Uno a cero y de penalti..., justo (1-0)

El Sevilla se reencuentra con el triunfo en la Liga gracias a un máximo castigo transformado por Ocampos en segunda instancia

Los blancos sí le metieron ritmo al juego, pero sin un buen fútbol y sin opciones claras

El vídeo del Sevilla-Osasuna

Ocampos golpea el balón en el gol decisivo del Sevilla.
Ocampos golpea el balón en el gol decisivo del Sevilla.

Respiro hondo para el Sevilla en su pobre línea liguera. Los hombres de Julen Lopetegui necesitaban un triunfo por lo civil o por lo criminal, Luis Aragonés dixit, y lo rubricaron. Apelando al libro de los tópicos de toda la vida, uno a cero y de penalti, aunque en este caso habría que añadirle el matiz del calificativo, pues fue justo el castigo. Con eso era suficiente para arribar a este nuevo parón con la sonrisa en la cara y con la esperanza de recuperar los conceptos futbolísticos que llevaron a este equipo, con el mismo entrenador y casi idénticos elementos, salvo Banega, ojo, a ser considerado como una alternativa real de poder

Pero entre unas cosas y otras, entre la fatiga y, sobre todo, la desconfianza, el Sevilla había bajado varios escalones de golpe en algo que tiene una enorme trascendencia en el parejo fútbol de hoy en día. Es una referencia a la autoestima, a creerse el mejor del universo o a sentirse casi un gusano por un error puntual. El ejemplo de Koundé podría valer para semejante aseveración, pues en apenas tres días pasaba de sentirse un superhéroe, capa incluida, a hundirse en la miseria contra el Athletic, cosa que redundó en su actuación ante el Krasnodar y a punto estuvo de jugarle una mala pasada en la primera acción en la que participaba en este Sevilla-Osasuna.

Afortunadamente para los sevillistas, el joven central francés salía indemne de ese compromiso y eso iba a rearmarlo para cuajar un partido cercano al sobresaliente, con muchos riesgos incluidos solventados con clase, tanto como central como posteriormente en el lateral cuando el Sevilla ya se puso con uno a cero gracias al penalti transformado por Ocampos.

Las cosas de la mente en un futbolista y en cualquier persona, por supuesto. Lo cierto es que el Sevilla se topaba con un torito astifino en esta atardecida de noviembre. Osasuna es un grupo de futbolistas voluntariosos, estajanovistas del trabajo, pero con la calidad justita para andar por la Liga Santander. Hasta ahí llega cualquier analista que merodee el mundo del fútbol, sea como profesional o como aficionado, pero la escuadra de Jagoba Arrasate es incansable a la hora de hacer las tres o cuatro cositas que sabe desarrollar.

Una de ellas, como siempre, es defenderse con orden, no conceder regalos al rival y presionarlo hasta que no le quede ni una sola gota de sudor por derramar. Así se iba a desempeñar en el Ramón Sánchez-Pizjuán la escuadra que vestía este sábado con una indumentaria completamente roja. Dos líneas de cuatro y tanto Budimir como Enric Gallego para incordiar en todo momento a los centrales y a los medios centro, chocarse hasta con las paredes si era preciso.

El planteamiento de Lopetegui para contrarrestar a un adversario así era un tanto híbrido. Óliver Torres era la novedad junto a Carlos Fernández en un equipo en el que el miércoles no habían sido titulares tampoco Fernando, Acuña, Bono y En-Nesyri. Y con ese dibujo en el que partían dos teóricos delanteros centro, el Sevilla apostaba por alternar al marroquí y Carlos Fernández tanto en el costado izquierdo, donde también aparecía Óliver Torres como en el eje del ataque. Era, pues, una idea en la que muchas veces se juntaban dos puntas en la zona de remate en busca de crearle algo más de peligro a Sergio Herrera que el que padeciera el Eibar en el primer periodo, no en el segundo.

El Sevilla, pese a la fatiga de los compromisos europeos, lo que lo condujo de nuevo a jugar con menos de 72 horas de recuperación, sí trataba de meterle ritmo a través de Joan Jordán y Óliver Torres, incluso arriesgaba mucho en la salida del balón desde atrás pese a la acumulación de enemigos por esa zona. No pasaba nada, tanto Koundé como Fernando y Diego Carlos salían de ese acto de hostigamiento de los forasteros con la pelota raseada y digna de ser jugada con criterio en busca de zonas más ofensivas.

El problema, sin embargo, iba a estar ahí, en la escasa capacidad de los hombres más avanzadas para consolidar los desmarques a los espacios con ocasiones diáfanas para marcar. Como tampoco Jesús Navas estaba muy allá en lo físico y en los centros laterales, la conclusión es que el Sevilla se iba a quedar en un quiero y no puedo. Un disparo de En-Nesyri (17') desviado, una buena jugada con tiro raso de Óliver Torres (28'), otro nuevo intento de Acuña desde fuera del área (33') y un cabezazo en buena posición de Joan Jordán en un centro de Ocampos (36').

Mortadela en papel de estraza en lugar de un jamón de bellota bien cortado. Casi nada y sobre todo si se compara con la opción que tuvo Budimir en un cabezazo picado (23’) que dejó a todos los sevillistas con el corazón helado. Lopetegui retocó el esquema en el segundo periodo aprovechando las molestias de Jesús Navas. Entró Rakitic, una pieza más arriba, Ocampos fue carrilero, como el miércoles, y el Sevilla ganaba un peón en la fase más ofensiva.

El premio llegaría en un derribo al argentino, que ni siquiera el dúo compuesto por Martínez Munuera y González González, casi nada, podía ocultar. Penalti más que justo y ahí sí tendrían mucha buena suerte los anfitriones cuando Sergio Herrera detuvo el lanzamiento de Ocampos y el VAR se encargó de demostrar que tenía los dos pies delante de la raya de gol desde un buen rato antes de tirarse. Repetición y uno a cero para el Sevilla.

El desarrollo del juego no se alteró en exceso, sólo varió porque Koundé ya era lateral derecho a todos los efectos para que Ocampos volviera al extremo. El Sevilla, lógicamente, sufrió los empellones del Osasuna, pero no padeció jamás de verdad y lo tuvo todo controlado, aunque no fuera capaz de crear ni una sola opción nítida a la contra. Pero con el uno a cero registrado ya en el acta, qué más da, se trataba de ganar por uno a cero, aunque fuera de penalti, en este caso justo.

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