El Sevilla sabe jugar muy bien con Machín (5-2)

Sevilla FC-Real Sociedad | La crónica

Los blancos desarrollan un fútbol primoroso en el arranque del segundo periodo para desarbolar a una Real Sociedad a la que arrolló.

El técnico soriano salva con sobresaliente el examen final con un vendaval ofensivo

Las imágenes del Sevilla FC-Real Sociedad
Sarabia trata de marcharse de un rival. / Antonio Pizarro

sevilla/El Sevilla es capaz de jugar al fútbol como quien lo inventó con Pablo Machín como entrenador. Ésa es la principal conclusión que se puede extraer de la exhibición desarrollada por la escuadra blanquirroja justo en el día en el que casi todo el mundo vaticinaba que iba a quedar finiquitada la etapa del técnico soriano al frente de la primera plantilla nervionense. Pero no, ya lo decía el querido José Antonio Sánchez Araújo, aunque lo hiciera con referencia a la etapa estival, en el balompié no eleven nada a definitivo hasta que vayan aconteciendo las cosas y lo que se vio en el Ramón Sánchez-Pizjuán fue un torbellino ofensivo en el arranque del segundo periodo que fue de lo mejor que se ha presenciado en el coliseo radicado en la calle Sevilla Fútbol Club de esta bendita ciudad probablemente desde que Juande Ramos era el inquilino del banquillo.

Es el resumen apresurado de una de esas tardes en las que, como también diría otro admirado amigo llamado Luis Carlos Peris, todo el mundo sale toreando, en este caso golpeando con el interior del pie y dando regates al aire, del Ramón Sánchez-Pizjuán. El Sevilla, su Sevilla, había sido capaz de voltear la tortilla en un verdadero recital de fútbol de ataque en el arranque de una segunda mitad en la que parecía imposible atacar más, y mejor.

Fue el segundo acto después de un primer periodo que ya había sido prometedor también. Porque Machín, siempre fiel a su esquema de partida, había sido capaz de ensamblar a un once al que añadía a Carriço, oh casualidad, Promes y Juan Soriano respecto al que afrontara el pasado jueves la cita contra el Slavia de Praga. Eso sí, la primera precisión es que esta vez no habían ningún híbrido respecto al número de defensas en el dibujo dependiendo de que la posición fuera de ataque o de defensa. El Sevilla partía con sus tres centrales con todos sus avíos, sus dos carriles, más extremos que nunca con Jesús Navas y Promes en ellos, dos medios centro y una delantera con tres hombres integrada por Sarabia, Ben Yedder y Munir.

Es tal vez la variante que más le gusta a Machín, la que más veces utilizaba en el Girona y que fue modificada ante la irrupción del dúo de delanteros compuesto por Andre Silva y Ben Yedder y la excelente salida del Mudo Vázquez. Con ese posicionamiento, y pese a los miedos que sobrevolaban por la grada nervionense, la realidad es que los sevillistas ya apuntaron desde el arranque un catálogo de buenas maneras en la fase atacante. Jesús Navas era el primero en avisar mientras que la primera oportunidad diáfana era una pelota que sacaba Rulli con los pies a Ben Yedder cuando ya se cantaba el primero en toda la grada.

El Sevilla, a pesar de la tensión que ha ido acumulando por sus malos resultados, que todas las cosas tienen su porqué, por supuesto que sí, evidenciaba que es capaz de manejarse con clase y precisión incluso cuando parten once locos bajitos para defender su escudo. Porque no me dirán que había mucha altura en la alineación inicial. Sin embargo, esto serviría para manejar la pelota a ras de césped y para escondérsela a una Real Sociedad que no tenía nada que ver con el conjunto que tan buenos resultados había cosechado desde la llegada de Imanol.

Son las cosas de este deporte tan sorprendente que levanta pasiones por ello. El Sevilla jugaba rápido, era profundo, arriesgaba siempre en sus pases y era capaz de llegar con muchos hombres a la zona de remate. Justo el ideario que llegara a enamorar a sus fieles desde que Machín y los suyos comenzaran a ganar con más frecuencia de la prevista.

Banega y Roque Mesa recuperaban multitud de balones con prontitud para meterlos en la zona inmediatamente anterior al gol. Ahí recibían Jesús Navas, Sarabia, Munir y Promes, que eran un verdadero tormento para los zagueros visitantes. Hasta que iba a llegar el primero de la exhibición bastante prontito, además. Una internada de Promes, con sus caracoleos indescifrables para el lateral, terminó en un gran centro del holandés para que Sarabia se jugara la cabeza ante Theo Hernández y adelantara a los suyos.

Una vez más, en casa, el conjunto blanquirrojo había sido capaz de plasmar en el marcador su buen desarrollo de la apertura futbolística. Pero se iba a plantear de inmediato un problema de difícil solución otras veces. A la Real le bastaba con media llegada, ni siquiera una entera, para igualar demasiado prontito. Un balón perdido que le llegó a Oyarzabal fue pésimamente defendido por los zagueros y el guardameta para que todo estuviera igual que al principio.

Cualquier equipo en las circunstancias actuales de este Sevilla se hubiera derrumbado por completo, habría dimitido de la pelea. Pero no, esta escuadra de Machín, al menos al calor de su gente, tiene carácter, mantuvo la fe y ya obligó a Rulli a lucirse justo antes del intermedio. Era un aviso de lo que le iba a caer al argentino no más se reanudara aquello.

Ben Yedder celebra uno de sus tres tantos.
Ben Yedder celebra uno de sus tres tantos. / Antonio Pizarro

Porque el Sevilla salió de la caseta como si estuviera obligado a remontar un tres a cero en contra en una vuelta de una eliminatoria. Nada de guardarse una carrera, nada de dosificar por si las cosas venían mal dadas y había que manejarse con más inteligencia, la consigna era atacar, atacar y atacar desde el primer minuto hasta que las baterías dijeran basta por agotamiento. Y la exhibición de los propietarios del recinto nervionense fue espectacular, digna de ser almacenarla en el disco duro de la memoria.

Ni dos minutos siquiera se habían contabilizado cuando Raúl Navas sacó entre los palos un empalme de Ben Yedder, justo después Rulli hizo un paradón a Mercado, el Sevilla era una verdadera locura y el fútbol debía premiarlo con goles. No tardó en hacerlo, concretamente en un balón profundo de Jesús Navas para que Ben Yedder jugara al fútbol sala picándole el esférico a Rulli para cantar el 2-1.

La teoría dictaminaba en ese instante un poco de mesura, algo de manejo de la situación para no padecer lo mismo que con el 1-0. No, Banega, Sarabia y compañía estaban desatados y todos empujaban de popa para comerse, literalmente engullir, a la Real Sociedad. Munir tuvo el tercero en un empalme espectacular y se le fue fuera por poco, Rulli hizo otra palomita en un disparo de Jesús Navas para pedirle la instantánea a los fotógrafos. Y llegó ese tercero en un gran cabezazo de Munir que parece botar dentro tras dar en el larguero, pero que es remachado por Ben Yedder.

El equipo local ya era una fiera desatada y llegaron las cuatro y las cinco, como diría la canción. Ahí paró un poco la cosa, que el jueves espera Praga, pero ya nadie podrá dudar de que el Sevilla sabe jugar muy bien al fútbol con Pablo Machín. Cuestión de perseverar, pues.

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