Williams fija los límites del Sevilla
Athletic - Sevilla | La crónica
Dos goles del punta del Athletic dejan en nueve la racha de jornadas invictos de los blancos, que cierran una primera vuelta discreta fuera de casa
La defensa blanca, desnuda con la velocidad
Debutó Munir
Dos frenéticas galopadas de Iñaki Williams, primorosamente resueltas con gol, tumbaron otra vez al Sevilla en el nuevo San Mamés, donde pierde cada vez que comparece en la Liga. La derrota fue justa, inapelable. Nada tienen que objetar los sevillistas de este súbito revés porque el redivivo equipo de Gaizka Garitano, que en nada se pareció al del pasado jueves en la Copa, fue mejor de cabo a rabo. Athletic Club impuso su plan de jugar directo y al espacio para explotar la velocidad de sus atacantes. Así se puso en ventaja pasado el primer cuarto del match y luego, dejándose querer, supo sentenciar al final para blindar el pequeño tesoro que para el equipo vasco son hoy tres puntos.
Acaba el Sevilla la primera vuelta con un sabor amargo. Ve cortada la racha de jornadas invicto, que quedan en nueve. Y si ese dilatado periodo sin morder el polvo distingue a un aspirante a objetivos nobilísimos, también se le reveló al sevillista en el Bocho que su equipo, definitivamente, es otro lejos de Nervión. Y que esa cara B le marca el techo a sus sueños. Quedar entre los cuatro primeros es el botín fiado para mayo. Lo que no es poco. Pero la escuadra de Machín debe salir de esa atonía cuando actúa de visitante. La dinámica de empates se quebró para mal y los 33 puntos en el meridiano del campeonato reflejan un ritmo que, vista esta Liga, le valdría seguramente para la Champions. Pero ojo con seguir desafinando en los viajes.
Jugar dos partidos tan seguidos ante un equipo inferior, como hoy es este Athletic al Sevilla –aunque no tanto como dice la tabla–, suele equilibrarlo todo. Y así fue. Pareció que transcurrió un lustro, y no tres días, entre la puesta en escena del partido de Copa y el de Liga.
Ya rompió bien distinto desde que se inscribieron los 36 jugadores en el acta arbitral. Pero con eso ya contaba Machín. El soriano barruntaba en la rueda de prensa previa al partido que las bajas de Aduriz y Raúl García, los gladiadores expertos en el choque, la fricción y el remate, girarían el plan de Garitano hacia el juego al espacio, mejor a la contra. A los balones largos a la carrera de Iñaki Williams, sobre todo. Y así fue.
El atacante, que había actuado en la ida copera la última media hora, arrancó como un guepardo en cada balón enviado desde atrás por Iñigo Martínez, Beñat o Dani García. Su frenético fútbol fue indetectable para Sergi Gómez, Kjaer o Gnagnon, que jamás se le anticiparon y que sufrieron una barbaridad cuando el vasco ya había controlado el cuero y tiraba de recursos físicos y técnicos.
Garitano no inventó la vacuna para la malaria. Se limitó a simplificar los ataques para exprimir la velocidad de Williams, Muniain y, desde la defensa, de Ander Capa, que fue un tren para el liviano y languidecido Escudero. Ese fútbol directo también redujo los riesgos de la zaga rojiblanca, las concesiones en zonas de peligro. Apenas robó balones el Sevilla en el mediocampo del rival, una vía hacia el gol muy preferente para la tropa de Machín esta temporada.
Parecía que la solución ofensiva podía recaer de nuevo en Jesús Navas, el hombrecillo que obligó hace una semana a Simeone a recomponer a su Atlético en el descanso. Pero esta vez el palaciego tuvo demasiadas piernas enemigas alrededor. Las de Yuri, pero también las de Dani García o Córdoba. En el minuto dos progresó, recortó y le quedó un remate franco con su izquierda, que deparó un flojo tiro a las manos de Herrerín.
En su segundo escarceo, cuando el Athletic ya había ahormado el partido a sus intereses y quedó claro que Muniain le había robado el tiralíneas a Banega, llegó el zarpazo que anhelaba San Mamés. Navas no vio el desmarque hacia fuera de Andre Silva, erró el pase y los leones arrancaron con toda la retaguardia blanca descolocada. Gnagnon muy abierto, Kjaer obligado a salir también cerca de la cal a tapar la carrera de Williams y Sergi Gómez, de repente, ante dos rojiblancos que acompañaban por los pasillos interiores a su compañero pidiéndole la pelota para remachar a placer a Vaclik. Si Williams no hubiera optado por chutar, tenía dos líneas de pase clarísimas para el peligro franco. Pero se la jugó. Recortó hacia dentro, miró el ángulo para el tiro cruzado y soltó un violentísimo derechazo imposible para el guardameta checo. Golazo.
Parecía que había pasado un lustro, pero sólo fueron tres días. No estaban Nolito y el Mudo, los mejores en la Copa, pero sí Sarabia y Ben Yedder, sus ilustres sustitutos. Desconectado Banega por Muniain, tampoco el madrileño hizo por tejer entre líneas para habilitar a los dos puntas. Todos los creativos se enredaron con la pelota. Entre la casta de los vascos y la mala tarde de los primeros espadas sevillistas, la faena del tercero de la Liga fue de pitos.
Tiene el Sevilla en la banda izquierda un agujero enorme que amenaza con desinflar su vuelo en esta Liga de tantas expectativas. No chillen a Escudero, que saca a Arana. Pocos vatios de potencia emanan de ese costado. Y esa carestía, unida a la chispa que aún esgrime Jesús Navas, vuelca el juego por pura inercia en el ala contraria, con lo que la estrategia sevillista se hace previsible.
Todas las intentonas de los nervionenses desembocaban en el balón a Navas, que lo recibía parado ya arriba, con la zaga vizcaína bien colocada y dispuesta a encerrar en el rincón al campeón del mundo. Sólo Promes, tras relevar a Escudero, se rebeló y al menos sacó un par de remates peligrosos desde la siniestra. Pero no bastó. Como tampoco el debut de Munir por Roque Mesa.
El partido no podía morir de otra forma: Jesús Navas se vio de nuevo en un callejón sin salida ante tres leones, que armaron el contragolpe en un visto y no visto. Williams sacó los colores a Sergi Gómez en la carrera, sentenció y, de paso, le marcó los límites a este Sevilla.
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