Lopetegui en el equipo. Esta vez, si el equipo no terminó de carburar, no fue por esa falta de rotaciones que tanto se le ha echado en cada, y con razón, al preparador vasco en los últimos partidos: también entraron con respecto al jueves Sergi Gómez, Escudero, Franco Vázquez y Rony. Pero las bajísimas prestaciones de los dos últimos fueron nivelando el pulso en la medular conforme el partido se iba desenredando.
Sin Gudelj sobre la hierba, también modificó el dibujo táctico Lopetegui y volvió a defensa de cuatro, con tres medios y tres atacantes. Pero pronto, a los 35 minutos, quedó patente que los músculos de Fernando aconsejaban también entrar en las rotaciones. El brasileño se rompió y el serbio debió entrar en escena.
Cada vez desafinaba más la maquinaria blanca, con Rony incapaz de explotar a Roncaglia como improvisado lateral derecho en los rojillos. Pero Ocampos apareció a balón parado para hacer el 2-0 justo antes del descanso, una acción que para cualquier equipo aspirante a Champions hubiera sido clave en la suerte del partido. Pero no lo fue.
Y tampoco lo fue otro lance que debió sonar a sentencia: Sergio Herrera salió a la desesperada fuera del área a cruzarse ante Ocampos y Del Cerro, tras dilatada consulta en el monitor, expulsó al guardameta. Tantas dudas carga este Sevilla de Lopetegui, que ni en una situación tan propicia, un 2-0 en cada ante un Osasuna con diez, empezó a despejar dudas. Todo lo contrario. Las abrió en canal. Por eso Nervión cambió la fiesta por la bronca.
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