Qué bien se ve todo desde la cima (2-1)
Sevilla-Celta | Crónica
El Sevilla arranca la cuarta victoria seguida en la Liga con más aprietos de los necesarios después de que el Celta jugara media hora con diez
Los de Machín, impulsados de nuevo por Franco Vázquez y Sarabia como interiores
Sevilla/Desde lo más alto se ve todo más claro. Y así se marcha el Sevilla al segundo parón de la temporada, encaramado a la azotea de la Liga al derrotar, eso sí con más apuros de los necesarios, al Celta y enlazar la cuarta victoria seguida en este campeonato que ha nacido con espíritu transgresor. Sarabia y Franco Vázquez, esos interiores mágicos que se ha sacado de la chistera Pablo Machín como escuderos de Banega ante la plaga de lesiones, fueron de nuevo los hombres decisivos. El madrileño marcó el primer gol y sirvió el segundo; el argentino intervino en la gestión de ambas jugadas y fue clave para encauzar el juego y el triunfo.
Nada que ver el decorado actual con el que se fue el Sevilla al primer paréntesis obligado por las selecciones. Entonces acababa de caer en el derbi, perdió a otro titular habitual como Mercado en ese pulso y días después se lesionaba el cuarto hombre, Gonalons, en un entrenamiento. Hoy el paréntesis es un oasis. Con los últimos 12 litigados a la buchaca, la mente se ha limpiado, también el entorno, y en dos semanas, cuando los sevillistas visiten al Barcelona en un duelo en la misma cima, es muy probable que sólo Gonalons y Amadou permanezcan varados en la enfermería blanca.
Pero el boyante momento no puede ocultar las deficiencias. Un equipo local que hace el 2-0 pasada la hora de partido, tres minutos después de que el rival se quedara con diez jugadores, no puede sufrir de la manera que sufrió los últimos ocho minutos de pleito, tras marcar Boufal un golazo y acortar distancias.
El desgobierno del Sevilla en el último cuarto de partido reflejó las reticencias de Machín a tirar de su banquillo mientras no sanen los lesionados. Y como Banega entró en el desenlace del partido con dos grilletes, su cansancio y su tarjeta amarilla en el minuto 17, el Celta creyó en la resurrección.
Boufal hizo lo que tres días antes hizo Pereyra en Krasnodar: entró desde el banquillo y se coló por los enormes pasillos interiores que concedía el Sevilla. Franco Vázquez ya había perdido gas. Y Roque Mesa no entró... hasta el minuto 92. Toda una señal.
El partido acabó con demasiados cabos sueltos y el Sevilla lo pudo pagar carísimo. Quién lo diría visto cómo empezó todo. Los eufemistas dirán que el partido arrojó en la primera parte un gran contenido táctico. Los que gustan más del román paladino proclamarán, en cambio, que el partido era una castaña. Por impreciso. Por desmañado.
Los dibujos eran parecidos, con esas defensas de cinco en las que los cuatro laterales se neutralizaban, Hugo Mallo ante Arana y Juncà ante Navas. Con dos centrales célticos muy encima de Ben Yedder y Andre Silva, echándoles el aliento en el cogote en cuanto alguno de los dos puntas blancos bajaba a recibir para tejer algo de juego en tres cuartos de campo.
En el lado contrario, el Celta dejaba un solo punta y no dos, Maxi Gómez. Era la diferencia entre Machín y Mohamed, que trocaba un delantero por un segundo pivote: Beltrán junto a Lobotka. Hasta el dúo Iago Aspas-Pione Sisto maniobró por dentro para crear superioridad en la zona ancha y apoyar a Maxi en cuanto detectaban que el uruguayo podía ganar una de sus disputas cuerpo a cuerpo con un central sevillista.
Lo hizo Pione Sisto en un balón muy llovido que Maxi, habilitado por Sergi Gómez en el pase desde muy atrás, dejó atrás de cabeza al ganarle la posición a Carriço. El danés golpeó más duro que ajustado con su derecha y Vaclik, de nuevo providencial, repelió la pelota. Corría el minuto 12.
La zaga de Machín quedó avisada de las intenciones olívicas con esas parábolas para que Maxi conectara con algún llegador y ya se cuidó de no cederle medio metro al corpulento ariete. Sobre todo Sergi Gómez, que jugó la segunda parte subido a la chepa de su ex compañero.
Pero el gran problema del anfitrión radicaba más arriba. Los enemigos salen a buscarle las vueltas a Banega o a los centrales. El ordenado y agresivo Celta exigía precisión en el pase y en el control. Y una buena lectura de los escasos espacios para salir del previsible juego al pie en ataques posicionales. El único que salió del corsé táctico y rompió las líneas fue Franco Vázquez. Se volvió a multiplicar, porque echó una mano a Banega muy atrás, esfuerzo que refleja las numerosas faltas que cometió.
El Mudo zigzagueó con conducciones, desahogó. Pero los puntas, muy incómodos, no se zafaron nunca de sus marcas. Tuvo que ser en una contra cuando todo saltó por los aires. El argentino se coló por dentro y abrió a Ben Yedder. Éste centró muy fuerte, pero Jesús Navas la cazó en su esquina y, esta vez sí, vio la incorporación de Sarabia para ponérsela de dulce. Testarazo imposible para Sergio (39’).
El Turco movió pronto ficha y empezó la segunda parte con un punta, Eckert, por Pione Sisto. El Celta botó hasta cuatro saques de esquina seguidos e intimidaba por su fortaleza física. Los centrales iban a todo y Andre Silva, muy discreto, provocó la segunda amarilla de Araujo en un forcejeo en una banda.
El Celta, con uno menos y tres delanteros, perdió la posición en el campo y lo volvió a aprovechar el Mudo para conectar con Sarabia, que asistió a Ben Yedder. El gol fue anulado por presunto fuera de juego, pero el VAR vio ese pie más retrasado de Juncà en el pase a Sarabia. Hasta el VAR le sonríe ahora al Sevilla: le devolvió a Ben Yedder el gol que le negó ante el Getafe. Cuánto ha cambiado el decorado desde aquella negra noche. Tanto, que el Sevilla descansa en la cima.
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