Perdónalos, Diego
Sevilla FC | Opinión
Cada día que el Sevilla jugaba en Nervión mis labios dibujaban una sonrisa especial, desde que me despertaba, porque no era un día cualquiera
Si no recuerdo mal, era en la calle Joselito El Gallo donde estaba aquella caseta. Era una caseta de esas en las que se respira sevillanía a borbotones, una de esas a las que la caprichosa Sevilla toca con su varita. Pero aquel día se respiraba algo especial. No sé cómo explicarlo, pero los labios de los allí presentes dibujaban una sonrisa inverosímil y en sus ojos se veía pasión. Entonces, mi amigo me presentó a su
padre, un señor de esos que parecen estar imantados, de esos que te cautivan con tan sólo mirarte. Iba vestido como hay que ir vestido al Real, de esa forma que quiere Sevilla. Y en el bolsillo de su americana beige lucía un ramito de romero. Ese era el motivo de aquella magia, de aquella ilusión que flotaba en aquella caseta. ¡Aquella tarde toreaba Curro! Yo, desde esa osadía que te regala la adolescencia, hice un comentario que, si me lo he perdonado ya, es porque los años te van arrancando a jirones la osadía y te la cambian por prudencia. Entonces, aquel señor me puso con delicadeza su mano sobre mi hombro y me dijo, con una pasión que nunca olvidaré: "Mira, hijo, créeme, yo soy feliz viendo a Curro hacer el paseíllo. Y cuando termina de hacerlo, justo delante de donde yo me siento, el tiempo se para mientras miro cómo se quita el capote de paseo, cómo lo pliega y cómo lo deja, suavemente, sobre la barrera. A partir de ahí ya estoy en éxtasis".
Eso fue para mí ver a Diego Armando Maradona en el Sevilla Fútbol Club. Con esa sevillanía que aprendí aquella tarde, en aquella caseta, disfruté del dios del fútbol. Aquella temporada, ganar o perder pasó a un segundo plano. Cada día que el Sevilla jugaba en Nervión, mis labios dibujaban una sonrisa especial, desde que despertaba, porque no era un día cualquiera. Llegaba al estadio más temprano que nunca había llegado y que nunca más llegué. Y cuando Diego salía del túnel de vestuarios y pisaba el césped para calentar, siempre me acordaba del padre de mi amigo, porque, ciertamente, el tiempo se detenía y yo entraba en éxtasis. ¡Que sí, que es cierto, que es Maradona y está ahí, vestido del Sevilla!, me decía cada partido. Mi vista se anclaba en Él y, embelesado, observaba cualquier cosa que hacía, por nimia que pudiera parecer. Tan sólo verle calentar, juguetear con la pelota, con el escudo de mi equipo del alma tan cerquita de su corazón, hizo que todo mereciera la pena.
Dicen algunos que tu paso por el Sevilla fue un fracaso. Perdónalos, Diego, porque no saben lo que dicen.
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