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Quique Sánchez Flores saluda a Mariano en el entrenamiento de ayer. / Juan Carlos Vázquez

En poco más de un mes, del 23 de diciembre al 25 de enero, el Sevilla repetirá visita a uno de los estadios más exigentes del fútbol español, si no europeo. Jugar en el Metropolitano es ir a una batalla por cada balón, en cada cruce, con una tensión elevadísima como la que impone el equipo de Diego Pablo Simeone, y no sólo por lo que ocurre en el césped, sino por todo lo que significa un partido de fútbol: la presión al árbitro, los exhortos del técnico a la grada en los momentos clave, la interacción con los delegados, los recogepelotas, los miembros de los banquillos, el otro fútbol... O la concepción del fútbol como un todo único. Si acudir a la batalla con el Atlético requiere un esfuerzo físico y mental extra, hacerlo en el actual contexto del Sevilla no es lo más aconsejable. Claro que si suena la flauta...

Se trata la posibilidad de meterse en las semifinales de la Copa. Y esto estará en la mente de los mismos futbolistas que vieron mancillado su honor en Montilivi por el líder de la Liga. Luego llegará otra batalla mucho más importante en la actual situación: el Sevilla-Osasuna que se jugará en el Ramón Sánchez-Pizjuán el domingo a las 18:30.

Esta cita será además justo después de los dos partidos de los rivales directos en la lucha por evitar el descenso. El Celta (17 puntos, uno más que el Sevilla) recibe al Girona a las 14:00, tras jugar la Copa con la Real, y el Cádiz (15 puntos y primer puesto de descenso) recibirá al Ahletic a las 16:15. Es decir, que cuando salte al césped el equipo de Quique Sánchez Flores lo hará sabiendo qué han hecho sus rivales. Se trata de una pequeña ventaja, que se puede volver en contra si los resultados han sido positivos para celestes y amarillos. En ese caso, la presión para los blanquirrojos se multiplicará y Nervión será un avispero...

Pero antes llega la batalla del Metropolitano, que asimismo se presenta como un arma de doble filo, especialmente afilada si se le vuelve en contra en forma de otro castigo como el de Montilivi o en forma de lesiones. Es una premisa generalmente aceptada en el fútbol que ganar es el mejor camino para coger confianza y que tirar una competición no garantiza en absoluto el éxito en el torneo al que se da preferencia. El Sevilla está obligado a dársela a la Liga por su angustiosa situación, pero tampoco puede entregarse como el cordero que es llevado al ara del sacrificio en el gran templo del Atlético de Simeone.

Esta dicotomía entre realidad liguera e ilusión copera es lo que debe gestionar Quique con una plantilla necesitada de todo el cariño del mundo. "Mentalmente el equipo no está preparado para jugar con este Girona, con esa velocidad, esa verticalidad, esa capacidad en los duelos, aspectos del fútbol moderno", llegó a decir el técnico para excusar a sus futbolistas.

La mentalidad es clave y el empujón que significaría la clasificación para las semifinales de la Copa sería un espaldarazo anímico importantísimo, con una carga positiva que le ganaría al esfuerzo físico que significaría afrontar tal reto copero ya en febrero. Pero, en la misma medida, una derrota dura, otra goleada como la del domingo en Gerona, sería otro golpe feísimo antes de afrontar el trascendental partido del domingo.

Acude Quique al Metropolitano por segunda vez desde que llegó al Sevilla, en un contexto depauperado. En vísperas de Navidad, debutó el madrileño ganando en Granada (0-3) antes de sufrir en Madrid, tras ser ovacionado por su antigua hinchada, la primera derrota (1-0) de las cuatro seguidas que lleva en Liga, tras jugar media hora con uno más. ¿Está capacitado mentalmente Quique para preparar a su equipo para la batalla del Metropolitano, mientras el Osasuna vela armas? He ahí el peligro de la Copa en el actual contexto.

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