Jesús Alba
Cuando el reloj se pare
Sueños esféricos
Cuando el niño que en su día no quiso ni ir a la selección por no abandonar las faldas de su club, que para él era lo más parecido a un útero, decide décadas después abandonar ese hogar que pareciera eterno por la puerta del montacargas, de repente, sacrificando una despedida fastuosa y meditada, acorde con la magnitud de sus conquistas, es que esa cálida burbuja del hogar resulta hoy asfixiante, inhabitable.
Las lágrimas de Jesús Navas en el banquillo del Ramón Sánchez-Pizjuán eran demasiado nobles y sinceras para que brillaran y expresaran el peso histórico del momento en esa farsa de partido que estaba perpetrando el equipo de su vida, su Sevilla Fútbol Club. Era como si Rocío Jurado se pusiera a cantar sevillanas mejor que nunca en el rincón de una caseta abarrotada, con el personal ajeno, embriagado y la música reventando los tímpanos.
Pero una vez pasado el escarnio de la noche amarilla, otro más, para un sevillista incapaz de asimilar tanta vergüenza como en 2006 y 2007 fue incapaz de asimilar tanta gloria, la grey de Nervión se topa este jueves con la Noticia, con ene mayúscula: “Jesús Navas abandona el Sevilla”. Toma título SEO. Que el palaciego y su amigo Sergio Ramos piensen en agotar sus carreras en enclaves opulentos y exóticos y desdeñar un adiós definitivo en sevillista es un mensaje. Si no limpias tu cocina con regularidad y aparecen cucarachas, es otra señal.
El campeón del mundo sale corriendo sin la pelota. Huye del sitio que jamás quiso abandonar y que sólo abandonó porque el padre del actual presidente lo tuvo que vender y mandar a Mánchester. Jesús encajaba en ese plomizo paisaje inglés lo mismo que Anatoly Karpov en la Feria, pero igual que el genial ajedrecista ruso se hinchó a comer marisco en una caseta antes de que el firmante lo entrevistara (del gambito a la gamba), Jesús se hizo todo un hombre, y un enorme profesional, en sus cuatro años de servicio al City.
En cuanto pudo regresó al Sevilla, a lo más parecido a un útero para él, pero qué clase de insanos hongos están creciendo y devorando el oxígeno entre las cuatro paredes del Sevilla Fútbol Club para que el símbolo entre los símbolos haya decidido esprintar como hizo en aquella carrera que empezó a hacernos campeones del mundo en Johannesburgo. Entonces hinchó de orgullo a la misma gente que hoy no sabe ya a quién mirar para pedir explicaciones.
Se va Jesús Navas, el hombre de los récords, el genuino Fiel de Nervión (¿tendrán el valor de organizar la fiesta con los socios de solera este verano?) y queda la cúpula sevillista, que también bate récords a su modo: jamás se desmanteló un sólido club, admirado y respetado en toda Europa, en tan poco tiempo.
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