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Celta-Sevilla | La crónica
El Sevilla, con su decepcionante empate en Vigo, el cuarto seguido en la Liga, el quinto en once jornadas, volvió a demostrar que la victoria, hoy, es poco menos que una utopía para él. El fútbol no le llega para ello. Es alarmante. Tuvo media hora larga en superioridad numérica para remontar el 1-0 que custodiaba el Celta y además disfrutaba de un fuerte viento a favor entonces, pero ni fue capaz de probar a Guaita en tiros desde la media distancia (dos ensayó Rakitic muy desviados). Y aunque En-Nesyri apareció de nuevo para evitar la derrota, los de rojo no terminaron hincando la rodilla en el último instante porque el árbitro Alejandro Hernández Hernández se desdijo y descartó el penalti de Jesús Navas a Douvikas en el minuto 96.
Prieto Iglesias vio en sus monitores que hubo forcejeo mutuo, agarrones mutuos, y el trencilla canario, en medio de una tensión mayúscula en Balaídos, acudió a la banda y dijo que nada de penalti, que el partido se había acabado.
Pudo ser aún peor para este lánguido y deprimido Sevilla si hubiera caído esa pena máxima sin tiempo para más, pero el alivio no infla el magro empate, que agrava las dudas de un equipo que de la mano de Diego Alonso no despega. Ese rato ante el Real Madrid fue una efímera efervescencia. Empatito a empatito, y lleva tres ya el uruguayo desde el banquillo. Uno de los cuatro mayores presupuestos del campeonato está condenado, de momento, a mirar más al Almería, el Granada o el propio Celta que al Girona, la Real o el Betis, que llega al derbi con la moral y la confianza mucho más vivas.
La premisa de que Rakitic juegue siempre, como el dueño de la pelota en la plazoleta, conlleva la prohibición de que entre en el once junto al croata otro jugador diésel, de esos que pierde el noventa por ciento de las disputas y a los que el árbitro no le pita ni las faltas a favor, tal es la debilidad física que inspiran. Y si Diego Alonso cayó en el error de alinear a Suso junto a Rakitic en Cádiz, en Vigo reincidió en el pecado al situar a Óliver Torres a la izquierda del dorsal 10.
Esas dos piezas ya fueron un lastre, de salida, para responder a la animosidad de un Celta muy dolido por lo que le ocurrió en Girona con ese injusto gol anulado en el minuto 85 y aún con 0-0. Y como Iago Aspas ganó el sorteo de campo y su equipo empezó atacando con el fuerte viento a favor, el partido no tardó en volcarse hacia el área de Nyland.
Poco a poco, Iago Aspas apareció en la mediapunta para armar el juego de todo su equipo, invitando a los compañeros a asociarse con una vocación vertical y en combinaciones vertiginosas, mejor al primer toque.
Enfrente, Rakitic ralentizaba dos ataques prometedores, uno a los dos minutos y otro a los ocho, cuando Soumaré robó en campo del rival y originó un conato de fuego que su compañero con el 10 a la espalda apagó de un pisotón. Sow tampoco ayudaba a dar salida a los de rojo. El suizo entró muy incómodo, fuera de sitio, y la segunda falta que cometió acabó en el 1-0. Era ideal para que un zurdo la sacara con el efecto hacia dentro hacia el corazón del área y eso hizo Aspas. El viento aceleró el cuero en su vuelo y el central Starfelt se adelantó a Gudelj para cabecear a placer ante Nyland (22’).
Por entonces, en la cargada y revuelta atmósfera de Balaídos ya flotaba que el Celta iba a marcar. Había perdonado Larsen un mano a mano ante Nyland en un imperdonable error de Soumaré, que no acertó a cortar la pelota –el irregular y pesado terreno de juego y el viento no ayudaba–. El portero, en su rápida salida se echó encima del delantero, que picó alto, por encima del larguero (13’). Siete minutos después, Mingueza botó una falta desde el extremo diestro y el dios Eolo sopló el balón hacia la jaula sevillista, pero Nyland desvió con su mano lo justo para que rebotara en el larguero. A la tercera no perdonó Starfelt.
Diego Alonso trocó en el intermedio a Acuña y Sow por Pedrosa y Lukébakio e introdujo a Óliver por dentro. El lateral catalán dio algo más de profundidad, pero el belga volvió a ser una máquina de perder balones y Ocampos seguía sin hallar un socio digno arriba.
Quien echó una mano al Sevilla fue Renato Tapia con su arriesgada entrada a Lukébakio, una amarilla clara que fue la segunda (65’). En-Nesyri entró cinco minutos después y, tras salvar Nyland dos veces seguidas el 2-0, el marroquí estuvo a punto de empatar en un testarazo al larguero al saque de un córner (79’). El peligro estaba en él, sólo en él, y por eso metió el pie en el balón que dejó suelto Mingueza para empatar (84’). Rakitic la tuvo para ganar en una cesión atrás de Pedrosa, pero el bote le jugó una mala pasada antes de chutar (93’).
Los sevillistas lamentaban esa ocasión postrera cuando se consumía el último minuto y llegó ese polémico penalti. Que el VAR se cruzara como un líbero no disipa una terrorífica realidad: ganar, para este Sevilla, es toda una utopía.
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