La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La bulla de la Avenida en la Navidad de Sevilla
Sevilla FC | Historia
Nunca una efemérides removió tanto las conciencias como la que se cumple este 31 de mayo, festividad de la Visitación de la Virgen y día de Castilla La Mancha, quizá un guiño del destino recordando al primer entrenador que trajo gloria europea a estas vitrinas, Juan de la Cruz Ramos.
Hace un año el sevillismo salía momentáneamente de una pesadilla, creyendo que había terminado, toca la gloria en una ciudad húngara de la mano del viejo zorro de Zaldibar, un entrenador con más tiros dados que un peluche de feria al que faltaron al respeto como regalo de agradecimiento. Una de las frases que José María del Nido Benavente solía repetir cuando era presidente en sus actos institucionales era que el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Se puede tomar de mil formas la sentencia, incluso muchos, muchísimos, dirán que la referencia, por mencionar al látigo perenne de los actuales gestores, no sería la más indicada, pero uno escucha lo que los que se van acaban diciendo cuando ya no están y se suelen encontrar demasiadas coincidencias.
¿Ninguno vale? ¿Cuál es el entrenador que les gusta? ¿El que gana? ¿El que pierde? ¿El que obedece? Un año después de aquel triunfo liberador en Budapest ante la Roma de Mourinho, el Sevilla está igual que unos meses antes en que el pavor lo carcomía todo. Mentira, igual no; peor. La próxima parada en Europa ni se ve ni se adivina para cuándo será. Y la tierra prometida es tan árida que el hambre y la sed son seguros compañeros de viaje. Pero… ¿hacia dónde después de dos peligrosos paseos por del borde del acantilado?
Se fue Lopetegui mordiéndose la lengua y con la elegancia que muchos no merecían, trajeron por él a un loco, al que ya conocían además, que estuvo a punto de convertir la casa en un manicomio, llegó Mendilibar para arreglar la situación con cordura, simplificando el mensaje, salvando los muebles y ganando títulos. No era suficiente. Llegó el Norman Bates de turno y el Sevilla entró en bucle de película de Hitchcock. Psicosis colectiva.
Los entrenadores, que entre ellos suelen hablar como en todas las profesiones, o prefieren no venir a o si vienen ya lo hacen sobre aviso.
En el fútbol moderno en el que manda el capital lo que interesa es el entrenador obediente. A Mendilibar, que si lo dejan hacer ha demostrado antes del año que encuentra piedras preciosas donde sea, le hicieron la cama vilmente con un presunto instigador. Empezó a ser incómodo dejando a Sergio Ramos en el banquillo y señalándolo públicamente en un par de ruedas de prensa. Vino a decir primero que buscaba refugio a su pérdida de velocidad haciendo retroceder a la defensa, algo que no entraba en su modelo de juego. Y más tarde reconoció entre sonrisas (no llegó a decirlo) que parecía no haberse enterado de que ya vestía la camiseta del Real Madrid para entrar de la manera que entraba en las narices de los árbitros.
La apuesta de Junior por Sergio Ramos había sido muy fuerte. Y arriesgada. Comunicado de los biris incluido, no lo olviden. ¿Quién se jugaba más en el pulso? Acuérdense a dónde fue Marcelino cuando empezó a cogerle gusto a sentar a Kanouté y a Palop a su lado.
Entonces, en el fútbol de aquellos años, había un periodo de cortesía. Se esperaba hasta enero. Ahora no hay paciencia para tanto. 7 jornadas de liga duró Lopetegui; 8 Mendilibar. ¿Quique? Ya hacía tiempo que se había vuelto incómodo y desleal. No ponía a los refuerzos, entre comillas y dicho con todo el respeto, e insinuaba ya ciertas verdades en las ruedas de prensa.
Budapest fue una bocanada de aire para un sevillismo que había sufrido de lo lindo, pero un año después de aquello, incluso con otro momento para el disfrute en una Supercopa de Europa ante el Manchester City en la que los de Mendilibar compitieron y no viajó a Nervión por un mano a mano no convertido por En-Nesyri, la lección aún no está aprendida. Una lección y un recuerdo que sigue removiendo conciencias. A ver qué hay más adelante.
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