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Mendilibar vestiría hoy un mono naranja si Lukébakio en vez de en la escuadra la pone en El Corte Inglés de Nervión

Análisis táctico Sevilla-Almería: un filón en las basculaciones

Mendilibar alza los brazos en un lance del partido ante el Almería. / Antonio Pizarro

No puede ser que salga gratis. Si las personas merecen por sí solas un respeto, las profesiones y los cargos, también. José Luis Mendilibar escuchó y leyó de todo entre el sábado por la tarde y la noche de este martes a eso de las nueve, cuando ya nadie ha dicho nada, cuando las afirmaciones en las tertulias milagrosamente se han borrado o se han olvidado, cuando los comentarios en las redes sociales extrañamente cambian de sentido 180 grados, cuando las preguntas punzantes en una rueda de prensa han sido una anécdota o una gracia de un periodista que está aprendiendo. La mala uva de hace sólo 24 horas se ha transformado en buenismo. De repente el vasco “cabezón” ya acierta en los cambios y sabe gestionar el vestuario, como la valentía de dejar a Sergio Ramos en el banquillo… Y aquí no ha pasado nada. Si con el camero en el banquillo y sacando a Januzaj el Sevilla no es capaz de ganar al Almería no tiene campo para correr el de Zaldívar. Lo de los medios de Madrid vamos a dejarlo, no me interesa.

Y eso no puede ser. No es serio afirmar o firmar que el sustituto de Mendilibar está ya haciendo las maletas y que el club está instalando ya la guillotina y al día siguiente bailar unas sevillanas en honor al fútbol de verdad de Lukébakio y silbar llevando a los niños al colegio.

Los que pedían el domingo la cabeza de Mendilibar eran los mismos que en mayo, cubata en mano, cantaban gracietas de variopinto pelaje

Está por ver que Mendilibar sea el entrenador idóneo para el proyecto de un club socialmente cada vez más complicado como el Sevilla –lo dirá él con su trabajo y los resultados-, pero las decisiones tomadas en su día tienen un coste y hay que apechugar con ellas. Lo triste es que los que en la fiesta de la séptima Europa League pedían a gritos a José Castro la renovación del técnico son los mismos que han pedido su cabeza en la jornada quinta. Quin-ta.

El Sevilla, por lo que quiera que sea, se ha convertido en un club peligrosamente manejado por su masa social y la opinión de cierta prensa, que caprichosamente fluctúan según sopla el aire de levante o de poniente. Decisiones populistas, cierto respeto o hasta pánico a una pitada… o a lo mejor es que creen que son las decisiones adecuadas y ya está. Lícito y... oye, son los gestores nombrados por una Junta de Accionistas.

Mendilibar ha tenido que escuchar hasta que le critiquen por defenderse, por poner su escudo y que no le lleguen las balas en una rueda de prensa. Y no, eso no va en el sueldo. Entre otras cosas porque hay preguntas que confunden y que distorsionan la sensación general. En este país y en este mundo del fútbol es natural que se pregunte a un profesional si piensa dimitir y quien lo cuestiona puede que esté dispuesto a trabajar prácticamente gratis.

Evidentemente, sabemos dónde estamos. Estamos en el fútbol, donde los resultados mandan. Y todos sabemos que de no haber ganado al Almería, incluso haciéndolo con ciertos apuros, hubieran metido a Mendilibar con un mono naranja en el corredor de la muerte camino de Montjuïc el viernes para medirse al Barcelona. Pero no puede ser que todo sea así de extremoso. No, porque si Lukébakio después de sus dos mareantes recortes con la izquierda en vez de ponerla en la escuadra la pone en El Corte Inglés de Nervión el comité de dirección ya tiene otra vez la presión popular encima con el único razonamiento de que no hay que dejar pasar más tiempo para un cambio, para una decisión, que al final, dicen o decían, se acabará adoptando.

Hace cuatro meses estos mismos (que se sienta aludido quien quiera) estaban con un cubata en la mano cantando gracietas de variopinto pelaje en la celebración de un título europeo.

Respeto, hagan el favor.

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