No es Messi, es incapacidad propia (6-1)
Barcelona-Sevilla |Crónica
El Sevilla colabora a la remontada del Barcelona con un partido en el que incluso Banega llegó a fallar un penalti con uno a cero
Los blancos encajaron media docena de goles y sólo el postrero fue del argentino
Tristísima despedida del Sevilla de la Copa del Rey 2018-19. El equipo de Pablo Machín fue una marioneta en manos del Barcelona y no tuvo la capacidad para defender ese dos a cero del Ramón Sánchez-Pizjuán que le había proporcionado el derecho a soñar al menos con meterse otra vez en las semifinales. Pero lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Los sevillistas ni siquiera necesitaron que Messi los empujara hacia el abismo, ellos mismos se bastaron y se sobraron para despeñarse solos.
Quienes quieren ver la botella medio llena apelarán con celeridad a que hasta el minuto 90 la eliminatoria estaba aún abierta, que en el momento en el que Bryan provoca el córner que sacó Sarabia con todo el Barcelona metido atrás aún podía haber pasado de todo, incluso que un rebote se hubiera colado en la portería de Cillessen. Como posibilidad, es evidente que así fue, pero en la realidad el Sevilla hacía ya mucho tiempo que se había caído por el barranco por la incapacidad para defender con un mínimo de criterio ese dos a cero que atesoraba desde la ida.
Porque cómo se puede desperdiciar un penalti en el Camp Nou con uno a cero en el marcador y con ese tanteo que se había registrado una semana antes en la cita del Sánchez-Pizjuán. Es increíble que eso pueda suceder por mucho que se acuda a todos las frases del libro de los tópicos del fútbol. Que si el máximo castigo lo falla quien lo tira, que si lo paró el portero... Todo lo que se quiera meter en ese saco es válido y a la vez propio de un perdedor absoluto argumentarlo. Cuando en un escenario así, con semejante rival enfrente, el árbitro le otorga a un equipo la posibilidad de meterse en el juego con una acción desde los once metros está terminantemente prohibido desperdiciar esa opción y menos lanzarlo de la manera que lo tiró Banega después de las consultas al VAR por parte de Sánchez Martínez. El argentino, el especialista, pareció ponerse de acuerdo con los fotógrafos cercanos para que éstos tomaran la instantánea de la estirada de Cillessen, que seguro que podrá guardarla de recuerdo para los restos de su paso por el Barcelona.
Fue la gran ocasión para un Sevilla muy menor, para un equipo sin la mínima capacidad para creerse que podía salir como triunfador de este envite tan exigente, y así, con ese ánimo a media asta, era absolutamente imposible que los blancos metieran su bolita en el sorteo de las semifinales.
Paradójicamente, ni siquiera necesitó el Barcelona que Leo Messi tuviera una participación activa en la goleada. El mejor futbolista del mundo jugó un buen partido porque sencillamente no sabe hacerlo mal, pero esta vez incluso no le había marcado ningún gol a los nervionenses hasta que concretó una llegada al área en el último minuto de la prolongación, con toda la defensa visitante tirada por los suelos tratando de tapar los tiros de sus compañeros.
Ahí sí acertó Messi, pero la realidad es que esta vez fue la guinda para el pastel que había facilitado el Sevilla con su incapacidad para meterse en la pelea de verdad. Machín había optado por poner un equipo con el centro del campo más poblado en su afán por dificultarle las cosas al campeón de la Copa del Rey en las cuatro últimas ediciones. Ahí situó un triángulo con Amadou en el vértice más atrasado y con Banega y Roque Mesa completándolo dentro de un equipo que volvía a empezar por Juan Soriano como guardameta de la Copa, una decisión ésta que difícilmente entenderían los sevillistas con el transcurrir de los minutos. Lógicamente, para que cuadraran las cuentas y salieran once y no doce al campo en la alineación inicial de la misma se caía Ben Yedder para que fuera Andre Silva el único delantero, apoyado, si se puede llamar así, por Sarabia que era el jugador más cercano. Tampoco estaba, evidentemente, Franco Vázquez, al que el técnico soriano volvió a darle descanso.
El planteamiento estaba claro, la idea era intentar defender algo mejor, pero pronto se vería que era imposible. La primera llegada de Messi, un tropezón con Promes, que tanto el árbitro como el que lo ve por el VAR catalogaron como falta, y penalti para que lo transformara Coutinho. Era el minuto 13 y la noche ya amenazaba con tormenta.
Sobre todo cuando Cillessen le hacía un paradón a Andre Silva en un taconazo del portugués y después llegaba ese penalti que desperdició Banega. Incluso con 1-0 en el tanteo todavía, no había ya casi ni un solo sevillista que no se diera por eliminado después de desperdiciar una opción así. Después llegaría el segundo de Rakitic en una salida con dudas de Juan Soriano y el tercero de Coutinho en un cabezazo que entró justo al lado del portero. Y el cuarto de Sergi Roberto casi un minuto después del tercero.
El Sevilla ya se había descompuesto completamente, pero el fútbol es caprichoso y Arana, prácticamente fuera de la plantilla se encargó con un excelente disparo de avivar la llama de la esperanza para los blanquirrojos. La situación volvía a estar en un punto cercano a lo ideal para la tropa de Machín y entonces se echó en falta que éste acelerara las operaciones con la entrada de Ben Yedder para tratar de alcanzar ese milagro en el que ya se había convertido todo.
El francés ingresó a la cancha junto a Franco Vázquez, pero el Sevilla ya perdió todo el control al no estar Banega en el campo. Sí, tuvo un córner a favor con 4-1, pero su efecto fue justo lo contrario, pues el mal lanzamiento de Sarabia condujo al 5-1. Hasta ahí Messi no había marcado siquiera, no le había hecho falta ante la incapacidad de un Sevilla al que Caparrós, su máximo responsable deportivo, lo había calificado en su día como el mejor equipo de la Liga. Incluso llegó a decir que se alegraba de que el Barcelona fuera el rival. Palabras, sólo palabras, cuando en el fútbol de los resultadistas sólo valen los hechos. 6-1...
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