Isaac Romero, el purasangre de Lebrija que le ha cambiado la faz al Sevilla

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"Es agresivo, trabaja bien, hace todo lo que quiere un entrenador de sus jugadores", sentenció Simeone rindiéndose ante el delantero lebrijano

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Isaac alza los brazos después de gritar al cielo de Nervión su gol al Atlético. / Juan Carlos Vázquez Osuna

El fútbol español ha descubierto a una perla salida del barro de Lebrija, entre la marisma y la campiña, dúctil y resistente. Isaac Romero Bernal (Lebrija, 18-05-2000) recogió elogios por su partidazo, en presencia de Luis de la Fuente, y su gol de garra y verdad al Atlético de Madrid, un tanto que abre otro horizonte entre los nubarrones en que se encontraba el Sevilla. La imagen de su celebración, con Oblak y Koke sobre el césped, doliéndose el capitán colchonero de su topetazo con el poste, glosa su figura de delantero potente, con fisonomía achaparrada pese a su altura (1,83 metros), un ariete con el que ir a cualquier guerra.

"Es agresivo, trabaja bien, hace todo lo que un entrenador quiere de sus jugadores. Encima está marcando goles, no puedo más que mandar felicitaciones para el chico, porque está trabajando muy bien. Todo lo que un entrenador quiere", insistió Diego Pablo Simeone, paradigma de la garra y el fútbol de verdad, al ser preguntado por este lebrijano de 23 años que tuvo un primer intento de crecer en la cantera del Sevilla, en edad alevín, antes de volver a Lebrija para moldearse en el Antoniano. Parecía que podía quedarse en el camino y las lesiones no lo ayudaron. Pero el club de Nervión lo repescó en julio de 2019 y cinco años después ya es el estandarte de la esperanza del Sevilla.

El salto del Antoniano al filial

En el Sevilla Atlético había marcado 24 goles en 72 partidos desde su llegada al Sevilla C en el verano de 2019, año en el que ya empezó a jugar en el primer filial, aunque aquella temporada no marcó con el segundo equipo. En su segunda temporada, la 20-21, hizo cuatro goles en 21 partidos. En la 21-22 sufrió dos lesiones importantes: en septiembre, la fractura del peroné en un entrenamiento. Y cuando se recuperó tuvo que pasar por el quirófano para corregir una lesión en el hombro que no lo dejaba tranquilo. Se le aplicó la técnica Latarjet para que no sufriera más luxaciones. Apenas jugó siete partidos y marcó un gol.

En la 22-23 ya cogió el ritmo de ascensión: ocho goles en 25 partidos, más dos pases de gol. Y su gran eclosión ha sido esta temporada. Estaba destacado como máximo realizador de la Segunda RFEF, con 11 goles y cuatro asistencias en 15 partidos con el filial cuando Quique empezó a llamarlo a entrenar con el primer equipo ante la necesidad del apuradísimo Sevilla. Su debut el 12 de enero ya fue muy prometedor: salió como un toro ante el Alavés, pero su energía se agotó entre la desazón de un Sevilla aún desestructurado. Y cuatro días después de aquel palo (2-3) abrió la espita de la esperanza con dos goles al Getafe en la Copa (1-3), marcándoles los desmarques a Ocampos en el 1-2, de cabeza, y a Sow en el 1-3, con la izquierda.

La solución para Quique Flores

La necesidad obliga... "Al Sevilla siempre, siempre, siempre lo ha salvado gente de su cantera, sin ser un equipo totalmente canterano, mezclando jugadores muy buenos de fuera con jugadores de cantera, que te dan un plus, de carisma, de casta, y ahí están los ejemplos de Jesús Navas y Sergio Ramos", afirma Pablo Blanco, que agradece la oportunidad que le ha dado Quique Sánchez Flores: "Hay alguien que le ha dado confianza. El mejor entrenador de cantera siempre es el entrenador del primer equipo, porque es el que tiene la posibilidad de subirlo. E Isaac estaba ahí", remata.

El partido de Copa fue su billete definitivo para el primer equipo, en el que ya se asentó como titular. Primero con Ocampos mientras En-Nesyri seguía en la Copa de África. Luego con el marroquí, formando una dupla que ha agradecido enormemente Quique y que tuvo su primera expresión en la victoria de Vallecas (1-2). Antes había marcado en la dura derrota de Gerona (5-1) y en el empate contra Osasuna (1-1). Contra el Atlético fue su verdadera epifanía ante todo el fútbol español.

Isaac canta enardecido el gol del triunfo sobre el Atlético. / Juan Carlos Vázquez Osuna

La presión y los desmarques

Pudo marcar dos goles más, el cabezazo a las manos de Oblak a pase de Óliver Torres y el derechazo a la cruceta tras un control de fe con la izquierda en una jugada que es el paradigma del Sevilla que quiere Quique, que abomina del juego al pie: centro a la primera de Ocampos buscando a los puntas al espacio, al área, al meollo, y respuesta briosa del purasangre lebrijano. También le dio un pase de gol a En-Nesyri que no pudo resolver el marroquí y sufrió un penalti de Nahuel Molina que el árbitro no quiso ver.

Pero, sobre todo, Isaac es el estandarte de un fútbol que conecta con la grada: pelea constante, carreras sin mirar el esfuerzo, presión y pelea con los centrales, con los del Atlético nada menos, desmarques... y correr sin miedo. Montó varios contragolpes en los que demostró su capacidad futbolística, como el que brindó a Óliver Torres dejando solo al extremeño ante Oblak en la primera parte, o el de la segunda, cuando el esloveno sacó con una gran mano su latigazo con la izquierda, en otra contra en la que corrió y corrió...

En-Nesyri baja una pelota ante Gabriel Paulista con Isaac atento. / Juan Carlos Vázquez Osuna

Sin ser un dechado de técnica, es zurdo pero le pega bien con la derecha, su trabajo es contagioso y encaja con En-Nesyri en esta nueva versión de un Sevilla que busca los espacios y que percute contra las zagas rivales. Una collera que por ahora ha demostrado su compenetración, yendo juntos a los balones altos, para aprovechar la caída o la dejada, repartiéndose el ancho para presionar y contagiar a los compañeros. Y sin medir, sin miedo, de verdad. Tanto como los cinco goles en sus primeros siete partidos con el Sevilla, y sus cinco asistencias, la epifanía de Isaac se fundamenta en su influencia en dos facetas clave: la presión y la pelea contra los defensas y la búsqueda de los espacios, los desmarques. Con brío, con denuedo. Sin rehuir del choque, sin hacer ascos al barro.

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