Pablo Machín debe unir unas orejeras a sus anteojeras
Celta-Sevilla | Contracrónica
El Sevilla regala a sus aficionados quizá el peor partido del curso, por falta de actitud, por falta de ideas y por nefasta lectura de su entrenador
Los mensajes enviados por Pablo Machín con los cambios de la segunda mitad lo dejan muy señalado
Cuando más necesitaba la afición del Sevilla un triunfo que sirviera de bálsamo para curar la herida del Camp Nou, el equipo y su entrenador le regalaron el peor partido de la temporada. Por actitud, por flacidez, por ausencia de ideas o ímpetu, por falta de fuerza o de fe... y por una preocupante inacción de su entrenador. Pablo Machín no sólo no supo insuflarles a sus jugadores un mínimo de espíritu o hambre para ir a devorar a una presa herida y temerosa, sino que realizó una horrible lectura del encuentro. Los cambios en la segunda parte, Amadou por Franco Vázquez y Escudero por Sarabia, fueron sintomáticos de esa pésima interpretación de un partido y de un rival más que apetitosos. Pero el mensaje, en lugar de un buen meneo a su equipo y al rival redundó en la inacción, como un niño que se niega a comer su plato favorito no se sabe por qué.
El Celta se presentaba como el contrincante ideal por sus propios miedos, por cómo echa de menos a un rebelde con causa como Iago Aspas, por su mala clasificación y su falta de confianza. Y el Sevilla en lugar de ser generoso con sus aficionados tras lo del Camp Nou lo fue con los necesitados hinchas celtiñas, que estaban temerosos de la llegada de un lobo y se encontraron enfrente a un cordero.
Valdría la explicación de la carga de partidos y el cansancio físico si no fuera porque ese mensaje de los cambios, el de Escudero por Sarabia ya con 1-0 en el marcador, no produjera un asombro absoluto. Antes incluso de que Amadou saliera al campo para relevar a un desafortunado Franco Vázquez, cuyo descanso en el Camp Nou (jugó menos de 20 minutos), Pablo Machín se afanaba en mirar sus notas en el banquillo junto a su segundo entrenador, Jordi Guerrero... Como si quisieran escudriñar en los logaritmos físicos a quién le tocaba salir o qué movimiento pedía el partido. Como si no fuera obvio que el Celta era un pusilánime contrincante que se parapetaba en su rincón del ring pidiendo resuello. Pero los técnicos sevillistas sólo encontraron la solución de sacar a dos futbolistas de corte defensivo ante la inoperancia de un equipo en el que apenas Ben Yedder y si acaso Promes parecían querer hincarle el diente de verdad al pastelito que tenían enfrente.
Miguel Cardoso se jugaba el puesto en el partido y el que sale peor parado del mismo es Pablo Machín por esa lectura y esa inacción. Después de una primera parte contemplativa, de dominio y fútbol de mentirijilla, la segunda parte invitaba a darles un buen zamarreón al partido y al Celta. Pero no fue así. Machín siguió con sus anteojeras puestas, sin ver ni leer el partido, sin olisquear el miedo del rival, sin intuición para variar su esquema o para enviar un mensaje agresivo y pujante a los suyos.
El Celta apenas llegaba y el Sevilla mantenía a los tres centrales para que se pelearan entre ellos con la pelota. O para que concedieran córneres absurdos, como el de Kjaer en la jugada del 1-0. El castigo a tal despropósito, el de despreciar el manjar en la mesa, fue ese gol que llegó en otra jugada sintomática:desde la concesión del córner a la pasividad ante Cabral, que atravesó el área para anticiparse cómodamente a Andre Silva y servir el gol a Okay, solo como la una en el área chica. Sin siquiera mostrar su cara de necesidad, el Celta desnudó al peor Sevilla. A sus anteojeras Machín debería unir unas orejeras. Que las vaya buscando, las va a necesitar: le van a llover las críticas.
Del déficit a balón parado al lastre a domicilio
El balón parado, rémora de difícil explicación. Una de las escasas ocasiones que tuvo el Sevilla en Balaídos fue un córner por abajo que sacó Banega y empalmó Ben Yedder para que Rubén Blanco mantuviera la tensión (58’). Una falta tras otra, un córner tras otro, el Sevilla fue desperdiciando balas como si estuviera tirando con una escopetilla de feria. Es difícil explicar que este cuerpo técnico fuera el que más goles a balón parado logró de Europa con el Girona...
Ipurua, el 30 de septiembre, último triunfo a domicilio. Que enero se le iba a hacer largo a un equipo que empezó a entrenar el 2 de julio y a competir el 26 de julio era algo muy obvio. Pero el problema del Sevilla a domicilio es muy anterior a la llegada del general Invierno. Fue al principio del otoño cuando el equipo de Pablo Machín logró el último triunfo en la Liga a domicilio, en Ipurua, el 30 de septiembre. Cuatro meses y dos días suma sin ganar fuera. No es sólo por carga física, claro que no.
Rigidez táctica y tres centrales ante un equipo que no atacó. Cada maestrillo tiene su librillo, dice el refrán, y Pablo Machín tiene una fe ciega en el suyo. En el primer tramo de temporada cambió del 3-4-3 al 3-5-2 y sobre este esquema ha hecho algunas variaciones. Pero jamás de los jamases ha probado, ni siquiera ha amagado con prescindir de los tres centrales. Ante un Celta moribundo que no atacaba podría haber sido la ocasión. Pero el rigor táctico pudo con la naturalidad.
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