Jesús Alba
Cuando el reloj se pare
Sevilla FC
En un fútbol tan condicionado por los balances económicos y las cuentas de resultados, máxime con una oposición tan dura como la de José María del Nido, quizá la destitución de José Luis Mendilibar como entrenador del Sevilla era algo inevitable. Era decimocuarto en la tabla después de sólo dos triunfos en nueve jornadas. Y sobre todo se había enfrentado a pesos pesados del vestuario por su concepto colectivista del fútbol, alejado de tecnicismos vacuos y apariencias para la galería. El 8 de octubre, tras el empate in extremis frente al Rayo Vallecano la noche anterior en Nervión (2-2), el comité de dirección del Sevilla dictó sentencia. Siete meses después está en las puertas de otra final.
Esta noche el Olympiacos de Mendilibar se asoma a otra final europea, la de la Conference League que se jugará curiosamente en Atenas, frente al poderoso Aston Villa de Unai Emery y Monchi, con la ventaja del 2-4 lograda hace una semana en Birmingham. El vizcaíno está ante el dintel de otro episodio épico.
En octubre muchos sevillistas veían como único camino su destitución. Como fue también ineludible su renovación después del milagro que obró en la temporada pasada, primero salvando al equipo con cuatro jornadas de antelación -como esta campaña ha hecho Quique- y luego realizando una de las mayores proezas europeas de un equipo acostumbrado a grandes hazañas.
El milagro de Budapest tras dejar en la cuneta a Manchester United, Juventus y Roma dio pie a una continuidad en la que no creían mucho los dirigentes sevillistas por ser un entrenador de imagen anquilosada y verbo afilado, un técnico que no se casaba con nadie. Aquella falta de confianza real explotó tras sus enfrentamientos con Sergio Ramos, al que leyó la cartilla tanto pública como privadamente, y Fernando en la primera parte contra el Rayo.
Su ejemplo es el paradigma de una trayectoria inconsistente de vaivenes y continuas destituciones de técnicos de un club inmerso en una grave situación institucional por la guerra accionarial -diríase familiar- que subyace desde hace varios años a su realidad deportiva. Y puede condicionar también de forma determinante la decisión sobre la continuidad de Quique.
Mendilibar, con su verbo directo y fresco, agradeció ayer el despido con ironía. "Agradezco al Sevilla que me haya despedido porque si no esto no hubiera pasado", dijo. El Sevilla debería tomar todo esto como una lección impagable que le ha ofrecido el fútbol. La paradoja no puede ser más hiriente... Y como logre otro título, más aún.
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