Un cero a cero de oro con muchos quilates (0-0)
Sevilla-Barcelona
El Sevilla es capaz de plantarle cara a un Barcelona consciente de que se jugaba medio título en el vacío Ramón Sánchez-Pizjuán
La escuadra de Lopetegui fue creciendo durante el juego y hasta rozó el triunfo al final a través de Reguilón
El partido, minuto a minuto
Punto de valor incalculable y de tremendo mérito para el Sevilla. El cuadro de Lopetegui fue capaz de detener al Barcelona en su triunfal camino hacia el título liguero por la sencilla razón de que funcionó como un todo durante los ciento y pico de minutos que se litigaron y porque sus piezas estuvieron engranadas para no permitir que el equipo de Quique Setién tuviera más ocasiones que un disparo alto de Luis Suárez en el minuto 88 en un pase atrás. El cuadro sevillista evidenció que no es ninguna casualidad que esté en la zona más noble de la tabla clasificatoria, que es un verdadero equipazo.
Lógico resulta que cualquier aficionado que no haya visto el desarrollo del juego espete con prontitud algo así como que el narrador de los hechos es un pelín exagerado, que es imposible ensalzar tanto un cero a cero como local por mucho que enfrente esté toda la constelación que orbita alrededor del dios Messi. Pues sí, el fútbol es así de complicado de entender y de explicar. El rédito para el Sevilla en la clasificación que se publica en cualquier periódico y en todas las webs del mundo es exactamente el mismo que el que obtuvo hace escasos días en su visita al Levante, para más inri también tenía enfrente a un rival vestido de azul y grana, aunque en este caso con unos cuadros más parecidos a una equipación de rugby que de fútbol. Pero el rendimiento de los blancos no tuvo absolutamente nada que ver por mucho que en La Nucía tuviera un buen rato de fútbol.
El cuadro de Lopetegui supo creer de principio a fin y el hombre que toma las decisiones seguro que se fue a cenar mucho más satisfecho con la manera en la que había influido en el desarrollo del litigio. Porque el Sevilla esta vez comenzó bien puesto, supo tener una actitud camaleónica para ir adaptándose a las circunstancias en cada momento y encima acabó, ya con los cinco cambios realizados, mejor incluso que como había empezado, con la capacidad para meterle un par de sustos en el cuerpo al gigante que tenía enfrente.
Y no es baladí el mérito de esas circunstancias. Porque el Barcelona era consciente de que, a pesar de que resta un largo camino por delante, se estaba jugando más de media Liga en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Tanto que lo delata su última acción, cuando mandó ir a rematar un córner a Ter Stegen con el resultado aún empatado. Que nunca se sabe hacia dónde se puede dirigir un rebote y si finalmente el punto se queda en cero si el rival se queda con la pelota y monta una contra en solitario.
No fue así, afortunadamente para Quique Setién y su ayudante Sarabia, a quienes se les oía perfectamente por el micrófono ambiente la presión que le meten a los árbitros cuando se entrena a un club como el Barcelona. Algún “qué vergüenza” incluso cuando le mostraron la tarjeta amarilla a Piqué. Son las cosas de los tronos en los que se sientan los entrenadores, dicho sea con toda la admiración hacia el cántabro, no hacia su forma, de él y de sus colaboradores, de tratar de influir en el juez.
Pero en este fútbol del silencio en las gradas sí se puede aprovechar para sacar conclusiones que otras veces no se oyen. Por ejemplo, para saber cómo van narrando un partido de fútbol quienes lo juegan y quienes toman las decisiones desde el área técnica. Por ello, se le puede dar aún más mérito al trabajo desarrollado por el Sevilla desde el minuto uno hasta el 102, porque ése fue el añadido de González González entre los dos periodos.
Con la apuesta por el mismo once que derrotara al Betis en el regreso del fútbol tras la maldita pandemia, Lopetegui armó un once serio, rocoso, solidario y no carente de calidad en el manejo de la pelota. Incluso fue valiente, como se demostró en la primera jugada cuando Jesús Navas no fue capaz de darle altura a un mal despeje de Ter Stegen después de una presión coordinada de todo el equipo.
Claro que presionar y robar el balón es complicado cuando está enfrente una escuadra entrenada por Setién y más aún si los solistas responden por Messi, Busquets, Rakitic, Piqué y hasta Ter Stegen. El esférico perteneció durante casi todo el primer periodo a los visitantes y todo conducía a pensar que el Sevilla podía pagar caro su esfuerzo de tener que correr casi siempre para recuperarla.
La teoría dictaminaba, pues, que en la segunda mitad los anfitriones podían pagar el esfuerzo, pero fue justo lo contrario. Lopetegui tomó la sabia decisión de introducir a Banega por Óliver Torres y desde entonces el argentino se hizo dueño de la situación. Apenas perdió un par de balones, el resto lo hizo bien a la hora de contemporizar e incluso hasta cuando trató de lanzar contras peligrosas, alguna no bien interpretada por su compatriota Ocampos, con más errores que en otras ocasiones.
Pero las opciones de gol sí pertenecieron a los anfitriones. La primera la tuvo Ocampos, al que respondió Ter Stegen con un paradón con una mano dura, después Reguilón desperdiciaría una contra clarísima por un mal pase en un tres contra uno (76') y, por último, el propio lateral izquierdo se quedaría con otro balón suelto para tenerlo todo a favor casi en el área chica, pero su remate fue muy deficiente (91').
El Sevilla, incluso, tuvo esa última para haber conseguido todo el botín, pero tampoco hubiera sido justo tanto premio. Lo cierto es que el empate, por muy cero a cero en casa que sea, le supo a los nervionenses a oro molido. Tienen motivos para sentirse satisfechos por el rédito y, sobre todo, por su espléndido trabajo.
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