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Sevilla FC | La crónica
Un partido en el Ramón Sánchez-Pizjuán y el Sevilla no tiene ningún delantero puro en el banquillo. El fútbol está preñado de tópicos, de análisis, de números, de personas que se dedican a escudriñar hasta el último de los detalles en las tablas de datos, pero hay cosas que no tienen una explicación por mucho que los entrenadores, los técnicos, los profesionales que cobran por esto y por lo otro, puedan tratar de explicar cosas que el resto de los mortales no alcanzan a apreciar. Dabbur debía estar en la grada mientras el cuadro de Lopetegui demandaba a gritos el relevo en la punta del ataque, pero no, allí, junto al técnico vasco, había defensas, centrocampistas, mediapuntas, extremos, hasta un portero y ningún delantero cuando el litigio tiene lugar en Nervión.
¿Tan complicado es tener previsto que la cita puede llegar igualada al final, que en Sevilla se registran casi 40 grados a la sombra y que puede ser necesaria la colaboración de otro delantero de refresco? No, la decisión fue justo la contraria. Y ahora pueden explicar quienes tienen la suerte de ver esos entrenamientos tan secretos en el búnker de la ciudad deportiva que Dabbur se pasea, que entrena andando, que es incapaz de darle una patada al balón y quién sabe cuántas razones más.
Pero al profano, al que se limita a analizar lo que acontece durante noventa minutos, 103 en este caso, sobre el césped de un estadio, sea el Ramón Sánchez-Pizjuán u otro le parece realmente increíble que el otro delantero puro de la plantilla, el hombre que fue capaz de marcar más de 30 goles en la campaña pasada, aunque sea en la liga del Kendall, esté fuera de una relación que integraban 21 profesionales inicialmente.
Sí, habrá mil razones y son tan secretas que casi pertenecen a la cámara funeraria hallada en Carmona después de un montón de siglos escondida, pero el Sevilla pedía a gritos durante toda la segunda mitad que entrara alguien a ayudar a De Jong o que incluso lo sustituyera para aliviar el tormento de un holandés de estar 103 minutos con estas temperaturas en los termómetros.
¿Eso hubiera supuesto que el Sevilla acabara con un triunfo por tercera semana consecutiva? Ni sí ni no, eso pertenece al reino del fútbol ficción y, por tanto, nadie será capaz de descifrar semejante enigma, pero lo cierto es que eso lo veía hasta el aficionado que peor comprenda el desarrollo de este deporte llamado fútbol.
Dicho todo lo dicho, hay que admitir que la puesta en escena de la escuadra entrenada por Julen Lopetegui volvió a resultar de lo más alentadora para los suyos. Bajo ese dibujo de 1-4-3-3 que es el preferido por el ex seleccionador nacional y su cuerpo técnico, el Sevilla practicaba un fútbol moderno, con percusiones por los costados, incisivo, con centros con aviesas intenciones, con recuperaciones nada más perder la pelota...
El esférico era monopolizado por Banega, Joan Jordán y compañía, que lo trasladaban de un costado para otro para que los laterales se encargaran de profundizar y de generar superioridades. El Sevilla, sin dedicarse a proteger la pelota y manosearla, podía registrar un porcentaje cercano al 80 en lo referente a la posesión y lo hacía, además, a ritmo de vértigo sin echarla para atrás continuamente.
Pero en esa fase en la que borró de la hierba al Celta le faltó un rematador con más calidad, un futbolista arriba que no sólo se dedicara a buscar los centros de sus compañeros sino que les hubiera trazado algún desmarque de ruptura o les propiciara un pase atrás para empujar esa cosa esférica a la red. Sin haber ninguna ocasión diáfana en el folio de anotaciones, sí es cierto que éste prácticamente se llenaba de acciones en las que el Sevilla, de haber tenido más calidad y acierto arriba, podría haber batido a Rubén Blanco.
Los anfitriones, con un desgaste brutal por las continuas percusiones que intentaban, eran incapaces de plasmarlo en el marcador y eso los condujo a sufrir incluso un poco en el epílogo de ese primer acto. El tiempo de intermedio, sin embargo, le sirvió a Lopetegui para volver a activar a los suyos y para que el Sevilla volviera a adueñarse de la pelota gracias a la sociedad que conforman Joan Jordán y Banega en el centro del campo, siempre con la protección de Fernando por detrás. Pero todo se redujo a algún disparo inocente de Nolito o que De Jong incluso le quitara una posición más clara a Bryan.
El conjunto blanquirrojo pedía a gritos entonces recambios arriba y éstos se limitaron a dos extremos livianos y a la entrada del Mudo Vázquez. Precisamente el argentino sí fue capaz de hacer ariete con un cabezazo espectacular y todo pareció aclararse.
Paradójicamente, el Sevilla, entonces, se desprotegió por el medio, todos llegaron tarde y el electrónico se igualó en una decepción inesperada. Desde ahí nueva disertación de impotencia sin un 9 fresco en el campo.
La obra de Monchi está aún incompleta, es evidente, pero por mucho que sea así cabe preguntarse por qué Dabbur no estaba en el banquillo. Una de dos, o es muy malo, que no lo parece por su trayectoria y por lo que se le ha visto durante el verano, o los entrenadores juegan a ser más listos que nadie. Dicho sea con el mayor de los respetos, por supuesto.
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