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Grita bien fuerte, Mudo, grita y grita

Que Franco Vázquez, un jugador sin medias tintas en su fútbol y para la grada, marcara ese bello tanto al final fue el broche más justo posible

Sevilla leganés / Antonio Pizarro

08 de febrero 2018 - 02:31

Ninguno lo merecía más que él. Ninguno había realizado un trabajo más efectivo, y generoso, en el ingrato cometido de intentar robar la pelota en posiciones adelantadas. No se trata de sudor: el Mudo Vázquez suda nada más subir las escaleras desde la bocana de vestuarios y que su cuerpo esté empapado no quiere decir nada. Pero sus carreras para hostigar a alguno de verde, sus esfuerzos por obstaculizar los avances del Leganés, sí que distinguieron a un profesional de una pieza que lo da todo por la camiseta. El Mudo podrá fracasar por llegar tarde con esas barcazas que tiene por pies, porque hay mucha más chispa en sus neuronas que en sus pesadas piernas. Pero no porque se ahorre un golpe de riñón.

Fue un acto de justicia perfecto. Recibió la pelota de Sandro abierto al carril del 10, corría ya el minuto 89 y la grada contenía la respiración con un nudo en la garganta.El argentino era en esa fase final, con el Leganés a un solo gol de forzar una peligrosísima prórroga, quien mejor interpretaba el noble arte de ponerle una pausa al juego. Atrás quedó su caño a Amrabat pisando el balón hacia atrás, puro caviar.

Banega, quien mejor impone la pausa en este Sevilla, ya había reventado de tanto esfuerzo continuado. Y el Mudo esta vez no se giró en busca del toque. Esperó a su par, volvió a cambiar de ritmo y con uno de sus enormes pies, con su predilecto, con el zurdo, agarró un zapatazo que envió el cuero al techo de la portería por la escuadra derecha de Champagne. Su compatriota había realizado una Copa modélica y el guión dictaba que sólo con un golazo el segundo portero de Asier Garitano se rendiría. Y así fue.

El ¡goooooool! en ese minuto 89, el que volvía a hacer finalista al Sevilla, no atronó como aquel de Antonio Puerta cierto jueves de Feria, porque aquel gol encerraba una frustración de cuatro décadas que multiplicó los decibelios. Pero de nuevo crujieron los cimientos del Ramón Sánchez-Pizjuán con la liberación de su gente en medio de una temporada con demasiados vaivenes y demasiados partidos para el sonrojo.

La decimoséptima final en las últimas 13 temporadas. A cualquier sevillista que se lo hubieran vaticinado en aquel 2005 del Centenario le hubiera sonado a guasa de la mala. Pero es tan real como el sol que hoy nos alumbra. Como las nueve copas de plata que llegaron a las vitrinas desde la delirante noche de Eindhoven. 17 finales. Como para no perder la cuenta de cuántas disfrutó el sevillista de a pie in situ. Como para no lamentarse, gustosamente, del gasto extra que ya se hizo habitual por primavera. En esta ocasión, además, será una final de farolillos. La Feria bullirá mientras el Sevilla trata de traer otra copa a la ciudad. No cabe más sevillanía.

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