Oro, incienso, mirra y sin la epifanía
El Sevilla cae ante el Real Madrid tras completar un discreto partido en el que los goles fueron regalos y las revelaciones no comparecieron
Es probable que ni siquiera lo hubiera necesitado. Lo normal, sólo hay que acudir a las estadísticas, es que el Real Madrid no necesite regalos para ganar un partido. Sin embargo, al choque de ida de los octavos de la Copa del Rey no le faltó ni un perejil para adecuarse a la fecha, la víspera de la celebración de la Epifanía. Mientras en las calles de Sevilla el Heraldo recogía las peticiones para los Reyes, los magos repartían obsequios en la yerba del Santiago Bernabéu.
Nadie puede negar el discreto partido del Sevilla. Distinto es que los tres goles llegaran producto de obsequios. Fueron el oro, el incienso y la mirra propios del calendario. En el 1-0 Mercado se lo ofreció entero a Casemiro, antecedente del ajustado disparo de James. El 2-0 no contó sólo con una acción de generosidad, pero fue Rami, marcador de Varane, quien cedió al madridista su espacio para anotar el segundo. En el 3-0, el regalo llegó con la firma del tal Mateu Lahoz -pésimo arbitraje el del valenciano-, cuyo género de daltonismo lo llevó a errar en la identificación del blanco y el rojo. A Modric lo había empujado uno suyo.
Los tres principales protagonistas, quienes propiciaron los tres tantos de la noche, representaron que ni ahormados al trío de sabios encargados de encarnar la revelación epifánica que se recuerda mañana: si los tres astrólogos del relato bíblico simbolizan las tres culturas por entonces conocidas -Melchor, la europea; Gaspar, la asiática; y Baltasar, la africana-, las tres almas dadivosas en Chamartín fueron un derivado de asiático (el indio Mercado), un medio africano (el francés de origen marroquí Rami) y un europeo (el ínclito Mateu Lahoz).
Desde el pitido inicial no le salió nada bien al Sevilla. A N'Zonzi se le agigantaban las yardas de terreno delante de él, Nasri caracoleaba consigo mismo, Ganso daba una auténtica demostración de fútbol zumbón y cachazudo, Sergio Rico la recibía más al pie que Vitolo, el voluntarioso Correa se oteaba como un islote en la lontananza y en las alas no había nadie.
¿Y Sampaoli? Pues sin revelaciones. El técnico había dicho en la previa que "la idea" era "tener el balón más que el Madrid" y que era preciso ser "protagonistas". No es el entrenador sevillista de hablan por hablar. Por contra, sus palabras y sus silencios denotan que vive sin vivir en él (alta se le supone la vida que espera). Y el protagonista, en efecto, fue él, no su equipo. No sabe cómo agradecieron los madridistas su planteamiento: los riesgos atrás, el veto al voleón, la eliminación de delanteros puros o incluso la alineación de Ganso, que no anda el hombre para estos trotes. El regalo, el mayor de todos, fue el de Sampaoli. En la capital del reino, el único lugar donde atiende, deben de estar la mar de contentos.
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